Por Griselda Lira “La Tirana”
Seguro de sí mismo camina por las calles vetustas del pueblo sabiendo que este lo reconoce y admira. Concho no es un hombre físicamente agraciado, por el contrario, está pasado de peso, es tosco, tiene las manos ajadas y casi siempre, su vestir es desaliñado; pero ¿qué tiene este hombre al que todos saludan con amabilidad y respeto cuando pasa por la única calle principal montando a su burro Nicolás?
“Tiene dos mulas, algunas vacas lecheras, un ranchito mediocre al pie del monte a donde raspa sus magueyes y unos cuantos borregos, solo eso tiene, además está muy feo”.
Pese al decir de la gente, Concho tiene dos tesoros, una escultura que le regaló su amigo el charro Jacinto, un escultor al que tildan de loco y que vive solo en el monte como un ermitaño; además, posee una propiedad a donde se dice que hay un tesoro escondido por los revolucionarios que saquearon las haciendas del Altiplano magueyero en 1911.
Solo Concho sabe la verdad, pero ninguno en el pueblo se atreve a preguntarle porque siempre lo resguardan quince perros callejeros que se tornan unas bestias salvajes al caer el sol y un cuerno de chivo, aunado a un cuarto lleno de cajas con armas. Nadie sabe para qué las quiere y si eso es verdad, pero prefieren no indagar, es mejor inventar mitos, cuentos, chismes y leyendas, de otra manera, los historiadores y los abogados se morirían de hambre.
La escultura.
Descripción. Un perro, un tlachiquero, un burro. Autor. Jacinto “N”
La disputa de que esa escultura fue vendida por el autor tiempo atrás al pueblo colindante, es equiparable a la controversia de una esposa abandonada por un marido abusador, que vive de las promesas: mañana te quiero, mañana te compro flores, mañana hacemos el amor, mañana dejo el vicio, mañana te pago tus ahorros, ya voy a cambiar y te prometo que ya no te voy a maltratar, es mi última golpiza, te lo juro por mi madre que está en el cielo, entre otras descabelladas ofertas. Una vez que el esposo abusador ve que la cónyuge ya tiene un mejor convenio marital, entonces, reclama.
Por tal motivo, el escultor, Jacinto ¨N¨, el charro, declaró en el acta Núm. 22-1968 ante el juez primero de lo penal previendo cualquier incidente de dimes y diretes:
“Todos los derechos de la escultura se los otorgo a Concho, mismo que está amparado por la legal donación que hago ante el juez; que Concho haga lo que quiera con ella”.
Siendo así que Concho, muy estimado por todos en el pueblo se entrevistó con el Sr. presidente municipal y le dijo que la última voluntad de su amigo el escultor con el que tomaba pulque, antes de irse a vivir al monte, fue que la obra de arte permaneciera a la entrada de su amado pueblo pulquero y si ésta no se cumplía, se las verían con Concho. El presidente municipal comprendió inmediatamente y brindó todo el apoyo al campesino.
El tesoro
La tropa estaba cansada después de su viaje y había que resguardar todo el armamento para el General Zapata, así que el coronel Robles decidió que se guarecieran en una hacienda cerca de Apan, Hidalgo; y además, le pareció que era la más adecuada para hacer un cuartel; ahí permanecieron hasta que terminaron de saquear las haciendas contiguas, además, el tren pasaba muy cerca de ella.
La tarde que Concho encontró un túnel bajo su propiedad, mismo que llevaba hasta la hacienda a donde habían estado aquellos revolucionarios, no dijo nada, él era un ignorante campesino, un humilde tlachiquero; pero tuvo la cautela de preguntar a su amigo Jacinto, quien le recomendó llevar todo el tesoro hasta su ranchito.
Desde la entrada del pueblo a donde se encuentra la escultura se vislumbra una pequeña luz en la casa de Concho y otra, en el monte, la gente dice que cuando las luces alumbran más intensamente es que la lealtad de ambos amigos custodia la entrada de aquel histórico pueblo pulquero y que nadie podrá arrebatarle a sus habitantes, sus tesoros históricos.