Por Christian Falcón Olguín
El escritor y poeta de nacionalidad británica e hindú Joseph Rudyard Kipling (1865-1936), autor del célebre “Libro de la Selva” y galardonado en 1907 con el Premio Nobel de Literatura, publica en 1888 su cuento corto: “El hombre que quiso ser rey”, obra que relata la travesía de un par de oficiales británicos que pretenden reinar una remota provincia de la India, aprovechándose de la valía de su formación cultural y militar, como el medio de manipulación y dominio. También el escritor, define la narrativa de un viaje cargado de simbología, las ironías en la obtención del poder y, la crítica hacia la colonización y el abuso de los pueblos.
El cuento inicia en el interior de un tren hindú con trayectoria de Ajmer a Mhow, en India central, en donde el propio Kipling, se inserta la historia, como un editor del periódico “Estrella del Norte”, quien conoce al vagabundo suboficial británico Peachey Taliaferro Carnehan, con quien entabla amena charla de política, servicio postal, impuestos y mitos de lugares recónditos al noreste de India.
En medio de la conversación, Peachey Carnehan le pide al editor Kipling, que le trasmita un mensaje especial a su distinguido amigo Daniel Dravot, quien, se encontrará como pasajero en un vagón de segunda clase en la intersección que hará el tren en su trayecto a Bombay, y que únicamente le debe comunicar: “Que su amigo Peachey se ha marchado al sur a pasar la semana”, entonces, él sabría donde encontrarlo. Ante singular escenario, el periodista accede a peculiar petición.
Días posteriores, el editor Kipling se reencontró con los dos aventureros en la provincia de Marwar, ante la sorpresa, éstos dos haraganes le compartieron que harían una expedición a Kafiristán, región ubicada en los límites al noreste de India con Afganistán, pues ahí, a quinientos kilómetros de distancia encontrarían valles repletos de fertilidad, riqueza y, según el mito, 32 ídolos paganos, por lo tanto, estaban decididos a convertirse en gobernantes eficaces, llevarles a la modernidad y establecer estrategias de batalla, mismas que les permitirían dominar una zona de bárbaros, además de su afán de convertirse en el ídolo pagano número 33 y 34.
Antes de partir, buscaron al periodista Kipling, para que les permitiera consultar en su oficina algunos mapas y libros que les dieran referencia exacta de la ubicación de Kafiristán, zona inexplorada de campañas militares, pero, antes de seguir, Carnehan y Dravot, deciden formalizar los términos de un contrato y un juramento entre ellos, mencionando que: Teniendo de testigo a Dios y, para evitar conflictos personales en su objetivo de ser reyes de Kafiristán, enfatizaban que, “prescindirían de poner su atención en alcohol y mujeres, se comportarían con dignidad y discreción, finalmente, se apoyarían y defenderían ante cualquier problema”. Firmándose de esta manera, su acuerdo, que hacia valer su entrañable amistad.
Dan y Peachey para adentrarse en su aventura, se hicieron pasar por bárbaros en una caravana de camellos en la zona de Jagdalak, avanzaron entre valles, riscos y cabras hasta que se toparon con nativos que se disputaban territorio, es ahí donde ven la oportunidad y, toman parte de un bando, usando sus armas y tácticas de batalla logran la victoria, impresionando al líder bárbaro Imbra, con ello, los aventureros tomaron el liderazgo para encabezar conjuntamente la dominación de la región en pueblos como Bashkai y Er-Heb. Fue tal el impacto y talento marcial del par de ingleses en la batalla, que fueron considerados dioses, así como, herederos de Alejandro Magno y de antiguos grandes maestros constructores.
En su andar entre los pueblos de Kafiristán, fueron guiados lealmente por Billy Fish, un nativo bashkai, que conocieron e identificaron por medio de una serie de claves de reconocimiento entre pueblos antiguos; así que, los viajeros fueron presentados ante sacerdotes de un Templo Imbra, el cual cabe destacar, tenía en sus muros una vasta ornamentación con simbología hermética. Ahí Daniel Dravot, que había sido aclamado como el Hijo de Alejandro el Grande, fue entronizado y consagrado como una deidad, mientras que Carnehan era designado para conformar y entrenar al ejército Kafires, así como enseñar la fertilidad y cosecha de los cultivos de la zona.
Todo llevaba prosperidad, integración de una sociedad fraternal jerarquizada, que llevaba a que fueran una población idealizada y dominante de la provincia, ante ello, Dravot, empezó a fantasear que sería reconocido por su reina inglesa y tener altos honores en Reino Unido, incluso, que sería propuesto como representante en otras regiones del mundo para llevar el mismo esquema de colonización y progreso.
Sin embargo, la ambición se apodero de Dan Dravot al considerar una dinastía real y la riqueza imperial, para ello requería tener un heredero y una reina, idea era imposible de aceptar por el consejo de sacerdotes, ya que esta petición le quitaba la representación divina y lo hacía ver como un humano, pero ante su insistencia, y el rechazo de las mujeres kaferies, pues sabían que debían ser sacrificadas; fue hasta que una mujer entre llantos aceptó la propuesta de desposarse con el rey.
Durante una noche nevada, ante una gran expectativa la ceremonia se realizó; Dan se presentó con su corona, dispuesto a recibir a los sacerdotes con la chica, y en el momento de su encuentro con el rey, éste abrió sus brazos y se dispuso a besarla, pero repentinamente, ella se abalanzó a morderlo en el cuello, dejándole una herida que sangraba, tal situación le llevó al Rey Dan a verse ante los sacerdotes como un hombre común, dejando atrás el mito construido, y su halo de inalcanzable por el poder que representaba como gobernante, este escenario motivó a una inminente rebelión que terminaría con la expulsión y desprecio por el engaño al pueblo karefí.
En paralelismo, la obra de Rudyard Kipling, aborda un importante tema para interpretar el error de idealizar a los gobernantes y considerarles personajes iluminados, ante el descuido en la falta de objetividad que sólo observa una vasija para los aplausos e idolatría; evitando verles como personas que se deben preparar para cumplir con el ejercicio público, pues los resultados de su gestión y velar por los intereses ciudadanos es la más sublime de sus obligaciones constitucionales, la cual también, compromete al pueblo a demandar su cumplimiento.
Finalmente, es necesario comprender que el gobierno no puede ser un organismo de abuso y desconfianza, por el contrario, debe ser incluyente, cercano aliado de la gente; porque su existencia es complementaria en sí misma, un buen gobierno es producto de ciudadanos conscientes, y viceversa;
Las expectativas serias se construyen con esfuerzo conjunto, forjado en acuerdos y consensos que atiendan las soluciones sociales, sin exceptuar que, el gobernante debe estar abierto a las propuestas ciudadanas, a la crítica constructiva y al señalamiento de faltas en la función pública si no, únicamente, las expectativas de todo gobierno representativo y democrático, se quedarán en los anhelos y proyectos fallidos causados por individuos repletos de inagotables suspiros por ser un rey.