Por Alejandro Ordóñez

Érase que se era, que esa soy la nena que yo era, como dicen los más bellos cuentos de hadas; porque de niña, mientras mi mamá -entre cigarrito y cigarrito de marihuana- me contaba historias, acostada en mi camita soñaba que era Rapunzel o la Cenicienta; pero no, soy una simple abogada, me llamo Norma Baker, con nacionalidad mexicana y norteamericana, hija de un senador republicano y de una pirujita muy simpática de Nueva York. Socia júnior de una firma de abogados, treinta años de edad, soltera, traviesa, me gustan la marihuana, la coca y el alcohol, las tachas no, es que soy quinestésica y si en mis cinco toco a la gente, con tachas sería capaz de comérmela viva. Tengo un novio que no es mío porque más bien es de su esposa de quien teme lo deje un día, pues ella es multimillonaria y él, un don nadie. No digo más señas, podrían reconocerlo, le llamaremos Federico, o mejor díganle Fede rico. Nos gustan los juegos atrevidos, más allá del látigo y los azotes. Somos sofisticados, aunque no tan originales. Tengo bajo el colchón un picahielo que saco discretamente cuando percibo que va a eyacular, le golpeo el pecho con el mango y grito como si fuera un samurai; entonces él, sin poderse contener, tiene unas venidas que habrían de ver, si fueran plumas de ganso preguntarían ¿quién rompió el cojín, niños? Es que, dice, está latente el peligro de que un buen día no controle el rencor que le tengo y se lo clave de a de veras. Jugamos a policías y a ladrones -por eso tengo bajo el colchón la pistola y las esposas que le robé al inocente teniente Sánchez-, también jugamos a violadores y víctimas; o a secuestradores y secuestrados. A veces me sigue en su auto por las calles y voy pidiendo a la policía ayuda a gritos. A todas las unidades, tenemos una emergencia por Polanco, se trata de un BMW plateado que transita por Horacio hacia el Periférico; nomás veo cómo se prenden las lucecitas de las patrullas y voy en mi calabaza encantada hecha la chingada por las calles. No doy las referencias de su carro, pero a veces me sale lo mala y digo color y marca, entonces lo siguen y al alcanzarlo lo rodean, le apuntan con ametralladoras, lo bajan a empujones, revisan el auto y cuando ven quién es, pues usted habrá de perdonar don, pero ora sí la regamos gacho y salúdeme a su suegro; muchachos, vámonos haciendo menos, no vaya a ser la de malas y se le meta el diablo aquí al señor. Y yo a unas cuadras de ahí, esperando su llamada, entonces me dice por el celular que soy una hija de la chingada, que el día menos pensado no lo cuenta y fuímonos al depa a darnos las mejores cogidas de nuestras vidas.

