Por Alejandro Ordóñez

 

De día. Exterior. Gran plano general. Cámara inicia acercamiento. El sol brilla. El viento mece las copas de los árboles. El césped, de un verde intenso; en el centro de aquel, digamos jardín, una caja roja mate rodeada de flores blancas. A un costado una danzonera toca “Nereidas”. Un hombre entra a cuadro, camina hasta la caja, la abre, se inclina brevemente hacia dentro de ella, se incorpora, deposita una rosa y cierra la caja. Imagen congelada. Fade out.

Quedó de poca madre, Pachis. ¿Puedes verla desde donde estás? Pachis, la de la nueve, con labios y mejillas coloradas. Píntame los párpados de azul y tízname las pestañas papacito, ponme mis pantuflas doradas y mi chalina con pendejuelas plateadas para que a estas viejas se les quite esa pinche risita y aprendan a respetarme, que sepan que soy la puta más chingona de todo el universo. Sí Pachita. Sí mi rey, dime Pacha, Pachita, Pachis, o ya de jodida pues Francisca; pero nunca vayas a decirme Pancha o Panchita porque así me llamaban en una casa donde trabajé de criada, quesque porque quería volver a ser decente ¿tú crees? Me levantaban en la madrugada y a chambear como burro todo el día: y Pancha esto y Pancha estotro. Y en la noche, rendida, veía cómo la rendijita de luz que se filtraba por la puerta de mi cuarto se iba haciendo grande, después chiquita, luego unos pasitos se me acercaban y un ruidito de ropa que caía al piso y cuando venía a ver tenía al viejo atrás, encuerado, como burro en primavera. Panchita: no digas nada, soy el señor. ¿Qué quiere? Váyase o grito. Y él: no te hagas Panchita, si a leguas se nota que te reencanta. Mira nada más que pechos, que piernas, que caderas. Y es que siempre he tenido buena nalga, mi rey, ¿será por la bailada? Así ocurrió varias veces, yo lo dejaba hacer porque el viejo estaba requetebién armado, si yo desde que lo vi me dije: órale mi Pachis, atásquese ora que hay lodo. Con decirte que nomás de acordarme se me hacen agua las… pero claro, ahora sigo con el tema. Yo me aguanté hasta que me harté y lo esperé atrás de la puerta. Y ahí la rendijita de luz abriéndose, y ahí va la rendijita de luz cerrándose, y los pasitos y la ropita que cae, cuando oí que el tambor de la cama rechinaba, encendí la luz, lo encaré con una charrasca y le dije: ora sí ya me cagaste. Y él que pega un brinco. Pancha, Panchita, que susto me pegaste, ¡shhh! no grites, vas a despertar a la señora. Me vale madres, ¿me oíste? Ya me cansé de ser tu pendeja, que le enseño la charrasca, ¿ves esto? fue de mi madre, con ésta charrasqueó a Agustín Lara. ¡Ay, Agustín Lara! Si yo hubiera sido más vieja a la mejor hubiéramos trabajado juntos en la misma casa de citas y que tal que me compone a mí: “…acuérdate de Acapulco, María bonita, María del alma…” Bueno mi rey, es un decir, yo sé que hay de putas a putas y ora sí que como dijera José Alfredo, yo no entiendo eso de las clases sociales, pero de que las hay, las hay. Que le digo: ya la gozaste, ahora pagas o no sales vivo. Dejas aquí tu ropita, vas al estudio y agarras lana pa pagarme; yo, pa que veas que soy buena, le hago como la policía: lo dejo a tu criterio güey, y no regreses vestido porque te dejo un recuerdito en plena jeta que no lo vas a olvidar nunca. Cuando volvió, muriéndose de frío, le di mis últimas instrucciones: te vas a quedar aquí, acostadito, no la vayas a hacer de jamón porque te chingo. Todavía más que por malora, por protegerme y no me fueran a acusar de ratera, me llevé su ropa y cerré por dentro la puerta de la cocina para que no pudiera entrar a la casa, prendí las luces, puse el estereofónico a todo volumen y me fui hecha la madre por las calles, atacándome de risa. ¿Cómo la ves mi rey, te sigo platicando? Pío, pío, pio.

