Una fotografía de la tienda “Los Primos” bastó para que la señora Dominga rompiera en llanto a un año de la inundación de Tula, que arrasó con su negocio y puso en peligro su vida y la de su esposo aquella madrugada del 7 de septiembre de 2021.
Con lágrimas en los ojos, la septuagenaria recordó como las aguas negras comenzaron a invadir la avenida Melchor Ocampo, en el centro del municipio, donde desde hace décadas se ubica su tiendita, la cual no se salvó de la tragedia.
“El agua comenzó a entrar, su fuerza dobló la cortina y empezó a sacar toda la mercancía y muebles”, narró en entrevista para Síntesis con una voz entrecortada; “hubo personas nobles que vinieron a sacarnos, porque ya no podíamos salir, nos tuvieron que levantar, porque mi esposo estaba con oxígeno, él tiene fibrosis pulmonar”, dijo.
Recordar esa escena provoca que la señora Dominga enmudezca por instantes, ya que narrar el momento donde perdió su patrimonio es de las cosas “más difícil” que ahora puede hacer, señaló.
No obstante, con más ánimo contó las bendiciones recibidas por parte de pobladores y desconocidos, quienes han contribuido a que la tienda “Los Primos” vuelva a resurgir; “ahora la hemos levantado con ayuda de personas, no del gobierno, han sido muchas las personas bondadosas que me han traído una cajita de dulces, de galletas, me dan 50 pesos o 100, y las que vienen a comprar lo poco que ofrecemos”, indicó.
En ese sentido, recargada en una vitrina obsequiada por unos jóvenes pachuqueños de los que nunca supo sus nombres, Dominga envió sus agradecimientos; pero también lamentó la omisión de las autoridades para un apoyo real tras la inundación, “solo nos dieron mil 200 pesos”, recriminó.
“No les duele nuestro sufrimiento, ¿qué puedo hacer?, ¿irme a doblegar ante ellos?, no creo, prefiero quedarme en mi negocio, aunque esté chueco o malo nos está dando de comer; ya mejor no voy a buscarlos porque pierdo más tiempo, mejor me quedo aquí”, expresó.
A un año de la tragedia
“A veces siento que la alegría se acabó”, consideró la comerciante a un año del desbordamiento del río Tula, experiencia que nunca espero vivir durante los más de cincuenta años que tiene viviendo en la ciudad tolteca, donde ahora cada lluvia que cae le provoca temor.
“Se acabó todo, pero luego me digo: seguimos vivos y debemos seguir luchando. Mi esposo y yo tenemos 55 años de casados, siempre hemos luchado para salir adelante, primero por los hijos, después por nuestra vejez, y lo seguiremos haciendo mientras podamos”, concluyó.