Por Jorge Esqueda

La Cumbre del Clima o Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en su edición 27, o más corto, la COP27, terminó sus trabajos con muy pocos avances y el riesgo de convertirse en lo que otros foros mundiales han caído: un escenario de lucimiento y grandes declaraciones con apenas resultados concretos.

De acuerdo a informes de Naciones Unidas, estos trabajos buscaban avanzar en cuestiones como la reducción urgente de las emisiones de gases de efecto invernadero, responsables del calentamiento global, aumentar la adaptación a las consecuencias del cambio climático -como el aumento del nivel del mar- así como hacer realidad los compromisos para financiar la acción a favor del clima en los países en vías de desarrollo, exactamente aquellos que menos pueden hacer pero que más sufren por las alteraciones del clima.
Al final, el resultado concreto más importante y publicitado fue la creación del mecanismo de financiamiento que compensará a las naciones más vulnerables por las pérdidas y daños causados por los desastres climáticos.

El acuerdo no fue fácil, como lo demuestra que tardó en pactarse dos días más de lo programado, del viernes al domingo, aunque debe aclararse que es una demora usual en este tipo de trabajos climáticos.

Empero, la pregunta que surge es sobre la capacidad que tendrá ese mecanismo cuando hubo pocos o ningún avance en las medidas sobre los desastres climáticos originados en la mano del hombre.

Tal es el caso de la eliminación progresiva de los combustibles fósiles cuya combustión alimenta el calentamiento global, que se sigue pretendiendo que no rebase los 1.5 grados centígrados en relación a los niveles preindustriales.
Tampoco se avanzó en la reducción de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, estrechamente vinculadas con el uso de los combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas).

Esta conferencia no fue ajena al actual contexto geopolítico, especialmente la guerra desatada por la invasión de Rusia a Ucrania, que explica la ausencia del mandatario ruso Vladimir Putin, cuyo país se opuso a la eliminación progresiva del carbón, junto con naciones como Arabia Saudita o Nigeria.

La posición de China es de lamentarse. Señaló que aportará al mecanismo de atenuación, pero aclaró que no tiene obligación de hacerlo, y sobre todo, sigue considerándose como país en desarrollo pese a su crecimiento económico que lo ha ubicado ya en segundo lugar mundial por su Producto Interno Bruto (PIB), posición que además lo ha colocado como el mayor emisor de gases de efecto invernadero, es decir, que obligación sí tiene.
La pugna parece ser sencilla. Las naciones más industrializadas, las que obviamente más han contaminado a lo largo de los siglos pasados, tienen ahora el poderío económico y las herramientas tecnológicas para transitar hacia una era donde el clima sea menos dañado. Pero el conjunto de países, que han contaminado menos, no tienen recursos ni tecnología para acompañar al mundo industrializado.

Además, países como China, Rusia o India obtienen de los combustibles fósiles la energía para su crecimiento y desarrollo. Desviar recursos de ese crecimiento y desarrollo para destinarlos a combatir el cambio climático, frenaría su avance y los dejaría en desventaja.
Es una ecuación cuya solución requiere de las matemáticas avanzadas de la cooperación, una asignatura que en este ya agónico 2022, ha sido reprobada por el grueso del mundo.
De salida: Tardó 22 días pero llegó el peñón con que el saliente presidente brasileño Jair Bolsonaro quiere impedir el regreso al poder de Inacio Lula da Silva, quien lo venció en segunda vuelta electoral el 30 de octubre. El Partido Liberal, que lo postuló, pide invalidar los resultados de las urnas electrónicas más antiguas que procesaron el voto de esa fecha. Y las urnas electrónicas más antiguas son más de la mitad del total. Es como aceptar jugar un partido, perder y reclamarlo porque el balón no era el oficial. Una maniobra que habrá que seguir con atención.
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