Por José Iván Ramírez Avilés
En El libro de todos los moles, Taibo I nos transporta por medio de texturas, colores y sabores por la gastronomía virreinal, la cual se entremezcla con múltiples expresiones urbano arquitectónicas que van reconstruyendo una fantástica imagen de esta ciudad. Hay un relato en particular que llama la atención y con el cual el escritor inicia el libro, la leyenda que dice que Puebla de Zaragoza es una ciudad trazada por los ángeles.
Y ciertamente, esa frase, hasta hace unos días, parecía para mí tal cual, una “leyenda”, que podía expresar tan solo el sentido figurado de la riqueza que se disfruta al caminar por los sitios centrales y emblemáticos de ese lugar y la belleza artística que todo eso desborda para todos nuestros sentidos. Pintorescas obras de arte y arquitectura barroca, esculturas, calles que dejan no solo contemplar, sino imaginar en un segundo infinito, su pasado histórico majestuoso.
La idea de los ángeles trazando las calles de Puebla vino a mi mente, en días pasados, cuando una visita a esta hermosa ciudad hizo que me percatara de que esta historia estaba más cerca de la realidad de lo que se piensa. Y es que, pese a saber que Puebla es clave en el pasado de la planeación urbana y arquitectónica del centro de México, desconocía un dato peculiar de su historia, como bien dicen lo interesante de esta vida es el constante aprendizaje.
Al caminar por Puebla me encontré frente al templo de San Francisco, en sí mismo el edificio religioso es impresionante por su arquitectura entre barroca y neoclásica y por la presencia de cantera y talavera (1744). Aunado a lo anterior, en sus entrañas resguarda una maravilla más, ya que conserva expuesto el cuerpo de San Sebastián de Aparicio, en una urna con paredes de cristal y con placas en las que se narra, al menos, parte de su vida, más que el cuerpo de más 400 años, que aparenta descansar en un plácido sueño, algo que me dejó interesado fue la participación de este fraile en gran parte de la planeación vial y urbana no solo de Puebla, sino de parte del centro del país.
Sebastián de Aparicio es nombrado actualmente como el fundador de los caminos de las Américas; el de los caminos de las “carretas” o el que inició los caminos para los primeros servicios de transporte rodado, lo cual refleja la importancia de estos personajes en la planeación urbana y regional de México. A él se debe el Camino Real que lleva de México a Veracruz, así como la ruta de la plata que conectaba o conectó Zacatecas, San Luis Potosí y Durango, entre otros estados y localidades que finalmente se beneficiaron de estas intervenciones.
En la historia de este personaje se señala su influencia para solucionar problemas sobre todo de hambre y precariedad que existía en la zona, tanto en sus alrededores como de los mismos integrantes de su orden religiosa. Antes de tomar los hábitos contribuyó de igual forma a la domesticación de ganado para el transporte de mercancías, entre otras actividades que siguieron teniendo eco en las tradiciones mexicanas, como la charrería.
Los caminos y las distintas intervenciones realizadas por Aparicio están vinculadas a las primeras rutas comerciales que permitían una mayor movilidad y rapidez, primero obviamente con un beneficio para la expansión de las evangelizaciones como también de la interminable conquista de territorios inexplorados o, por lo menos, permitiendo un mayor control político y religioso. Pero también es interesante cómo estos caminos terminan reconociéndose, en pleno siglo XXI, como patrimonio de la humanidad y en su momento y actualmente representan corredores económicos de gran relevancia, en ellos se transportaba, en sus inicios por medio de carretas, mercancía que se hacía llegar a las haciendas y demás centros urbanos.
Por lo anterior, la leyenda mencionada ya no parecía tal, era el momento en el que me acercaba a conocer un poco más del urbanismo novohispano, a descubrir un personaje que no es mencionado con regularidad en la historia del urbanismo en México y que podía expresar que realmente la ciudad de Puebla si bien no fue trazada por los ángeles, sí por seres humanos con una influencia religiosa importante y, ante todo, por grandes visionarios.
Sobre Sebastián de Aparicio existe una larga narrativa de su vida, en la que sin duda el impacto de sus obras en la planeación de caminos a nivel regional sigue perdurando y fue parteaguas del crecimiento económico de empresas mineras, del florecimiento de las haciendas, y del traslado de bienes materiales y tradiciones inmateriales. Si bien a lo largo del tiempo algunos caminos quedaron en el olvido, sobre todo con el surgimiento del ferrocarril y hoy en día con nuevas carreteras federales, merecen un reconocimiento por la innovación que en su momento representaron y que algunos contextos continúan representando.
Sin duda, el simple caminar por el antiguo centro histórico de Puebla, recorrer sus iglesias, sus calles, sus antiguos lavaderos comunales de Almoloya (que por cierto también son de gran simbolismo en la participación comunitaria que tuvieron las mujeres indígenas, negras y mulatas, al exigir mejores condiciones de vida y laborales) también permite observar, tocar, imaginar y respirar su arquitectura sino resignificar la historia desde lo más cotidiano de las ciudades y del urbanismo en sus múltiples etapas y contribuciones multidisciplinarias.
Lo anterior toma relevancia sobre todo en momentos como los que vivimos: grandes tormentas globalizadoras, epidemias y donde el libre mercado del llamado capitalismo “urbano”, es urgente regresar no solo a reflexionar sobre los modelos urbanísticos del pasado que fracasaron, sino también regresar a entender sus causas, como urgente es retomar los avances y reconsiderar las aportaciones de aquellas intervenciones exitosas, revalorar a los gigantes y visionarios que sin duda marcaron épocas y sin lo cual sería incluso difícil hablar del intercambio tan rico de sabores, saberes, colores, tradiciones, mezcla de guisos y moles, así como de la propia arquitectura y el urbanismo del que disfrutamos en estas ciudades, ya consideradas como patrimonio de la humanidad.
Es imperante regresar y reconsiderar grandes aportaciones de personajes, que pese a las críticas que pudieron recibir en su momento han cambiado y articulado grandes núcleos urbanos y han sido además innovadores para su tiempo.
Hoy más que nunca necesitamos de historia, recordar a esos gigantes y visionarios, esperando que el urbanismo retome su camino, que los urbanistas vuelvan a tener ese impacto en las reconfiguración y planeación de las ciudades, no solo en estética o en ciudades escenario, sino con ideales de transformación y revolución social, para la igualdad en el derecho al disfrute de lo “urbano” de todos sus habitantes. Para ello, hay que visibilizar la historia del urbanismo poniéndole nombre, en este caso hablamos de Sebastián de Aparicio y en la próxima entrega retomaremos la vida de un hidalguense cuyos proyectos reconfiguraron las mismas entrañas y profundidades de una de las ciudades más grandes del mundo, la ciudad de México.
Profesor Investigador
Dr. José Iván Ramírez Avilés*
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