También nos gusta improvisar, hacer algo que nos sorprenda. Un viernes en la noche preparaba un reporte, en el estudio, como traía los audífonos no lo sentí, cuando me di cuenta tenía el cuchillo cebollero en mi pecho y frente a mí al mismísimo Darth Vader, diciéndome con voz de la Guerra de las Galaxias que me iba a coger y a hacerme no sé que tantas maravillas. Yo, que para entonces me había fumado tres cigarros de marihuana le dije: ¡Wow! ¿a poco? ¿Me lo juras?, ¡conste! pero deja ese cuchillo, no te vayas a lastimar. Me amarró suavemente a la cama porque le advertí que si me volvía a sacar moretones no se la iba a acabar conmigo, me vendó los ojos, rasgó de un manotazo mi blusa, luego la falda, empezó a pasarme el filo del cuchillo por los vellos como si quisiera dejarme lampiña para siempre, con rápido movimiento partió en dos mis pantis negras, de encaje, mientras yo soltaba un chillido y pensaba en voz baja: ¡Órale¡ Subió aquel filo y partió en dos mi sexy bra negro, cuando más empapada no podía estar, presa de la excitación, empezó con los jueguitos babosos de frótale con hielo los pezones y verás que duros se le ponen, pásale una pluma de ave por la bulba, verás que mana miel y yo, enfriándome a velocidad de la luz, pensando de qué kínder habría salido aquel infante. De pronto me montó, me penetró violentamente y con toda la furia de que fue capaz empezó a escudriñar lo más profundo de mis entrañas, lo hacía con tal fuerza y rapidez que creí sería Michael Douglas, treinta años atrás. Entonces pensé: este tigre no puede ser mi Fede rico, pero como tenía el juicio obnubilado por unas rayas que me había metido, me dejé llevar por ese potro de hierro que amenazaba con partirme en dos. Cuando la humedad aumentó intuí que el final estaba próximo, así que zafé mi mano derecha, con esfuerzo heroico tome el picahielo y dando un grito de samurai lo golpeé con el mango, en el pecho, con la certeza de que vendría la eyaculación más feroz de la que diera cuenta la historia, pero oh sorpresa, el pobre hombre gritó como si estuviera poseído por el demonio y se dejó caer al suelo, dándose feo fregadazo en la mollera. Segura de que algo iba mal me quité la venda de los ojos, saqué la pistola de debajo del colchón y encañoné la silueta que se movía en la penumbra buscando imaginarias heridas mortales en su pecho. Prendí la luz y tranquila pregunté: ¿quién eres, cabrón?, tú no eres mi Fede. Por supuesto no era mi Fede. Era Miguel o Micky, como le gustaba que le dijeran. Era el asesor de un político gallón e íntimo amigocho de mi Fede. Me sentí usada, como piruja ultrajada y abandonada (sin pagarle) en un callejón oscuro. ¿Pero qué te has pensado hijo de puta?, le dije. ¿Qué se han pensado? ¿Que pueden hacer conmigo lo que se les de su pinche gana, sin consultarme? Todo se puede Micky, pero para eso hay formas, primero se avisa, así que no sabes qué alacrán te echaste a la bolsa. Ponte las esposas, le ordené; luego, sin dejar de apuntarle, lo amarré a la cama y esperé la llegada del pinche Federico. Apenas cruzó la puerta me puse el casco de Darth Vader y con la distorsionada voz de la Guerra de las Galaxias le dije, mientras le ponía la pistola en la nuca: levanta las manos y no voltees porque aquí te mueres. Encuérate, le ordené, se puso las esposas que para entonces había yo liberado y sin dejar de apuntarle lo amarré. Lo aventé a la cama en la que lloriqueaba el imbécil de Micky. Saqué mi cámara de video y fingiendo el encabronamiento más brutal les solté toda la retahíla de majaderías que me sé. Les ordené: quiero ver un show gay, cabrones, así que muévanse, acaríciense, bésense y convénzanme que lo hacen bien antes de que me arrepienta y les dé un plomazo en los huevos, porque lo que me hicieron no tiene nombre. Primero protestaron, luego Micky lloró recargado sobre el pecho del Fede que lo acariciaba para tranquilizarlo, pero descubrí que esa escena no tenía nada de tortura y sus enormes erecciones me llevaron a desear estar en lugar de alguno de ellos, comprendí que estaban solos, habían dejado de importarles las amenazas y mi presencia, como la necesidad apremiaba dejé la pistola en el tocador y con un ojo al gato y otro al garabato empecé a acariciarme y fue tanta la sincronización y la buena onda alcanzada, que terminamos los tres al mismo tiempo.

