Por: Mónica Teresa Müller

Los dos hombres brindaron. Uno de ellos gesticulaba con aires de triunfador. El otro bebía sentado en un sillón de dos cuerpos.
— Es indudable que sos un capo del Derecho. Mirá que para ganar éste juicio, no cualquiera lo hubiera logrado.
— Bueno, no voy a negar que lo que decís es la pura verdad, pero te olvidaste de agregar algo fundamental…las amistades, che.
El cliente sabía bien lo que decía porque la cantidad de pesos que le había pagado a él y a las amistades, había salido de su bolsillo.
Sirvió otra medida de Jhonnie Walker para ambos y trató de relajarse luego de un día de incertidumbre.
— ¿Sabés qué es el amor?- preguntó el abogado.
— Creo que es una palabra que se usa cuando uno siente…que sé yo…algo diferente por otra persona… respeto, hacer feliz sin que medie nada. No importa qué haga, si es rica o pobre. La verdad, una pregunta tan boluda. Me sorprende de usted, doctor- agregó con tono burlón.
— Sí, eso dicen, pero, ¿qué cosa es: diferente, buena, mala, daña, te hace hermoso y rejuvenece? Explicame.
— No te voy a contestar porque ya te pasaste de copas y de piola. Andá a descansar. En la semana paso por la oficina.

Cuando el abogado salió del edificio, caminó hasta el estacionamiento y retiró el auto. Antes de arrancar rogó para que no lo parara ningún control de alcoholemia. “Si me pasa, es por hijo de puta”, pensó.

El piso en el que vivía era cómodo. Se sirvió un whisky sin hielo y se despatarró sobre el único sillón de la estancia. “No me falta nada, pero: “¿Qué mierda es el amor?”, se preguntó. A sus cuarenta y cinco años no podía quejarse de nada y sí, se sentía feliz, pero la pregunta del millón rondaba a diario.

Escuchó ruidos en la cocina, se levantó y al abrir la puerta…
–¡Ay, señor! Me asustó, no lo escuché cuando llegó, ya me iba.
La miró como si recién la conociera. Era la chica que le dejaba lista hasta la comida. Menuda, prolija, educada y…” es bonita”, pensó.
–Es tarde, te llevo hasta tu casa ¿cómo es tu nombre?
Al terminar de hablar, se sorprendió por el ofrecimiento.
–Me llamo Luz. No, gracias señor además, vivo en un barrio peligroso, a mí me conocen…
No le gustó el, no. ”Te llevo, sí o sí y sin chistar”, le dijo. No supieron la causa, pero ambos quedaron, mirándose. Ella se sonrojó y él apenas pudo decir: “Vamos”.
La dejó a la entrada del barrio aunque deseaba haberla acompañado hasta la puerta de la casa. Ella se dio vuelta, alzó el brazo y lo saludó, sonreía. La vio feliz. Regresó satisfecho y con esa imagen que fue un regalo.

Tres meses apurado por llegar a tiempo para llevarla a su barrio.
—Doc, te vi con la minita de la limpieza, ¿es cumplidora?- indagó aquella tarde, sonriente, el amigo del Juicio… y él, no se contuvo.
Cuando lo vio tirado en el piso, no se preguntó: ¿qué es el amor?…se percató que ya podía contestar.