Cierra intenso 2022 que se esperaba con esperanza. En sus últimos días vemos que la pandemia sigue ahí, porque el virus muta y no quiere dejar a China, la cual no puede por ello encabezar la recuperación económica mundial, que a su vez enfrenta una inflación no vista en décadas alimentada, además, por una guerra también sorprendente.

En todo el planeta se esperaba que este fuera el del adiós de la Covid, convertido en una enfermedad estacional con peligro descendente. En parte así ha sido, pero la confianza no es fuerte, porque el SARS CoV2, virus que la produce, sigue cambiando y por lo tanto contagiando.

El mayor riesgo parece encontrarse en China, donde la enfermedad sigue como cuando fue detectada a fines de 2019, sí, hace tres años. De su política de “cero Covid” con drásticos cierres se pasó este diciembre a la apertura que para muchos fue abrupta y sin planeación.

Mucho deberán investigar epidemiólogos y científicos sociales para entender qué pasa, pues ahí no cede pero si generó inéditas protestas sociales que llevaron a la apertura, mostrando de paso que el monolito político chino puede resquebrajarse.

La economía mundial sigue, por cierto, resquebrajada. Se esperaba que éste fuera el de la plena recuperación, pero más bien fue mediocre, con pronóstico de crecimiento por el FMI de 3.2 por ciento cuando en 2021 había sido de 6.0 por cierto, mientras la inflación en porcentaje global de sus precios al consumidor se estima en 8.8 por ciento, abajo de la esperada para los mercados emergentes y países en desarrollo de 9.9 por ciento, mientras las economías avanzadas se espera vean crecer sus precios 7.2 por ciento. La perpetuación de la desigualdad.

Junto a la persistencia pandémica se encuentra la invasión de Rusia a Ucrania, explicada por varios factores, pero con doble sorpresa, una, que ocurriera, y dos, que a casi un año de iniciada, el ejército ruso siga fracasando en el objetivo de doblegar al ucraniano, lo que nos habla de más enfrentamientos en el año por nacer.

La mujer fue otro actor relevante este año. Mucho giró en torno a la muerte de la iraní Mahsa Amini a los 22 años de edad, detenida por la llamada policía de la moral, un hecho que desató una ola de protestas que, aunque atenuadas, sigue a pesar de la desaparición de ese cuerpo policial.

La copa mundial de futbol celebrada en Qatar, país islámico, recordó que en muchas partes del orbe la mujer sigue en lucha para contar con derechos no que la igualen con el hombre, sino que la lleven a un trato de ser humano. Y hablamos de la mitad de la población mundial, que este año llegó a su habitante ocho mil millones, cifra no vista antes.

Esa población impone gran presión a los recursos del planeta, el cual no obtiene el necesario cuidado pese a las promesas comprometidas y firmadas. El riesgo es claro: clima inestable, sequía, alza del nivel del mar, aire irrespirable, elementos que afectarían a todos los países, pero más a los menos preparados que, curiosamente, son los de menores ingresos. Otro clavo a la desigualdad.

En América Latina la izquierda avanzó, pero sin claros logros. Los gobiernos de Chile y Colombia están por cumplir un año y siguen manteniéndose como promesas, aunque la nueva constitución chilena fuera rechazada y regresada, pero sin romper el proceso. Brasil, en ese contexto, podría colocarse de nuevo como ejemplo de avances concretos con el regreso a la presidencia de Inacio Lula da Silva. En contraste, Perú mantiene su inestabilidad de décadas gracias a un expresidente sin experiencia ni habilidad política que no supo enfrentarse a sus fuertes rivales. Y México y su Cuarta Transformación, sin capacidad de asumir el liderazgo continental que se le auguraba.

De salida: la declaratoria de persona non grata del embajador de México en Perú cierra un ciclo donde la simpatía política se excedió y se convirtió en injerencismo. Hay que ser claros: la crisis política actual en ese país es un capítulo de una historia con otros episodios similares en las décadas pasadas. No es probable que se genere una crisis regional y menos continental, que en todo caso, no se resolverían con declaraciones por más flamígeras que fueran.

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