Ignacio Lula da Silva cumplió su primera centena de días de gobierno en Brasil y lo celebró con un viaje a China, el cual indica que la ausencia del país sudamericano en la escena internacional durante el pasado gobierno de Jair Bolsonaro fue solo una pausa.
A sus 77 años de edad el antiguo trabajador metalúrgico inició, el pasado enero, su tercer periodo de gobierno luego de los dos que desempeñó de 2003 a 2011, y tras una estancia carcelaria acusado de diversos delitos vinculados con la corrupción, situación que finalmente superó.
Pero si dejó atrás esas acusaciones, aún tiene mucho que hacer para vencer a la derecha populista que encabeza Jair Bolsonaro –aunque ya apuntan sucesores- al cual superó en los comicios del año pasado por 1.66 puntos porcentuales de diferencia, es decir, 1.9 millones de votos.
Lula-Bolsonaro y Biden-Trump forman una cuarteta que está diciendo a los expertos que el populismo va más allá del desarrollo económico, social y político de un país. Quizá, ese populismo manifieste la inconformidad social con la gestión de sus políticos, de todo signo, inconformidad que no solo se da en Estados Unidos o Brasil, y que lleva a gobiernos que buscan ser de una sola persona, a fin de prescindir del aparato gubernamental.
Hay una importante diferencia en las gestiones de Bolsonaro y Trump, que debe resaltarse: su relación con el Ejército. Luego de que el millonario ahora imputado de varios delitos en Nueva York saliera del cargo, quedó de manifiesto cómo trató de que su ejército realizara gestiones más allá de sus atribuciones, en particular, reprimir manifestantes que protestaban por la brutalidad policiaca contra hombres de color. Pudiera citarse también su intento de atacar con misiles Patriot los laboratorios donde se fabrican drogas en México, ambas acciones desanimadas por los mandos militares.
Bolsonaro sí logró una relación estrecha de las fuerzas armadas brasileñas con su gobierno. Ahora Lula la empezó a desmantelar quitándole atribuciones sobre los servicios secretos, además de cambiar a la cúpula militar y también a su guardia.
Y en particular, estableció que ningún militar podrá ser candidato a un puesto de elección popular u ocupar cargos en la administración pública, con lo que cerró la puerta a la peligrosísima participación de los militares en política.
Debe recordarse que Brasil vivió un periodo de dictadura militar de 1964 a 1967, aunque la influencia castrense se prolongó varios años más, con las usuales violaciones a los derechos humanos.
Lula ha revertido esa tendencia pero no ha acabo el trabajo, y el peligro sobre su gestión se mantiene latente.
Pero con esa base, ha regresado a Brasil a la escena internacional. Brasil era conocido antes de Bolsonaro por ser una potencia regional, como lo demuestra que su Producto Interno Bruto (PIB) lo mantiene a la cabeza de los países de la región, con un crecimiento de 4.6 por ciento de acuerdo al Banco Mundial. Le sigue México, con una décima más.
Con esas cifras es evidente que Brasil sea un socio comercial muy apetecido por China, que sigue de manera constante su avance en la región, aprovechando la lenta pero evidente debilidad económica de Estados Unidos, así como la serie de agravios de todo tipo, que ha hecho a los países latinoamericanos.
Está en el interés del desarrollo latinoamericano que Lula concluya su mandato a pesar de la fuerza opositora que se refleja en el poder Legislativo. Y también que sea un interlocutor fuerte con China, país que debe entender que su presencia es bienvenida siempre y cuando no repita el imperialismo estadunidense, y encuentre mecanismos políticos con quienes piensan y actúan diferente, como en la cuestión de Taiwán, donde una intervención tipo la invasión de Rusia a Ucrania, es una posibilidad real.
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