Existe un innegable enfrentamiento entre el gobierno mexicano y legisladores estadounidense por la producción, tráfico y consumo de fentanilo. La posición de los legisladores es una acción preelectoral sobre todo de los republicanos, quienes han tomado la bandera que el expresidente Donald Trump ya había enarbolado.

Esa bandera es la de criticar con rudeza a México y parece la forma más fácil de atraer votos, ante lo cual es necesario responder con diálogo y entendimiento de lo que está ocurriendo en nuestro vecino del norte.

Era 2020, cuando la pandemia de Covid-19 ya era una realidad en Estados Unidos, que Trump lanzó la idea de atacar con misiles guiados de largo alcance tierra-aire Patriot, los laboratorios que elaboran drogas en nuestro país y de paso eliminar a los narcotraficantes. Recordemos también que baterías con esos misiles los enviará Washington a Ucrania, según acordó el pasado diciembre.

Si lo hacemos, nadie se enterará. Y si nos acusan, lo negamos, dijo de una manera verdaderamente infantil el exmandatario estadunidense, según recuerda en su libro de memorias A Sacred Oath, Mark Esper, su exsecretario de Defensa, cuyo nombramiento fue confirmado por el Senado de ese país.

Otras “ideas” que el exfuncionario recuerda en ese libro fue la intención de Trump de vigilar Washington con 10 mil soldados ante las protestas por el asesinato a manos de la policía del afroamericano George Floyd, y su deseo de que se “les disparara y ya”, a esos manifestantes.

Lo anterior sin contar otras propuestas, como la del asesor de política Stephen Miller, quien sugirió el envío de 250 mil soldados a la frontera con México ante la llegada continua de inmigrantes, la cual no prosperó.

No es algo nuevo lo que ahora proponen legisladores republicanos, a los cuales se suman ya algunos del Partido Demócrata. Es parte del pensamiento que atribuye siempre al de enfrente todos los males, que rechaza por completo estudiar la situación de que se trate y mucho menos hacer autocrítica. La única explicación o justificación de este tipo de ideas o propuestas es “porque lo digo yo”.

En este momento de la política estadunidense, cuando se hacen los juegos preliminares para determinar quién será el candidato presidencial republicano, la apuesta es mostrar que se es el más fuerte, el más decidido, el más avasallador en derrotar al enemigo, y en este caso el enemigo son los carteles y quienes los defienden, sea real o supuesta esa defensa.

Pero lo real es que Estados Unidos vive una crisis social que alimenta las famosas frases propagandísticas de Trump de “America First” y “Make America Great Again”, que niegan la realidad de que el país del norte ha perdido mucho de su fuerza y que otros poderes, de manera señalada China, crecen.

El consumo de fentanilo es una de las señales que revelan la nueva posición estadunidense, la cual lleva a las “muertes de desesperación” (Deaths of Despair and the Future of Capitalism) libro publicado en 2020 y escrito por los economistas Anne Case y el Premio Nobel Angus Deaton, sobre las causas sociales y económicas de los fallecimientos por consumo de todo tipo de drogas, de manera señalada el fentanilo.

La reseña de la obra que hace la Princeton University Press destaca que se trata del retrato de un Estados Unidos en declive, que se ha convertido en una tierra de familias rotas y menos prósperas, situación que afecta sobre todo a los adultos sin grados universitarios, quienes mueren de “pena y desesperación”. (https://cutt.ly/E4wcYPO)
El fentanilo es fácil de elaborar y resulta barato para el consumidor, quizás por eso afecte a población de bajos ingresos, con un costo de decenas de miles de millones de dólares cada año en gastos del sistema de salud y por sus repercusiones en la fuerza de trabajo, señala por su parte un análisis del Council on Foreign Relations (https://cutt.ly/y4wcXEx)
El documento agrega datos reveladores: el 70 por ciento de los afectados por sobredosis de la crisis de opioides, donde se encuadra el fentanilo, es población blanca no hispana, mientras los afroamericanos e hispanos afectados suman 17 y 12 por ciento en cada caso. Además, las muertes por esta adicción se disparan entre los veteranos de las diversas guerras que ha sostenido Estados Unidos, mientras los Centros para el Control de Enfermedades (CDC), estimaron en 78 mil millones de dólares el costo anual de esta otra epidemia.

A lo anterior agreguemos que dentro de sus fronteras, Estados Unidos no tiene el acento del combate de esta adicción en el uso de la fuerza, sino en lo médico, en la prevención, quizá por el tipo de la población afectada.

No deja de llamar la atención que mientras los adictos estadunidenses pertenecen a estratos con problemas económicos, en México los cultivadores, elaboradores y traficantes se ubican en su mayoría también en esos estratos. Por eso volver un problema social un asunto electoral con advertencias y amenazas, es una apuesta absolutamente equivocada, donde quizá ganen los políticos que jueguen esa carta, pero no los adictos ni las sociedades de ambos países.

j_esqueda8@hotmail.com