Por: Alejandro Ordóñez

Habían quedado de ir a patinar, pero Pablo no llegaba, así que la comitiva en pleno se presentó en su casa para apurarlo. Fue inútil, tenía días rehuyendo el contacto con sus amigos, hasta en la misma escuela se mostraba retraído y había dejado de hacer sus tareas. Tía Ode está esperando, vamos, te vas a divertir. Se sentaron en la mecedora del jardín para tratar de convencerlo. Pablo se soltó a llorar; Montse, quien mejor lo entendía, hizo la seña de que se adelantaran. Al saber Ode lo que ocurría canceló el paseo y se dispuso a preparar una olla de espeso chocolate. Al fin llegaron Pablo y Montse, él daba la impresión de que en cualquier momento se soltaría a llorar. Tía iba y venía a la cocina, sin descanso, como si no estuviera al tanto de lo que ocurría, pero sin perder detalle.

Mis papás se van a divorciar, soltó Pablo de pronto. Los niños lo vieron sin poder creer lo que ocurría. Pero si se quieren mucho. No, ya no, mi papá conoció a una muchacha, le dijo a mi mamá que se va a casar con ella. Entró Ode al comedor: ¿Qué pasa, por qué tanta tristeza? Pablo repitió la conversación escuchada, su madre lloraba y reclamaba el engaño, dijo que siempre lo había amado y era injusto que la hiciera a un lado, su único error había sido envejecer. Él dijo que esa muchacha lo hacía sentir más joven, con ella era feliz. ¿Y tus hijos? Seguiré haciéndome cargo de todo. Date tiempo por favor, piénsalo bien antes de decidir, no te vayas a arrepentir cuando sea tarde.

Tía intentó calmarlo: quizá sea un disgusto pasajero. Además, los padres nunca dejan de querer a los hijos, espero no sea el caso, pero aún si se separaran a ustedes los seguirá queriendo. No hubo forma de convencerlo. Los niños dijeron que verían la forma de apoyarlo. Se despidieron, Tía esperó a Sergi en la biblioteca. Si eran la pareja ideal -dijo Ode- los domingos caminaban tomados de la mano, hasta la iglesia y al terminar pasaban al puesto de flores para comprarle el ramo más lindo; tenemos que ayudarle, ¿estás de acuerdo? Sí tía, pero, ¿cómo? Ese hombre se olvida que el tiempo pasó también para él, que perdió su cuerpo atlético y ahora tiene una pequeña barriga y ligera papada, tenemos que hacerlo recordar los años que vivieron juntos cuando eran jóvenes. Ya sé, dijo Ode, hagamos que vean Romeo y Julieta. No, deben haberla leído y visto en el teatro y hasta en el cine. Pero no como se la vamos a presentar. ¿Cómo? Actuada por ustedes cinco; mira, tengo aquí la obra, la adaptamos, suprimimos lo que no nos sirva y destacamos el amor de esa joven pareja. Si sus padres se veían igual, el vecindario estaba encantado con su noviazgo y su matrimonio, ella tenía porte de princesa, no hay razón para que ahora la rechace. Haremos que luzcan las escenas de la luna de miel y del final, cuando ambos mueren en el mausoleo de los Capuleto. ¿Tía, crees que podamos añadir cosas que no estén escritas en la obra? Claro, ¿por qué me lo preguntas si el escritor de la familia eres tú?, anda, anímate, yo te ayudo, te oriento en lo que necesites. ¿Y en qué teatro? Aquí, en el jardín de atrás, alquilamos unas lonas y unas sillas, que cada niño invite a diez personas, en especial a sus padres, abuelos y hermanos. Verás si no se ablanda el corazón de su papá. Trae mañana a tus amigos para exponerles el plan.

