Por: Alejandro Ordóñez

4.45 AM El ministro del interior recibe un llamado telefónico del servicio de inteligencia. Algo anormal ocurre en el campo militar de la capital, el subsecretario de la guerra -acompañado de dos generales- ordenó la instrumentación de un operativo, están equipando carros de guerra, vehículos artillados y camiones para el traslado de trescientos efectivos; los tráileres donde se transportan los pesados carros de combate, cuando el desplazamiento es largo, no han sido habilitados así que es de suponer que la acción se realizará en un radio no mayor a treinta kilómetros. El funcionario se comunica con el ministro de la guerra, pregunta si tienen previsto algún ejercicio. Aquél intenta comunicarse con personal del campo militar, sin éxito. Recibida la noticia deciden poner al tanto a los titulares de la aviación y de la marina. Quedan en alerta.

6.00 AM Se confirma: el operativo se realizará en la ciudad y se ha puesto en movimiento, informan al presidente, sugieren que ante una eventualidad él y su esposa abandonen a la brevedad el palacio de gobierno, deciden reunirse en el ministerio de la marina, acuden el presidente de la república, los secretarios de la guerra, la aviación, la naval y el jefe de la guardia nacional. Efectivos de las dos últimas corporaciones se dirigen al sitio de reunión, para resguardar al presidente, pronto el edificio es rodeado por tanques y vehículos artillados. El general se pone en contacto con militares de alto rango, les ordena agrupar a los elementos que sigan siendo leales para recuperar el mando en el campo militar, a como dé lugar, y mandar a la plaza mayor un contingente con los vehículos artillados y los soldados que se encuentren en el lugar.

7.00 AM El operativo de los sublevados llega a la plaza mayor, rodea el palacio de gobierno para evitar que el presidente escape. En el sitio se hallan cámaras, micrófonos y conductores de las principales empresas televisivas, lo que hace suponer que fueron informadas con anterioridad. Las redes sociales se incendian con la noticia, los videos tomados al paso del contingente son reproducidos miles de veces; los youtuberos convocan a los ciudadanos a reunirse de inmediato en la plaza mayor para defender a su gobierno. Solicitan a las estaciones de televisión se unan en una gran cadena nacional para que el presidente emita un mensaje a la nación, pero la petición es rechazada. Surge otra noticia, los grandes empresarios del país y los dueños de los periódicos de oposición están reunidos en la residencia del magnate que orquestó la conspiración. Corre un rumor: el operativo se iniciará hasta que haya claridad para que las cámaras puedan captar nítidamente las imágenes.

7.30 AM El floor manager da la señal, todo está a punto. El jefe de la sublevación toma un micrófono, su voz se escucha con nitidez en los altavoces que apuntan hacia el palacio de gobierno. Presidente, se escucha su tono grave. Venimos a notificarle su destitución. La gente rechaza el comunismo que pretende implantar, no queremos ser pobres, somos un país capitalista, deseamos ser ricos, estamos hartos de ver cómo se dilapidan los recursos públicos en dádivas que sólo solapan la holgazanería de jóvenes y viejos. Se le acusa de ser un dictador que pretende reelegirse y no lo vamos a permitir. Venimos por mandato del pueblo y hablamos en nombre de la libertad, por eso el heroico ejército nacional ha decidido tomar el mando de la nación y ser custodios de la democracia, a su debido tiempo convocaremos a elecciones. Se le acusa de ser traidor a la patria, lo cual se sanciona con pena de muerte; sin embargo, si renuncia y se entrega pacíficamente, gozará el beneficio del exilio; pondremos a su disposición un avión militar que lo llevará fronteras afuera, en caso de resistencia será sometido a juicio sumario y fusilado. Tiene treinta minutos para pensarlo, de no haber respuesta entraremos por usted y sus leales, pero no responderemos por sus vidas. Llegan helicópteros, se detienen brevemente encima de las azoteas de los edificios que circundan la gran plaza, descienden de ellos -a través de cuerdas- francotiradores de élite. Dado que la tropa porta el mismo uniforme, el jefe de los golpistas yerra al creer que son sus aliados. La plaza y las calles circundantes están llenas con miles de personas que iracundas gritan consignas contra los confabulados. Se dan las primeras reacciones en el extranjero, algunos gobernadores y senadores estadounidenses presionan a su presidente para que apoye con recursos y reconozca al gobierno militar, ya que sólo ellos garantizan la democracia de ese país que camina hacia el comunismo. Su presidente guarda silencio.

