Por: Alfonso Padilla Vivanco

 

En el siglo IV a. C., el filósofo griego Aristóteles (382-322 a. C.) propone un sistema planetario en el cual la Tierra era ubicada en el centro del Universo conocido. Más tarde, en el siglo III a. C, el astrónomo y matemático griego Aristarco de Samos, también propone su propio modelo, la llamada teoría heliocéntrica del universo. Lamentablemente, no tuvo suficientes seguidores, y los teólogos e intelectuales de ese tiempo se sintieron más convencidos con la teoría geocéntrica, por lo que esta última se estableció como verdad absoluta y por ello prevaleció por muchos siglos. Esta concepción que colocaba a la Tierra como el centro de todo tardó hasta que el sacerdote polaco Nicolás Copérnico (1473-1543) y el físico Galileo Galilei (1564-1642) cambiaron la forma de pensar, retomando el modelo heliocéntrico donde ahora el Sol era colocado como el centro del universo conocido. Este último incluía a los planetas que podían ser vistos con telescopios de la época, a saber: Mercurio, Venus, La Tierra, Marte, Júpiter y Saturno. También la Luna y el Sol formaban parte de ese Universo conocido. En el siglo XVII, la teoría heliocéntrica no era divulgada libremente, como se podría pensar. Giordano Bruno, por ejemplo, fue cuestionado en el año 1600, por la Inquisición, por defender los conceptos heliocéntricos.

​Para el siglo XVIII, los astrónomos se preguntaban si el Sol estaba cerca del centro de la vía láctea, nuestra galaxia, la qué es bien sabido por cierto, que es de forma espiral. A propósito, el vocablo galaxia, viene del griego, γαλαξίας, y significa precisamente, lácteo. Fue hasta inicios del siglo XX, en el año 1917, que el astrónomo americano Harlow Shapley encontró que el Sol se ubicaba, aproximadamente 50,000 años luz del centro de la vía láctea. Poco a poco esta medida fue refinándose y ahora se sabe, con mayor precisión, que realmente estamos a una menor distancia, alrededor de los 26,000 años luz (al), con un rango de error de 1,400 al.

​Una pregunta común, que en las diferentes épocas, el ser humano se ha hecho, es acerca de las distancias a las que se encuentran las estrellas que están en la vecindad de nuestro sistema planetario, así como de los elementos químicos que las componen. Gracias al desarrollo tecnológico tanto de los telescopios, como de los instrumentos de medición, se han podido medir las distancias de algunas de las estrellas más cercanas a nuestro planeta, que están a no más de 20,000 años luz, algunas de estas son: Proxima Centauri, Alpha Centauri A y Alpha Centauri B, este sistema triple está a menos de 4.5 al; la estrella de Barnard, está se encuentra a menos de 6.0 al; la estrella Wolf 359, a menos de 8.0 al; el sistema binario Sirius A, Sirius B, a menos de 7.5 al; Épsilon Eridani, aproximadamente a 10.5 al; Épsilon Indi casi a 11.83 al; la pareja 61 Cygni A y 61 Cygni B, a una distancia de 11.0 al; la estrella Tau Ceti casi a 12.0 al; y finalmente, las estrellas binarias Procyon A, Procyon B a 11.41 al. Algunos de estos sistemas de estrellas son binarias interactivas, que orbitan en torno a un centro de masas común.

​La brillantez de una estrella ha sido, sin duda, uno de los aspectos más sobresalientes que a simple vista los seres humanos en las diferentes latitudes han tratado de explicar dando para ello diferentes razones. En 1913, el holandés Ejnar Hertzsprung y el americano Henry Norris Russell, proponen un diagrama que relaciona la temperatura de la superficie de una estrella versus su brillantez. Esta gráfica es ahora ampliamente usada por los astrónomos, y es conocida como diagrama H-R. La mayoría de las estrellas, incluyendo a nuestro Sol, quedan graficadas sobre una banda diagonal llamada secuencia principal. Las estrellas que aparecen de esta secuencia, frecuentemente, son llamadas enanas, aunque algunas son 20 veces más grandes que nuestro Sol y 20,000 veces más brillantes que este mismo.

​Mediante el diagrama H-R, se pueden clasificar a las estrellas de acuerdo con su temperatura y luminosidad. En este esquema se pueden encontrar estrellas enanas rojas y blancas. También las gigantes rojas y las supergigantes. Las estrellas enanas rojas tienen tamaños menores al Sol. Éstas están consumiendo su combustible a fin de extender su existencia, para al menos unas decenas de billones de años. Por otra parte, las enanas blancas son aún más pequeñas que las enanas rojas, su tamaño típico es de aproximadamente el tamaño de nuestro planeta, pero con una masa cercana a la del Sol, lo que significa que tienen una densidad muy alta.

​Las estrellas clasificadas como gigantes rojas son muy comunes de encontrar en el espacio exterior. Su temperatura es muy similar a la de, las enanas rojas, pero con un tamaño muy superior. Un ejemplo de este tipo de estrella gigante es: R Leporis, en la constelación de Lepus (Conejo). Como referencia esta constelación está siempre en la parte sur de la constelación de Orión (Cazador). Una de las estrellas más espectaculares que se pueden ver en los cielos de otoño-invierno, es la supergigante roja Betelguese, su tamaño aproximado es de 1,000 millones de kilómetros. Mientras que el tamaño de nuestro Sol es de apenas 696,340 km y el de La Tierra de 6,371 km. Betelguese hasta hace poco, era la única estrella de la que se tenía evidencia fotográfica de su superficie.

​En cuanto a su temperatura se considera que una estrella es muy caliente cuando está tiene una temperatura por arriba de 25,000 grados centígrados. A simple simple vista se ve en color azul. Un ejemplo de este tipo de estrellas es Alpha Lacertae. Otros casos de estrellas calientes son: Rigel y Espiga, que tienen una temperatura entre 11,000 y 25,000 grados centígrados. Dos ejemplo de estrellas menos calientes son: Sirius y Vega, con temperaturas de 7,500 a 11,000 grados centígrados. Estrellas que son consideradas más frías, son aquellas cuya temperatura oscila entre 3,500 y 5000 grados centígrados, dos ejemplos son Aldebaran y Arturo. Y estrellas que son clasificadas como frías son, Betelguese y Antares, esta última en la constelación de Scorpio.


​Sin duda que, las estrellas del firmamento, han sido inspiradoras tanto de leyendas, mitologías, épicas, cuentos y novelas; en todas las épocas y en todas las latitudes de nuestro planeta. Quizás por ello, el celebre matemático Henry Poincaré (1854-1912), escribió refiriéndose a la Astronomía usando la siguiente frase: L’Astronomie est utile, parce qu’elle nous élève au-dessus de nous-mêmes; elle est utile; parce qu’elle est grande; elle est utile, parce qu’elle est belle…(La Astronomía es útil, porque nos eleva por encima de nosotros mismos, es útil, porque es grande; es útil porque es hermosa…).

alfonso.padilla@upt.edu.mx