No sólo estuvieron de acuerdo, se emocionaron y preguntaron cuándo empezarían a ensayar. Memito, quien desde entonces tenía alma de comerciante propuso cobrar la entrada, seguramente pagarían con gusto y el dinero que recabaran podría servir para comprarse algo; pero Ode, la catalana independentista, la anarquista atea, propuso que le preguntaran a Louise, ella que era la presidenta de Las Damas de la Caridad, de la parroquia, seguramente tendría alguna idea de cómo dar un mejor uso a ese dinero.

Mamá Louise corrió a consultar al padre Miguel, éste meditó profundamente, luego con voz ronca dijo: que la representen en el auditorio de la parroquia; y oye hija, ya que piensan cobrar la entrada, no estaría nada mal que les hiciéramos publicidad entre los feligreses, después de todo será una entradita extra para la iglesia, yo convenceré a las Hermanas del Cirio Perpetuo para que pongan la dulcería, no deja de ser un buen negocio. Diles que pinten algunos carteles anunciando la próxima presentación de la obra; y oye, ¿Por qué no aprovechamos? que el maestro Agustín toque en el órgano algunas piezas de Vivaldi y lo acompañen los jóvenes de su orquesta de cámara. ¿Y por qué no que el coro de infantes de la hermana Cuquita cante algo?, se me ocurre el Gloria in Excelsis Deo y el Aleluya de Haendel; y que en vez de una función sean dos: una el sábado y otra el domingo.
La compañía teatral “El Globo”, como decidieron bautizarse en honor a Shakespeare, recibió con júbilo la noticia. El teatro ofrecía comodidades insospechadas, tales como la acústica, iluminación, tramoyistas expertos y asientos cómodos. Tendremos que mandar a hacer un vestuario decoroso y pintar algunas lonas para utilizarlas como escenario, dijo Ode, por supuesto esos gastos se los restaremos a las utilidades del padrecito.

No, contestó Memito, mejor consigamos patrocinadores. ¿Quiénes? Pues nuestros abuelos o algunos de los ricos que van a la iglesia, los que colaboren verán su nombre en los programas y en los cartelones. Terminaba la junta cuando entró veloz Filipa, una de las muchachas de la casa que por las tardes estudiaba corte y confección. Niña Ode, no es que esté espiando pero escuché que quieren comprar unas vestiduras para los chamacos. Vestuario, corrigió Ode. Pues lo que sea, eso sí, nos ayudan con lo que se gusten cooperar. No Filipa, nos cobrarán lo justo, al fin lo pagarán los patrocinadores.

Llegó la fecha del estreno. En pos de la equidad, los papeles se distribuyeron así: el sábado Montse sería Julieta Capuleto y Pablo, Romeo Montesco. El domingo corresponderían a Luisi y a Sergi. El padre Miguel tomó como responsabilidad personal conseguir el apoyo de las familias ricas que frecuentaban la parroquia con el compromiso de escribir sus nombres en los volantes, folletos y programas que mandasen imprimir. Las Hermanas del Cirio Perpetuo se colocaron estratégicamente a la salida de la iglesia y al fin de cada misa abordaban a los feligreses para repartirles los volantes; Las Hermanas de la Caridad se dieron a la tarea de visitar a sus amigas ricas para convencerlas que las empresas de sus esposos apoyaran tan noble causa. Además, el padre Miguel insistió una y otra vez -antes de concluir la misa- que el Señor vería con buenos ojos el apoyo que pudieran dar a esos niños que iniciaban su carrera de actores. Gracias a esos esfuerzos coordinados se vendieron los doscientos asientos de cada función.

Memito fue Teobaldo, y Mercutio se lo turnaron Pablo y Sergi; Luisi y Montse intercambiaron el papel de fray Lorenzo. La obra se desarrolló sin contratiempos, salvo algunos detalles que provocaron risas, como cuando Mercutio caía asesinado por Teobaldo, lo hacía con tanta vehemencia y de una manera tan espectacular, que la gente se sobresaltaba; lo malo fue que en la primera función una mosca salida de sólo Dios sabe dónde empezó a caminar sobre la nariz de Mercutio, dificultando su respiración y haciéndole cosquillas, lo que provocó que éste empezara a mover, desesperado, de un lado a otro la cabeza, hasta que Teobaldo se hartó de aquella situación que cortaba todo el dramatismo y se acercó a él para decirle con voz fuerte, Bueno, jolines, ¿no deberíais estar ya muerto? A ver si te enteras, zopenco, a ver si ahora sí os morís y dejáis de moveros.