Como usted diga Pachita. No me hables de usted, a las putas nadie nos habla así. Como usted diga Pachis. Pinche Luis, ¿no te digo, nunca te has cogido a una puta? No Pachita. Pinche Luis, se me hace que eres puñal. A ver, ¿eres de clóset, travesti o mariquita? Ninguno de ellos Pachita. Ah, entonces eres de clóset, pero no te preocupes mijo, ya se te irá quitando la vergüenza. Pío, pío, pío. No me llamo Luis, ¿por qué me dice así? Es que te pareces a un cliente que era muy inocente, con decirte que le vendí cinco veces mi virginidad y cinco veces la pagó a precio de oro. Eso sí, esperaba que viniera borracho y estuviera yo terminando de menstruar, porque una vez lo hice al principio y el pobre, al ver tanta sangre, casi se desmaya y lo único que se le ocurrió fue preguntar: ¿te lastimé, mamacita? Primero era un juego, pero me gustó la lana que ganaba; y él estaba orgulloso, se creía el exterminador de las vírgenes.

Cuénteme algo de su vida Pachis, ya ve que quiero filmar una película. Mira Miguel. ¿Miguel? Sí, tuve un padrote tan ingenuo como tú al que hice como me dio la gana. Le decía: estoy embarazada, tengo antojo de chocolates y ahí se iba el pobre, a media noche, por lo que de malora le pedía, y eso que tenía tres días menstruando. Luego, pasadas algunas semanas preguntaba por el bebé, y yo, que ya ni me acordaba. ¿Eh? Ah, pues está bien. Pío, pío, pío.

Miguel, ¿quieres morirte de risa? deja que les grite: ¡Enfermera, cómodo! Verás cómo salen disparadas y hasta se pelean por ponérmelo. Yo entonces me tiro de la risa y les digo: me las estoy cabuleando; ¿a ver, por qué no corren así cuando les pido mi analgésico? Pero no se confíen porque el día menos pensado me les zurro. Pinche Miguel, tú sí que eres espléndido, esta nieve de limón me quita el asco y está de poca madre. Imagínate cómo me siento vomitando cada diez minutos, todo el día. No me veas Jorge, ¿no ves lo madreada que vengo? Y es que esa pinche quimio me está matando de a poquito. Píntame los labios de rojo y las mejillas también, tízname las pestañas y ponme mis pantuflas doradas porque estas viejas no me dejan usar zapatos de tacón dorado. Pinche vida no vale nada, como dijo José Alfredo. ¿Te platiqué que me pretendió?, por eso dije que me había compuesto “paloma querida”, lo malo fue que en la tele dijo que su esposa se llamaba Paloma y entonces sí, no me la acababa con las putas de aquella casa, búrlese y búrlese de mí, entonces que las encaro y les suelto: nos dice así a todas sus viejas: Palomas, o qué, ¿creían que era de una sola mujer? Ya parece, si mi José Alfredo era un viejo poca madre. Pío, pío, pío.

Ponme un danzón y báilalo conmigo Joaquín. A ver enfermeras, ¿y si Juárez no hubiera muerto? ¿Qué onda, mis reinas? No sé Pachita, ni yo tampoco, mi fuerte no es la historia. ¿Ya ven? deben prepararse, cultivarse como yo para poder brillar en sociedad: Si Juárez no hubiera muerto, todavía viviría. Pinche Juaco, ponme Nereidas y báilala conmigo. Bajas la mano a la cadera y me acaricias, pero no estrujes. No lo hagas como pelado, no te quieras atascar. Es baile de salón, y esto de fajar es cosa muy decente. Yo siempre me encueré en privado, por eso cuando me llevó mi Richard a un teibol, al ver los desfiguros que hacía una mona, con un tubo, me dio harta muina, y como estaba borracha encaré a la putilla, le grité: desvergonzada, vulgar, nomás andas desprestigiando la profesión, puta decente habías de ser; y la gente en las mesas gritando y los sacaborrachos a punto de madrearme, si no hubiera sido porque el Richard traía fusca, no la cuento. La putilla se bajó escamada de que fuera a soltarle un madrazo y yo, con todo comedimiento: maestro. ¿Podrían interpretar Nereidas? Que se arrancan, jalo a uno y le digo: a ver papacito ven conmigo y él, muy refinado, me pone la mano en la cadera, pero bonito, sin calenturas juveniles, se me entrepierna y todos aullando; luego otro buen hombre le dice: ¿me permitiría usted caballero? Y él que sí, luego otro y otro. Alguien empuja al Richard a la pista y el Richard bien decente: ¿me permitiría usted, señora? Y que grita una voz: vivan los novios y nos avientan las palomitas, de botana, como si fuera arroz del que se les arroja a los recién casados, que me carga el Richard como si fuera la novia y le da la vuelta a toda la pista para que me despidieran como torero caro y todos a mi paso llenándome de rosas. Adiós papitos, papacitos, mis reyes, mis reycitos, aquí tengo con qué quererlos. Pío, pío, pío.