8.00 AM Plazo vencido -se escucha-, no quiso entregarse. Dese por detenido. Se abren los portones del palacio, ingresan a él -precipitadamente- no menos de cien elementos, seguidos por el golpista y sus dos personas de confianza. Registran piso por piso, privado por privado. No hay nadie. Llegan a la planta alta, el sargento lleva un ariete para derribar la puerta, su jefe lo detiene, no hay por qué dañar una oficina que ya siente suya, basta girar la perilla para entrar. Llega el oficial que revisó los aposentos presidenciales, no hay nadie, las sábanas y las almohadas están tibias, deben haber escapado hace poco tiempo, pero ¿por dónde? el palacio está rodeado. La plaza pública está colmada por ciudadanos que, indignados, rechazan el golpe de estado. El traidor -preocupado- contempla la situación desde el despacho presidencial. Abajo, en la gran plancha de concreto, los empujones, golpes e insultos entre civiles y militares comienzan a darse. Imagina la masacre y las repercusiones a nivel internacional si a sus hombres se les ocurriera disparar contra esos miles y miles de ciudadanos enfurecidos. Ordena que por ningún motivo vayan a abrir fuego. Los soldados de infantería entran al palacio para guarecerse y evitar roces, sólo permanecen afuera las tripulaciones de los carros artillados. Un oficial intenta volver a su unidad, abren la escotilla, una bola de fuego sale de entre la multitud, la bomba molotov cae dentro, la explosión es brutal, las llamas devoran rápidamente al vehículo, una nube negra se levanta. No hay sobrevivientes, la torreta de otro vehículo gira hacia la dirección en que partió la bomba, con la intención de disparar cañón y metralletas, -sobre la multitud- no alcanza a hacerlo, vuelan botellas llenas de gasolina y mechas de estopa; bombas molotov, les llaman, vuelan también pedazos de fierro, pronto el orgulloso carro de combate es una ruina, no hay señales de vida. Un joven, tal vez un estudiante, en una estampa que lleva a recordar la masacre de Tiananmén, se acerca por detrás, llega hasta el tanque más próximo al palacio de gobierno, imposible que alguien lo vea; trepa al vehículo, camina hasta llegar a la parte delantera, nadie lo observa, no hay forma, saca de entre sus ropas una botella, prende la mecha y la arroja hacia la pequeña ventanilla que usan los tripulantes para ver hacia dónde se dirigen, salta y se aleja rodando sobre el pavimento, el estruendo es terrible, la multitud celebra con un grito feroz. Aparecen banderas nacionales que ondean por aquí y por allá.

10.00 AM El titular de la aviación recibe un mensaje, del aeródromo ubicado a cuarenta kilómetros, partieron -con rumbo desconocido-, dos helicópteros Mi-249, artillados y con capacidad para transportar personal, van escoltados por tres aviones caza, es imperativo detenerlos antes de que lleguen al palacio de gobierno. Salen tras ellos seis aviones caza, en formación de ataque. El líder del escuadrón ordena por radio: regresen de inmediato a su base, evítenos la pena de derribarlos. Una aeronave de los golpistas toma altura para hacer la clásica maniobra que lo colocará detrás de esa formación y le permitirá pasar a la ofensiva. El líder lo impide, van tras él dos cazas, el límpido cielo azul se tiñe brevemente de rojo fuego, rojo sangre. Primero es un impacto, luego otro y muchos más, el piloto no tiene tiempo de accionar el mecanismo de expulsión, la nave explota en el aire, sus restos caen como si fuera una toma en cámara lenta. Un helicóptero pretende aprovechar la confusión y volando bajo busca escapar, el líder lo sorprende, va tras él, lo conmina inútilmente a regresar a su base. Herido de muerte el aparato cae sin el donaire y la dignidad de un caza, parece un ridículo batracio que, perdida la elegancia y el donaire, se entierra grotescamente en el lodo.

11.00 AM La muchedumbre enardecida va contra los contingentes televisivos que minutos antes celebraban la caída de un presidente tirano, según ellos, y daban la bienvenida a la democracia que ofrecía la soldadesca; queman sus camionetas, destruyen cámaras, computadoras y el resto de sus equipos, no contentos con ello se burlan de los conductores, los obligan a desnudarse y los expulsan de la plancha entre chiflidos y burlas.

La plaza y las calles aledañas están a reventar de gente que viene a defender al gobierno, su gobierno. La muchedumbre deja una pequeña brecha donde sólo cabe una persona que con trabajo se abre paso. Las mujeres lloran al verlo, los hombres gritan, aplauden y se carcajean. Lentamente, con andar cansino, ese viejo se introduce en la gran plaza, llega a un costado del asta bandera, trepa a un vehículo blindado, alguien le lleva un micrófono.

Arenga a las tropas, les recuerda sus orígenes, lejos están de los aristócratas que pretenden aprovecharse de ellos, son pueblo, hijos de obreros, campesinos, su calidad de uniformados aumenta la responsabilidad que han contraído con la patria; entiende la situación que están viviendo, sólo han obedecido a sus superiores, pero les recuerda que el jefe supremo de las fuerzas armadas es él y está por encima de esos corruptos que los llevaron a esa aventura; tiren las armas y salgan con las manos en alto, serán llevados a una prisión militar pero serán amnistiados, me comprometo a ello. Los que rechacen esta propuesta serán juzgados con la severidad de las leyes militares y podrán ser castigados con la pena capital. Al principio parecen apenados, luego muchos tiran sus armas y salen con las manos sobre la cabeza. La turbamulta aprovecha el momento, corren palacio adentro, llegan al despacho presidencial, uno de los oficiales desenfunda su arma, trata de defenderse, pero al ver a la muchedumbre enfurecida comprende que no hay salida, sólo aumentará sus sufrimientos, si llegara a herir a alguien lo pagaría caro, introduce el arma en su boca, jala el gatillo.

El otro oficial trata de protegerse en el balcón, forcejea con varios hombres, algunos le inmovilizan las piernas, otros lo toman por el cinturón, lo levantan en vilo y lo hacen pasar sobre la herrería, su grito de terror pasa desapercibido ante la algarabía. El subsecretario de la guerra trata de convencerlos, todo lo ha hecho por el bien de la patria y por el de ellos mismos. Alguien anuda un lazo al balcón y el otro extremo lo pasa por el cuello de aquel infeliz, alguien más lo arroja al vacío, los estertores de la muerte pasan desapercibidos por la gente que emocionada escucha a su líder, quien agradece su lealtad y repite el viejo mantra: sólo el pueblo puede salvar al pueblo. Se escucha el himno nacional. Cantan.