Toma, toma y toma. Al mismo tiempo que clavaba una y otra vez la espada, intentó matar a la mosca que para entonces exploraba la mejilla de Mercutio, sus manotazos fueron tan fuertes que las cachetadas se escucharon en todo el teatro. Volteó hacia el público y dijo en tono apenado, ahora sí, este animal está bien muerto, digo, la mosca. Y como el cadáver había quedado cerca de la boca, lo retiró de un garnuchazo que dejó restos de las entrañas del insecto embarrados y una manchita de sangre. Se chupó un dedo y friccionó la mejilla del Montesco hasta dejarla limpia. Ese detalle gustó tanto que lo que había sido una improvisación hubo de repetirse en el resto de las funciones porque cuando se agotaron los boletos muchas personas acudieron al padre Miguel pidiendo que abriera nuevas fechas, así que los siguientes tres fines de semana hubo dos funciones el sábado y otras dos el domingo.

Se llevaron las palmas la escena de la noche de bodas, pues las dos parejas parecían entregarse un amor inocente, tierno y puro; y la escena final, cuando Julieta, en estado catatónico descansa sobre una plancha dentro del Mausoleo de los Capuleto y llega Romeo, abatido, repite dolorido su parlamento y se acerca a besarla, se observa un ligero movimiento de Julieta quien por fin despierta gracias a la caricia de su amado, él se detiene sorprendido creyendo que tal vez su amada se ha convertido en un ángel, por fin reacciona y se funden en cariñoso abrazo. El maestro Agustín hace una seña y la orquesta juvenil y el coro infantil de la parroquia entonan “Gloria in Excelsis Deo”. El público se descontrola ante ese final inesperado, no puede creer lo que está viendo. La orquesta y el coro terminan su interpretación, guardan silencio. El maestro Agustín empieza a tocar en el órgano la Marcha nupcial de Mendelssohn. Romeo y Julieta se miran, sonríen, se toman de la mano y caminan hacia el pasillo central del lunetario; las niñas del coro, vestidas de blanco, se han colocado en dos filas con cestitas de mimbre llenas de blancos pétalos de rosa que arrojan al paso de la pareja. Los novios abandonan el auditorio, el público aplaude mas no sabe qué hacer. El padre Agustín se planta en medio del escenario y con voz potente grita: ¡Fin del primer acto! Se ruega al respetable público no abandone el teatro, la obra está programada en dos actos.

¡Esta es primera llamada, primera, primera llamada! Recuerden que la dulcería y la fuente de sodas están abiertas, ojalá puedan deleitarse con las delicias que han preparado las Hermanas del Cirio Perpetuo. Recuerden: todo lo recaudado será para las santas obras de esta parroquia; además, Las Hermanas de la Caridad invitaron a artesanos de las comunidades indígenas para que vinieran a vender sus productos, hallarán muñecas de trapo, servilletas y mantelitos bordados, todo lo que obtengan de su venta será para ellos.
¡Tercera, tercera llamada, ésta es tercera llamada, suplicamos al público pase a ocupar sus localidades! El teatro se oscurece, se escucha una voz de hombre decir: Han transcurrido veinte años desde el fin del primer acto. Se escuchan murmullos, se ve gente paseando por la calle, una mujer joven ofrece ramitos de violeta a la salida del teatro, con un niño agarrado a su falda que repite: tengo hambre. Se acerca un hombre mayor, le habla en francés, ella contesta, el caballero se descontrola, ¿habláis español y francés? También latín, su excelencia. Entonces eres culta, debes ser de noble cuna, además tienes porte distinguido, muy diferente a las mujeres que ofrecen sus productos por estas calles. Lo soy, más bien lo fui, mi señor. ¿Y luego? Mi madre que era la dama más bella, inocente y culta del reino, perseguida y acosada por los nobles más apuestos de la comarca, se enamoró de un varón que prometió amarla y serle fiel hasta la muerte, diez años después rompió su promesa, se enamoró de una moza. Mi madre, al descubrir la traición enloqueció de dolor, se abalanzó sobre mi padre y le quitó la daga que llevaba en la cintura, cuando él retrocedió pensando que intentaba atacarlo, ella se la clavó en su propio corazón.

