Se distinguió siempre por su valentía, vocación militar y heroico patriotismo. Ha pasado a la inmortalidad la respuesta que le dio al general americano Twiggs, al haber caído prisionero en Churubusco; al interrogársele sobre el destino de las municiones, mostrando aún las quemaduras, respondió secamente: “si hubiera parque, no estaría usted aquí”.
20 de mayo, aniversario del natalicio de Pedro María Anaya. Nació en 1795, en San Mateo Huichapan, actual estado de Hidalgo, y sus padres fueron los señores Pedro José Anaya y Maldonado, y María Antonia de Álvarez, ambos españoles criollos.
Pedro María Anaya inició su carrera militar en Huichapan en 1811, como cadete en el Regimiento de Infantería de Tres Villas. Causó alta en el Regimiento de Dragones de Sierra Gorda, en dicha unidad fue ascendido al grado de teniente, en recompensa a los servicios brindados a la Corona española.
La mañana del 27 de septiembre de 1821, el Capitán Pedro María Anaya como parte integral del Ejército Trigarante, salió del pueblo de Tacubaya para entrar a la ciudad de México, ante una multitud entusiasmada, que vestía prendas con los colores verde, blanco y rojo, para mostrar su nacionalismo y su pertenencia a una nueva Nación, que estaba a punto de nacer como país independiente.
El 25 de julio de 1829, el general Barradas ancló en el Cabo Rojo, Veracruz , y fue enfrentado y derrotado por el general Antonio López de Santa Anna, al mando de una fuerza armada, entre cuyos miembros se encontraba el Teniente coronel Anaya al mando de 400 soldados. Ante el triunfo mexicano, el presidente de la República, Vicente Guerrero, premió los servicios de Anaya, ascendiéndolo al grado de coronel del Primer Regimiento de Caballería Permanente.
En 1847, fue electo diputado al Congreso General por el Estado de México. Siendo Diputado, se le nombró Presidente Substituto de la República, en virtud de que el presidente propietario, General Antonio López de Santa Anna, había salido al Departamento de Veracruz, para combatir a los norteamericanos.
Tuvo la gloria de haber formado parte de los defensores del Convento de Churubusco, quienes se enfrentaron a las fuerzas norteamericanas el 20 de agosto de 1847, en la retirada que hacían las tropas mexicanas, por el descalabro recibido en Lomas de Padierna.
Los soldados de los batallones Bravos y de San Patricio resistieron valerosamente dirigidos por el general Anaya, quien al ver desde la explanada que el invasor trataba de penetrar por el frente e izquierda, acudió en su apoyo, logrando rechazarlo en el momento en que algunos proyectiles de cañón, al ser alcanzados por una chispa, se incendiaron, destruyendo la pólvora y granadas que quedaban, resultando quemados el propio general Anaya y varios artilleros de la Compañía de San Patricio.
No podemos dejar de mencionar la actitud del general Anaya, quien, a pesar de estar quemado de la cara y manos, recorría todos los puntos del Convento, animando a los defensores con su ejemplo, presentándose en los sitios de mayor peligro; incluso cuando algunos soldados mexicanos levantaron la bandera blanca, el mismo General se las tiraba al suelo y ordenaba que siguieran peleando, con las manos si era preciso, y que nadie se rindiera. Finalmente, los norteamericanos quedaron dueños del Convento, encontrando al General Anaya al frente de las escasas fuerzas mexicanas, que estaban exhaustas en el centro del patio, después del gran esfuerzo, en espera de que llegaran los invasores; al llegar el general Twiggs, junto a los mexicanos que estaban formados, preguntó dónde estaba el parque, a lo que contestó, con voz amarga, lenta y suave el General Anaya: “Si hubiera parque, no estaría usted aquí”, con lo que concluyó la batalla más sangrienta de la campaña de la guerra contra los Estados Unidos, una defensa gloriosa que pasó a la historia.
En noviembre del aciago año de 1847, el Congreso General nombró de nuevo a Pedro María Anaya como Presidente Interino, habiéndole tocado vivir en ese cargo la controversia de si se continuaba con la guerra o se pactaba con el invasor. Anaya dejó esa honrosa comisión el 8 de enero de 1848 y se le nombró ministro de Guerra y Marina, en donde sirvió hasta junio del mismo año, donde vivió en carne propia la pérdida de más de la mitad del territorio nacional, con la firma de los Tratados de Guadalupe Hidalgo.
En enero de 1853 regresó a ocupar el cargo de Administrador General de la Renta de Correos, puesto que desempeñó hasta el 21 de marzo de 1854, fecha en que falleció a consecuencia de una pulmonía.