Por Jorge Esqueda

La Constitución que hubiera reemplazado a la promulgada por el régimen pinochetista en Chile en 1980, fue derrotada en las urnas el pasado domingo. Se abre un futuro en el cual están las posibilidades de que surjan nuevas tensiones sociales por seguir las directrices constitucionales en vigor, o como dijo el presidente Gabriel Boric, trabajar y dialogar por un texto para todos, lo que ya empezó a hacer.

Los datos de que el “Apruebo” alcanzó 38 por ciento de los sufragios, pero el “Rechazo” 62 por ciento, no son de dos a uno pero no muy lejano, son muy claros, y sin que hubiera mayores quejas de manipulación de los sufragios chilenos.

Más allá de esos datos, se entiende que toda Constitución cristaliza el proyecto de Nación que un país tiene. Una Carta Magna es lo que un país quiere construir, no necesariamente el punto de partida fundacional, es decir, el faro para encontrar las líneas de un país.
En ese sentido, y sin de ninguna manera olvidar que el régimen pinochetista nació de un golpe de Estado y a lo largo de sus años de vigencia se cimentó de sangre, parece haber interpretado de manera correcta el sentir de los grupos chilenos mayoritarios.

Pero luego de 40 años, la sociedad chilena ha cambiado, sobre todo sus exigencias que parecen estar lejanas de lo que ofrece el viejo modelo. Reconocer esa situación y crear un nuevo proyecto es lo que animó al proceso de redacción de la nueva Constitución.
Esa situación quedó clara en la serie de inconformidades despertadas por el alza de las tarifas de transporte en 2020, las cuales mostraron la necesidad de cambiar el régimen y ahí comenzó el proceso de selección de diputados redactores que elaboraron el documento llevado a las urnas el pasado domingo.

La conversión de Chile a un Estado Plurinacional se encontró entre los puntos que hicieron tropezar al eliminado proyecto de Constitución. Reconocer que el país sureño está conformado por varias naciones indígenas en donde se reconoce personalidad y autonomía a sus habitantes, no satisfizo a muchos votantes.

Mapuche, Aymara, Rapa Nui, Atacameños o Lickan Antai, Quechua, Colla, Chango, Diaguita, Kawésqar y Yagan, son los pueblos indígenas chilenos que buscaban su reconocimiento como naciones. Es posible que hubiera un atajo: ser reconocidos como culturas, y plasmar que Chile es un país pluricultural. Una discusión para expertos, pero también con profundas consecuencias prácticas que ahora podría ser retomada para lograr lo posible.

Otro tema no menos candente es el del aborto. Es lugar común ligar religión a conservadurismo. En Chile el número de católicos ha descendido en los últimos años, igual que el número de creyentes de cualquier confesión en general, la confianza en la Iglesia también ha bajado y es claro que no se está a favor de la participación eclesiástica en la política.

Es probable que de lo que se pueda acusar al texto constitucional rechazado, es de haber sido demasiado vago en el rubro del aborto. Se señalaba que el Estado garantizaría el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos, y se aseguraría la interrupción voluntaria del embarazo, pero sin fijar plazo, lo que abrió la puerta a la campaña de que sería posible la interrupción de la gestación aún en el noveno mes, algo obviamente falso, pero que sirvió a una fuerte campaña de desinformación.
No fue la religiosidad la que inclinó a los electores a ver en esa propuesta la razón para rechazar el texto constitucional, sino el carácter conservador ciudadano, característica compartida con otros muchos países latinoamericanos. Y habría también que apuntar a la garantía de los derechos sexuales, es decir, a las preferencias sexuales diferentes a la heterosexualidad, condenado por la religión, pero también por el conservadurismo social.
Los motivos del “Rechazo” no se centraron en los dos citados, pero ambos pueden retratar el pulso de la sociedad chilena, algunos de cuyos miembros salieron a cantar victoria la noche del pasado domingo, y ante las cámaras de medios internacionales, alegaban que se había cerrado la puerta al marxismo y el comunismo, puerta que en realidad, el rechazado texto constitucional no abría.
Destaca la posición de Boric, quien buscó colocarse por encima de los diversos grupos al reconocer la insatisfacción con el texto rechazado, y asumir que es necesario más trabajo y diálogo, que finalmente es el papel de un gobernante, dirigir a todos hacia un mismo objetivo.
Y ese trabajo y diálogo lo inició ya, con la primera restructuración de su gabinete, del cual salieron entre los cambios un par de sus compañeros que lo arroparon en su viaje a La Moneda.
Entraron figuras de la llamada transición, es decir, de los gobiernos que condujeron políticamente a Chile tras la salida de Pinochet, considerados como “moderados”, pero con experiencia. Es la nueva puesta de Boric quien aún no cumple seis meses en el poder.
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