Por: Carlos R. Muñoz Moreno
Aunque tenía el compromiso de abordar a los filósofos más importantes y determinantes de la Grecia antigua, Sócrates, Platón y Aristóteles, lo cierto es que resumir en unas pocas líneas tanta riqueza es un trabajo poco menos que imposible, por lo cual he preferido abordar temas de ocasión desde una perspectiva filosófica para ir enriqueciéndolo con diversos puntos de vista de distintos pensadores.
Y como preámbulo a la Semana Santa que se conmemora y celebra en buena parte del llamado mundo occidental, quiero abordar un tema muy importante para el pensamiento judeo-cristiano y, en general, de quienes tienen una visión religiosa de la vida: la muerte.
La muerte, además de ser el opuesto a la vida es definida, desde la filosofía aristotélica, como la separación violenta del alma y el cuerpo. En esta definición subyace un concepto fundamental en todos los credos, la existencia de un elemento inmaterial en los seres vivos, el alma.
Ahora bien, el alma como concepto ha recibido otros nombres y definiciones en el transcurso de la historia humana; es la conciencia, el espíritu, la psique, la mente, donde residen los procesos de aprendizaje, los recuerdos, la memoria, la identidad, así como las complejidades del raciocinio.
Y dejándola como una pregunta abierta para otras entregas, sin duda nos cuestionamos sobre si otros seres vivos además del humano poseen esta alma, esta conciencia y si estas almas son inmortales, tal como las religiones en general lo proclaman del alma humana.
Siendo el alma y su trascendencia un concepto abstracto y considerándose el alma un elemento inmaterial, inasequible, la incertidumbre campea incluso entre los que tienen fe en la autenticidad de la otra vida, del paraíso celestial, el nirvana y sus anexos, o si todo es, como proclaman los filósofos ateos, sólo una aspiración de trascender de los seres humanos pues, una vez concluido el ciclo de la vida no hay nada más.
Teniendo en cuenta que los filósofos ateos, como Karl Marx, y sobre todo Ludwig Feuerbach, padre del humanismo ateo, niegan dicha trascendencia espiritual y que el pensamiento judeo-cristiano está basado en los conceptos de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino que sostienen que el alma humana irá a un plano de existencia superior una vez que acaece la muerte, les dejo TRES CONCEPTOS PARA LA REFLEXIÓN:
EL CÍRCULO DIALÉCTICO DE FRIEDRICH HEGEL, contemporáneo pero opositor en muchos sentidos conceptuales de Feuerbach, sostiene que el alma humana, y el universo en general, es Dios mismo que sale de sí, para hacerse consciente de sí mismo y volver a su divinidad, más pleno y perfecto; es decir que todos somos en cierta forma una extensión de la divinidad por lo cual al morir volveremos a Dios.
EL EXISTENCIALISMO CRISTIANO, representado por Sören Kierkegaard, Martin Heidegger y Karl Jaspers caminan por el mismo sendero de aceptar la existencia de Dios, pero no un dios romántico y complaciente sino uno con quien hay que mantener una relación personal incondicional, por ello para Kierkegaard un concepto básico del cristianismo es la Angustia por lo que es fundamental vivir con fe, a pesar de la dudas, como la de la muerte; para Heidegger el “hombre es un ser para la muerte” y esa angustia existencial sólo se puede enfrentar con una relación con el auténtico Dios metafísico, el creador y sostén del universo; Jaspers, en contraparte, católico, habla de la fe como el aire que nos rodea, que está en todos lados aunque no lo veamos, porque Dios está en todo y, si aprendemos a percibirlo, a intuirlo –mirarlo dentro de nosotros— podremos enfrentar la angustia de la muerte y del vacío que el hombre suele compensar con el tener.
EL EXISTENCIALISMO ATEO, de Jean Paul Sartre, que niega la existencia divina, pero proclama la aspiración humana de la trascendencia, dice que el hombre está condenado a la libertad, y es una condena porque, aunque opta siempre por lo que cree que es el bien, en realidad decide en función de sus creencias, de sus aspiraciones, sabiendo que está desesperado porque nunca alcanzará es trascendencia anhelada.
Friedrich Nietzche, el otro existencialista ateo proclama la muerte de Dios y la necesidad de centrarnos en el hombre, en lo humano, pensando en que la trascendencia está en lo que hacemos para los otros, porque si pensamos en trascender más allá de lo material, el hombre devendría en la locura –y Nietzche pasó un tiempo en el manicomio— porque con la muerte de dios no hay fundamentos en el pensamiento judeocristiano, su moral y sus principios sociales, por lo que nos queda el nihilismo, es decir la vida vacía de significado, sentido y valor.
En la próxima entrega, que espero sea pronto, abordaremos el otro gran tema de esta época: la Idea de Dios.
UN ABRAZO A LA CUATITUD