Por: Christian Falcón Olguín
En 1950 el diplomático, ensayista y poeta mexicano Octavio Irineo Paz Lozano (1914-1998) publica su obra cumbre: “El Laberinto de la Soledad”, un audaz ensayo antropológico de la idiosincrasia mexicana, desde capítulos como: “Los Hijos de la Malinche”, “El Pachuco”, hasta “Todos Santos, Día de Muertos”, entre otros; los apartados capitulares señalan las herencias culturales, religiosas, políticas, económicas e históricas que desde nuestra mexicanidad nos presenta en el mundo.
El mexicano galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1990 describe la interpretación de la celebración de las fiestas patronales y cívicas; la entrega total en la consagración ceremonial de los santos con la fastuosidad de la pirotecnia, elaboradas ornamentaciones y gastos onerosos; prioridad señalada en el ánimo colectivo al vincular su religiosidad, permitiendo que la personalidad reservada y hermética, se dé a la fuga para expresar a todo pulmón la fe, nacionalismo e incluso, la manera de celebrar a la muerte en nuestros juegos, amores y pensamientos.
Desde la anterior perspectiva, el ilustre poeta señala que las costumbres mexicanas heredadas desde la época prehispánica, crean homogeneidad en la cosmovisión de la muerte entre los pueblos originarios y las urbes del país, mostrando singulares rituales mortuorios como las ofrendas del “Día de todos los santos”, comúnmente conocido como la celebración del “Día de Muertos”, periodo anual considerado del 1 al 2 de noviembre, época en la que se componen homenajes fúnebres a quienes han partido al más allá, generando en ello, una simbiosis del pasado y el presente. Con ejemplar colorido las festividades de todos los santos, se presentan con música, velación, imágenes y la gastronomía preferida de quienes retornan de su descanso sepulcral, otorgando dentro del imaginario colectivo, la oportunidad del reencuentro espiritual por algunas horas con los seres queridos y familiares.
Señala Octavio Paz que, la concepción de la muerte se encuentra expresada en la solemnidad y en la sátira del mexicano, desde nuestra individualidad nos enfrentarnos cara a cara con la muerte y con su contraparte íntimamente relacionada, la vida; ya que, desde la soledad, uno nace solo desde el vientre materno, al igual que, con la misma soledad purificadora todos nos encontramos destinados a cruzar el umbral de la mortandad, un viaje entre la oscuridad y la luz.
Al mismo tiempo, el desdén y arrojo mexicano se expresa en refranes “si la muerte me va a llegar mañana, que me maten de una vez”, dando la idea de que todos estamos dispuestos al morir y sacrificar; aunque, tal vez, estamos más alejados a la disposición del saber vivir, teniendo con ello, una correspondencia ambigua de conciencia y nostalgia sobre de la muerte en México.
En 2010, con el centenario de la publicación del caricaturista hidrocálido José Guadalupe Posada, quien con su innobel genio creará “La Calavera Garbancera”, personaje con el cual, deseaba burlarse de la clase alta porfirista caída en desgracia económica, aparentando una condición social ficticia mediante el uso de sus elegantes vestiduras; del mismo modo Posada, busco criticar a personas de origen indígena que vendían garbanzos en vez de maíz, en su pretensión por acercarse a las costumbres europeas porfirianas, alejándose claramente de las tradiciones de sus pueblos originarios. Dicho personaje se inmortalizaría con el tiempo, rebautizada como “La Catrina” por el muralista Diego Rivera.
Lo curioso e irónico en la actualidad, es la popularidad hegemónica de las Catrinas y Catrines en desfiles y festejos alegóricos, pues fue a partir del estreno en 2015 de la película “Spectre” del Agente 007, donde se mostraron escenas de un desfile de día de muertos, repleto de calaveras gigantes y catrines por las calles del centro histórico de la ciudad de México. Sin embargo, nuestra cultura e idiosincrasia va más allá, pues ésta se encuentra impregnada en cada mexicano que celebra a sus difuntos en sus ofrendas y tradiciones heredadas por sus ancestros, y para muestra, basta con la maravillosa celebración del “Xantolo” en la huasteca hidalguense, tradición llena de orgullo y emoción plasmada en los altares, gastronomía, bailes, máscaras y, la convivencia entre elementos simbólicos fúnebres.
El Rock Mexicano Mortuorio, como quisiera conceptualizarlo en esta ocasión, tuvo su máxima expresión en la década los noventas del siglo pasado, ¡ufff! qué lejos se escucha y tiene apenas unas cuantas décadas, solo basta con recordar la composición musical y videos alegóricos basados en la tradición del día de muertos, son evidentes los acordes, letras y matices armónicos moldeados por bandas mexicanas como “Caifanes”, que lanzaron temas como: “Mátenme porque me muero”, “Antes de que nos olviden”, “Nada” o “Mariquita”, igualmente se encuentra “Café Tacvba” con rolas como: “María”, “El Catrín” y hasta la estimulante “Muerte Chiquita”, además, de “Fobia” con: “Dios bendiga a los gusanos” o a la “Santa Sabina” con “Babel”, entre otras extraordinarias bandas que dejaron un sonido y lirica mortuoria en nuestra música popular, tal fue la influencia del género, que en Hidalgo, hubo bandas rockeras que aportaron su talento musical, como los ixmiquilpenses de “El Huacal”, expresándose en la composición de: “Los Muertos”.
En suma, la figura representativa y simbólica de celebrar la muerte en nuestra cultura mexicana está impregnada hasta el tuétano, desde la literatura, el arte, la música, la poesía, así como en los sabores, colores y olores que nos caracterizan, para deleite de todos quienes busquen un encuentro con la realidad y con lo etéreo.
Para ir concluyendo, es frecuentemente en estas fechas organizar con antelación los preparativos para asistir al panteón con la intención de realizar el aseo y decoración en la lápida, dejar una ofrenda floral acompañada de rezos, inclusive, llevar música y algún alipús de acuerdo al folclore familiar; mientras tanto, los altares para los santos difuntos, son un espacio dedicado a la exaltación a la vida después de la muerte, con el colorido del cempasúchil y el papel china, imágenes representativas, pan de muerto, bebidas y néctares, platillos favoritos, inciensos o aromatizantes especiales, complementando con oraciones y bienaventuranzas escatológicas, un breve momento de trascendencia espiritual para celebrarles, agradecerles y, mientras tanto, honrarles con tener una buena vida.
Finalmente, Octavio Paz escribió en su magistral obra: “Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos”, por lo tanto, considero que no hay necesidad por apresurarse en conocer los misterios de la muerte, para eso se tendrá una eternidad, es preferible adoptar el reto por desvelar los misterios de la vida, aquellos representados diariamente en actos como: intentar, caer y levantarte, a través de los sublimes sentimientos de: amar, ayudar, perdonar y tener fe, así como en contemplar y regocijarte con las maravillas del mundo: la familia, los amigos y la naturaleza; llenarse de instantes que te permitan respirar y exhalar plenamente, aquellos que al final, te definirán más allá de la muerte… Y, porque no, leer y escuchar al Nobelístico Paz y rock mortuorio.