Qué barbaridad, ¿y él, vive? No mi señor, poco tiempo después de haberse casado con esa mujer causante de nuestra desgracia, ella se enamoró de otro hombre más joven y más apuesto, cuando mi padre los descubrió ingirió veneno. Algunos creyeron que fue por el remordimiento de haber provocado la muerte de mi madre, pero muchos otros afirmaron que había sido por la pena causada por el engaño de su pareja. Como haya sido, con su traición acabó la vida de mi madre, cambió nuestro destino y nos condenó a vivir en la miseria, lejos de los lujos y las comodidades que nos correspondían por nuestro linaje; y, sin saberlo, terminó con su futuro y su vida misma. ¡Qué tragedia, niña!

Al morir nuestra madre, mi hermano Enzo y yo abandonamos la casa pues no estuvimos dispuestos a vivir bajo el mismo techo de mi madrastra, así que nos vinimos a vivir a Mantua. ¿Y tú cómo te llamas? Fantina, mi señor. ¿Y de qué trabaja tu hermano? Carga bultos en el mercado. ¿Y esa criatura? Es mía, señor, la tuve con un hombre que dijo amarme más un día, sin motivo aparente, se fue y no volvió. Una mañana noté gran alboroto, llegaban a la iglesia carruajes lujosos, se casaba una de las mujeres más ricas del reino. Aguardé el fin de la misa, segura de vender muchas flores, salieron los novios en medio de sus invitados, cuando me acerqué descubrí que el novio era el padre de mi hijo. Él fingió no conocerme, yo seguí ofreciendo mis ramitos de violetas a los paseantes. Se oscurece el escenario, instantes después se vuelve a iluminar.

Se oyen murmullos, gente que insulta a un hombre que es juzgado. El juez golpea con su mazo de madera. Silencio o los mandaré echar. ¿Cómo te llamas, muchacho? Enzo, su excelencia. ¿De qué se te acusa? De un crimen horrendo, robé dos hogazas de pan y una pierna de tocino. ¿Por qué lo hiciste? Porque mi hermana y su hijo morían de hambre. ¿No fueron para ti las hogazas y la pierna? No. Me dicen que sabes leer y hablas varios idiomas, ¿es cierto? Sí, hablo francés, español y latín. Eres un joven culto, debes ser de noble cuna. Gracias su excelencia. ¿Dónde naciste? En Verona. ¿Y qué haces aquí en Mantua? Busco trabajo. ¡Hum! ¿Tus padres viven? No, su señoría. ¿De dónde eran? De Verona. No me digas que tu padre era un Capuleto. No, era Montesco; la Capuleto era mi madre. ¿Cómo se llamaban? Romeo y Julieta, su excelencia…

Cae el telón, la gente tarda en reaccionar, por fin aplaude, se pone de pie, algunos lloran, los padres de Pablo se abrazan, él oculta su rostro en el regazo de ella para disimular su dolor, ella lo reconforta con ternura. Los actores salen, uno a uno, al escenario, al aparecer Pablo el público le ofrece una cálida ovación, los bravos atruenan en el espacio, Pablo agacha su cabeza para disimular su llanto, pero sus lágrimas han corrido el maquillaje y es una irreconocible máscara negra de la que escurren negras lágrimas.
Ciudad de México