Por: Mónica Teresa Müller

Cuando Marcia despertó le pareció oír el zumbido de un mosquito que la había tenido a maltraer. Se sentó en la cama, calzó las chinelas, se levantó y agarró un recipiente con alcohol en gel que estaba sobre la mesa de noche, volcó un poco en sus manos y las frotó.
Luego se detuvo frente al placard, corrió las puertas, eligió las prendas con las que se vestiría y de camino al baño pasó un dedo sobre la superficie de la mesa del comedor; el gesto de su rostro cambió de calma a furia “tierra, polvillo, microbios ¡maldita ciudad!”, gritó.

Resolvió que antes de la ducha acomodaría el departamento. Activó el recipiente en aerosol de su desinfectante favorito, “el que mata bacterias, microbios y hongos”, leyó en voz alta. No bien concluyó con la limpieza, se bañó, vistió y marchó rumbo a la sucursal bancaria donde trabajaba.

Desde el escritorio de la gerencia, pensó que ese lugar era la antesala de la contaminación y agradeció en su interior, al arquitecto que había diseñado la oficina rodeada de cristales.
Observó el ir y venir de los empleados calzados con zapatillas en cuyas suelas, imaginó, acumularían las múltiples bacterias de la calle. Prestó atención a los papeles polvorientos sobre los escritorios, al dinero que tocaban los cajeros, todo era una incitación al pulular de los gérmenes.

— ¡Ledesma!- grito el nombre del compañero y delegado gremial de la entidad.
— Sí, Marcia…- el joven ingresó a la gerencia y esperó que su jefa hablara.
— Ledesma, usted es el delegado- dijo la mujer- quién debe velar por el bienestar de los compañeros- mientras Marcia hablaba, Ledesma asentía con la cabeza- entonces- continuó- ¿me puede explicar por qué los empleados no utilizan el alcohol en gel de los dispensers colocados en las paredes de la sucursal?- mientras gritaba golpeaba el escritorio con un puño.

El sindicalista no contestó, levantó los hombros y sólo se manifestó con gestos. El hombre no la soportaba, Marcia era inaguantable y había cansado a todos. Algo deberían hacer para darle un escarmiento.

Las jornadas de trabajo en el Banco eran un calvario higiénico. La atención al público se retrasaba porque perdían tiempo con el alcohol en gel y además, las quejas de los clientes aumentaban día tras día.

A Marcia nada le parecía suficiente para calmar el miedo a contagiarse alguna enfermedad. También había colocado un purificador de aire, los ventanales permanecian atrancados y en las puertas de ingreso, un guardia cuidaba que quedaran cerradas.
Luego de varias reuniones de los empleados en el Sindicato, la medida a ejecutar quedó resuelta.

El lunes siguiente a un feriado largo, Marcia caminó hacia su oficina mientras la observaban desde los escritorios.

Llegó frente a la gerencia y cuando la puerta se abrió, la figura de una bacteria gigante se abalanzó sobre ella.

La ambulancia con los paramédicos llegó en pocos minutos.
— Fue un infarto- dijo uno de los profesionales. Al descubrir la bacteria gigante, no alcanzó a entender, pero por las dudas, se persignó