“Esta madrugada un auto chocó en la Ciudad de México, hay dos personas muertas”. “Un tráiler volcó en una carretera de Veracruz, el conductor se quedó dormido”. “Dos personas mueren a balazos en una riña en el pueblo de …”.

Desagradable, ¿verdad? Pues así amanecen, desde antes de las seis de la mañana, los noticieros matutinos de las principales cadenas televisivas en el país. Solo notas rojas, sangre, balazos, muertes.

Vaya forma de empezar el día. Ni siquiera hemos tomado el primer alimento del día y ya vimos varios autos destrozados o imágenes borrosas de personas difuntas, rodeadas de policías, peritos y luces intermitentes rojas y azules.

La televisión es un medio enajenante per se. Al penetrar en el público a través de imágenes le ahorra al televidente la “fatiga” de leer o analizar lo que recibe. El mayor porcentaje de las personas, al mirar televisión, asumen que todo lo que aparece en pantalla es real y verdadero.

Tan solo recordemos el montaje de la presunta detención de Israel Vallarta y la ciudadana francesa Florence Cassez, asunto que incluso provocó una innecesaria tensión diplomática con el país europeo en el período de Felipe Calderón.

O la afanosa búsqueda de la niña Frida Sofía, supuestamente atrapada entre los escombros del tristemente célebre Colegio Enrique Rébsamen, después del sismo de septiembre de 2017, que mantuvo a miles de televidentes por horas frente a las pantallas, pendientes del “rescate”.

No cerramos los ojos ante la realidad cotidiana. Accidentes y fallecidos ha habido, hay y habrá siempre pero, ¿vale la pena tanta difusión y exaltación de dichas notas e imágenes? ¿No se podrían programar contenidos menos violentos a esa hora tan temprana?
Recién lo volvieron a hacer, lucrando con la tragedia de los mineros que fallecieron en la mina El Pinabete, en Sabinas, Coahuila. Mientras existió la posibilidad de rescatarlos con vida hubo “enviados especiales”, haciendo entrevistas con los angustiados familiares, grabando sus lágrimas y su dolor.

Como ya transcurrió demasiado tiempo y se asumió que no había posibilidad de rescatarlos con vida, la televisión retiró sus cámaras y micrófonos. Las familias afectadas siguen viviendo su dolor. La televisión se fue a buscar la nueva nota que venda y atrape audiencias.

La televisión es monodireccional, es decir, solo transmite y proyecta lo que sus dueños quieren, es el negocio, es el dinero. La televisión, salvo las señales de canales culturales como OnceTV o Canal 22, por citar algunos, no ofrece cultura, no permite la retroalimentación.

Si la situación política o económica les favorece, le otorgan los espacios principales; si les es adversa, la cobertura es mínima o, de ser posible, inexistente. Manejan la “caja china”, según la película “La Dictadura Perfecta”.

Aspiro a, metafóricamente hablando, tener una televisión que ofrezca entretenimiento sano, deportes, música, pero también noticias reales, relevantes, que nos ayuden, como espectadores a crecer intelectualmente y tomar mejores decisiones.

Creo que ya me “volé la barda”. Esta columna es bidireccional. Participen en el chat de Telegram o cualquiera de mis redes sociales. Con gusto los leo y respondo sus mensajes.

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