Lo del teniente Sánchez fue diferente; fue, como dicen los policías, por necesidades del servicio. Ocurre que después de que denuncié que un intruso había intentado violarme en mi oficina, al teniente Sánchez -responsable de la seguridad del edificio- le dio por pensar que había yo mentido. No chula, me dijo el igualado -había dejado de ser la abogada Baker-. No chula, el intruso que usted reportó no salió del edificio, de seguro era su amante. Lo escondió en su despacho, las cámaras no registraron su salida. Jugó usted con la autoridad y eso está penado por la ley, así que voy a denunciarla. ¿Qué me quedaba? Lo reconocí humildemente y le pedí que me perdonara, pero dijo que sólo podría hacerlo si era amable con él. Por supuesto no me dejó alternativa. Pero será a mí manera, le dije. Fingiremos una violación porque si no hay emoción o peligro soy frígida a más no poder, en cambio si sigue mis instrucciones verá que no habrá de arrepentirse. Y el inocente accedió. Pasadas las diez de la noche salió de su oficina, según quedó grabado en sus máquinas de video. Subió por el ascensor al piso cincuenta, se dirigió a mi despacho, forzó la puerta, llegó donde trabajaba yo distraídamente y tan excitado venía el pobre que ni siquiera se fijó que había una cámara dentro de mi oficina. Yo corrí, corrí, pero no pude escapar. Él rompió mi ropa con violencia, hasta dejarme desnuda y con furia inusitada me penetró. Yo lloraba, gritaba desesperada y él ahí, sin poderse controlar, excitado en extremo por el abuso que estaba cometiendo a una pobre mujer desvalida; eyaculó, eyaculó miserablemente apenas se empezaba a poner buena la cosa, yo fingí un desmayo que aprovechó para huir. Al día siguiente lo llamé: No mi teniente, ahora sí que la regó gacho, cometió varios delitos, aquí está la denuncia de hechos ya preparada y no olvide que soy abogada: allanamiento de morada, abuso de autoridad, violación agravada; tengo copia del video que tomé anoche y además pedí al administrador de la torre copia del que graba el sistema de vigilancia del edificio, donde se ve cómo forzó la chapa de mi puerta, y la pericial del médico legista donde da cuenta de la brutal violación que sufrí anoche, lo voy a tener que refundir largos años en la cárcel. ¿Cómo la ve?, pero no se preocupe, déme el arma de cargo, como le dicen ustedes, regáleme sus esposas, el tanque de gas paralizante y la cachiporra, que para algo habrán de servir, y a usted no lo quiero volver a ver nunca, así que pida de inmediato su cambio a la corporación o renuncie o a ver qué chingados hace, y váyaseme rapidito, antes de que me arrepienta.

Dije que soy hija de un senador republicano, pero no busquen mi apellido en los directorios oficiales. Es que, ¿saben? Soy hija ilegítima, mi papi nunca me reconoció. Conoció a mi mami en una orgía de las que el senador organizaba y le servían para grabar y extorsionar después a sus amigos y enemigos políticos y que mi mami, que era lista, aprovechó una vez que la citó en su despacho para llevarse algunos de los comprometedores videos que después usó como argumento para convencerlo que tenía que ayudarla cuando quedó embarazada de él, paternidad que nunca aceptó, pero que lo hizo pensar en la conveniencia de llenarle los bolsillos de dinero y mandarla a México, donde nací, crecí y estudié derecho, desde donde le mandamos después uno de sus videos para animarlo a conseguirme trabajo, y lo hizo, me recomendó con alguien que es su gran amigo pues aparecían besándose en la dichosa cinta. Era el presidente ejecutivo del despacho de abogados quien rápidamente me hizo socia júnior de la firma. Por lo que respecta a Fede, hizo honor a su nombre, me llenó la bolsa de dinero y hasta me regaló un piso en Madrid, con tal de que le regresara el original (eso creyó) de su gay show. Y de Micky qué les cuento, ya es senador de la República y se la está jugando por la grande; como su partido es el que la rifó en México, durante muchos años, estoy esperando noticias que anuncien su regreso y así también está esperando, al inocente, un disco compacto con su debut como artista porno. Bueno amigos, si algún día andan de paseo aquí por Madrid, búsquenme en la guía telefónica, recuerden que siempre podremos organizar una “gala romana”, no necesitarán sino una sábana y muchas ganas de divertirse, y quién sabe, tal vez hasta en celebridades los convierta.

Adiosito.