Ponme unos chiqueadores de romero, Luis, ¿ya ves? Me distraes y no te cuento nada, ¿así quieres hacer mi película? No sabes cómo me cansé. ¿No ves que con la quimio acabo desguanzada? ¿Qué quieres saber de mi vida? De trece años. Recién entraba a la pubertad. Mi madre tenía poco de muerta. Mi padre vendió mi cama para sacar algo de dinero. Dijo que dormiríamos juntos pero me negué y preferí hacerlo en el suelo. Cuando llegaba borracho me encerraba en la cocina y salía hasta que lo oía roncar, pero una vez llegó muy tarde, no lo sentí, cuando desperté estaba encuerado a mi lado, con aliento alcohólico y hablar trastabillante: Pachhhis, no tengas miedo, no te va a doler, me besó con su bocota apestosa, casi vomité por el asco que me dieron su lengua y su saliva, se me echó encima, cuando reparé estaba tocando, casi dentro, tomó impulso y se metió de un golpe, y el grito aquél suspendido en el aire, con los ojos saltones como de sapo y el dolor clavado en la ingle. Días después llegó borracho. Me pegó, dijo que era una puta, la causante de su perdición y su desgracia. ¿Por qué me provocas, cínica, qué diría tu madre si viviera? Y yo sangrando por la nariz y con ojos de cotorra. Me jaló, rompió mi blusa dejando al descubierto mis pequeños pechos, empezó a pellizcarlos y a chuparlos, luego me penetró, yo lloraba de coraje e impotencia. Apenas se durmió me fui de casa. Empecé mi fulgurante carrera de puta. ¿Cómo ves mi Luis? Llegué lejos. Cuando me enteré de su muerte fui hasta su lápida, me paré enfrente y empecé a gritarle: aquí estoy cabrón, aquí está lo que hiciste de mí. ¿Estás contento? Ahora soy una puta exitosa y tú un pendejo fracasado. Púdrete garañón; púdrete en el infierno, que no habrás de salir de ahí nunca. Escupí sobre su tumba y me largué para no volver jamás. Pío, pío, pío.

Pachis, Pachita, la de la cama nueve, la del cáncer en la matriz y metástasis en los pulmones. Píntame los labios de colorado y tízname las pestañas. ¡Ay, Luis!, ¿vieras que coraje me da recordar eso? Quita esa cara no seas aguafiestas. Ayúdame a parar. Ya sé que lo tengo prohibido, ¿y qué con el catéter?, pues que se joda y el oxígeno también. ¿Oye, entonces voy a ser el personaje principal de tu película? No pues está de poca madre. Levántame despacito, ¿no ves que estoy madreada? ¿Oye, y ya pensaste qué artista me va a representar? Yo diría que la Rojo, mi rey, si la María tiene unas nalgas así de paraditas y unas piernas casi como las mías. Si tuviera algunos años menos y no tuviera esta pinche enfermedad, podría hacerla yo. No me hagas caso, levanta el brazo, entrepiérnate y sóbame atrás, ¿sientes algo?, porque yo estoy sintiendo un calorcito sabroso. Mira, vamos a girar despacio: un, dos, tres, cuatro; un, dos, tres, cuatro. ¡Ay Luis!, pero si ya te estoy sintiendo. Ándale, pero que calladito te lo tenías. Ya, ya no aguanto más, siéntame, acuéstame. Pío, pío, pío.

Pachis, ¿le puedo hacer una pregunta? ¿Por qué siempre termina así sus frases? Ay mi rey, porque no quiero que estas pendejas digan que me morí y ni pío dije. ¿Sabes qué es lo que más extraño? Mis zapatos de tacón dorado, mi vestido entallado, escotado y con una abertura en cada pierna. Con unas pendejuelas verdes y una chalina con perlas plateadas. Ay Luis, por qué no, a cuenta de mis derechos de la película me compras mi equipo de puta, pero en lugar de zapatos de tacón alto mándame a hacer unas pantuflas doradas, total, yo ya no duro mucho y el equipo que compres lo puedes usar en la película, aunque pensándolo bien preferiría que me enterraras con él. ¿Sabes cómo me imagino el final? Una caja roja con la Pachis dentro, rodeada de flores blancas, en medio de un jardín, porque no quiero que mi caja sea negra o gris. Roja mate, forrada de peluche blanco para que así parezca princesa y tú, mi rey, antes de que bajen la caja la abres y me besas en la frente, mi príncipe azul, para que despierte en la otra vida, en una vida mejor. Pío, pío, pío.

Montreal-Quebec. Abril de 2006.