Hecatón dijo: “Quiero mostrarte un sortilegio amoroso, sin drogas ni hierva alguna,
sin ensalmos de ninguna bruja: Si vis amari, ¡ama! (¡Si deseas ser amado, ama!)
Antes era muy fácil jurar amor eterno y prometer “hasta que la muerte nos separe”. Claro, cabe aclarar que antes las personas se morían a los 10 años de casados; las enfermedades, las guerras, la falta de antibióticos hacían su trabajo, pero la ciencia médica hoy puede ayudar a llegar a las bodas de oro —50 años—, aunque dicen que no hay mujer que no merezca unos años de viudez.
Por ejemplo, basta recordar el amor eterno entre Hernán Cortés y doña Marina, así como el de Rosario, la de Acuña, cuando seguramente le dijo al poeta muy claramente: “No estoy lista para una relación” y entonces que se suicida; dijeron que había sido por el desamor, pero, nadie se muere de amor, Manuel Acuña estaba trastornado: ya antes había intentado un pacto suicida con otra novia. El “mejor como amigos” dejó frío a Sebastián Lerdo de Tejada cuando le confesó su amor a una joven, allá en Chihuahua en el año de 1865; su corazón se hizo pedazos y es, hasta la fecha, el único presidente soltero de nuestra historia. Nada que ver con el romántico de Porfirio Díaz, sobre todo cuando se le declaró a su sobrina Delfina, hija de su hermana Manuela, casi como una orden militar le dijo: “o te casas conmigo o te adopto como hija”. Se casaron y fueron felices para siempre, un “para siempre” que duró 13 años, ella falleció en 1880. Dicen que el dolor del viudo es agudo, pero breve: Porfirio lloró a Delfina un año 7 meses y se casó entonces con Carmelita; pero no fue el único ya que Benito Juárez y Venustiano Carranza ya tenían alguien quien los consolara cuando murieron sus respectivas esposas.
Aquella frase de “Tenemos que hablar” seguramente la aplicó Felipe Carrillo Puerto a su esposa pidiéndole el divorcio, solo porque quería casarse con la periodista Alma Reed en 1923, pero no llegó a la boda, los delahuertistas lo fusilaron una semana antes de la ceremonia. También hay personajes que no se conforman con un amor intenso y abnegado como es el caso de Francisco Villa que se casó 27 veces. Todo un adicto al amor y que marcaría una tendencia perenne en todo mexicano hasta hoy.
¿Quién no ha escuchado aquella frase? “Ahorita vengo, voy por cigarros” pues bien, seguramente fue lo que Orson Welles le dijo a Dolores del Río; en pleno romance y ni tarde ni perezoso el cineasta se fue a Brasil, la dejó en Los Ángeles y nunca más le llamó; Dolores perdió a su amor, pero los mexicanos ganamos una estrella de la época de oro del cine nacional.
Seguramente en el más allá, el general Moisés Vidal cantaba: “No debes tener dos amores/ es muy complicado, besar en dos bocas”. Sin embargo, el muy cínico se casó con dos mujeres y para no herrar con el mismo nombre: María Teresa, sólo que la de apellido Landa era una jovencita tan hermosa que fue la primera Miss México y al enterarse que su marido la había engañado le dio de tiros y pasó a la historia como “la viuda negra”.
“Mereces alguien mejor que yo”, le dijo Mercedes Águila a Victoriano Huerta, pero como Huerta la amaba con intensidad, se le ocurrió un plan maquiavélico y decidió casarse con su hermana Emilia para estar cerca del amor de su vida. “No quiero arruinar nuestra amistad”, fue la que aplicó José Vasconcelos a Antonieta Rivas Mercado cuando se fue al exilio en 1929 y la abandonó a su suerte. “Por ahora quiero concentrarme en mi carrera”, eso le dijo Dolores del Río al “Indio” Emilio Fernández pero él para no perderla de vista construyó su casa, en Coyoacán, junto a la de su amor imposible, bastaba con mirarla aunque fuera de lejos y saber que no serían pareja.
Una última de vox populli: “Dos tetas jalan más que una carreta tirada por bueyes”, así lo entendió Miguel Alemán, cuando era secretario de gobernación de Manuel Ávila Camacho, en plena Segunda Guerra Mundial y se hizo amante de Hilda Krüger, una espía alemana que se paseó de lo lindo por toda la República con un salvoconducto firmado por el propio Alemán. Pues bien, del amor nadie se salva.
El amor no sólo lleva consigo felicidad, sino también pena y dolor. Es un hermoso ángel, como dijo Adalbert Stiffer, pero en ocasiones también resulta ser un bello ángel de la muerte para el corazón afectado. Goethe tenía razón cuando en sus escritos epigramáticos dijo: “El que ya no ama más y ya no se equivoca, ¡A ése habría que enterrarle!
¿Tú lo crees?… Yo también.