Por: Mónica Teresa Müller

La fiesta de egresados de aquella noche de su adolescencia, hubiera escandalizado a muchos, pero agradeció ser parte de ella.

Reconoció que la aceptación a la diversidad de ideas, el sentido del buen humor, la apertura a la amistad y los diálogos oportunos, fue el oxígeno que guió su vida. Supo el valor del otro desde temprana edad. Esos valores ayudaron a ver la realidad, sin disimulos.

A la fiesta habían ido en tres autos. Ella iba con Patricio, su íntimo amigo, la hermana de él, y una compañera del Nacional que intentaba integrarse al grupo.

.Al llegar, ingresaron a un salón y se sentaron alrededor de dos mesas adornadas con un centro floral. Los amplios ventanales vestidos con cortinas de voile y otros más gruesos granates, avivaban el lugar y enmarcaban a algunos egresados, que parecían muñequitos de torta ubicados junto a sus respectivas familias.

Su mesa, situada a un lado del portón junto al parque, les permitió disfrutar de la brisa en aquella noche de diciembre. Manejaban una charla variada hasta que la “nueva” del Nacional, los cansó hablando.

Adoraba a su amigo, pero padecía de un defecto: era enamoradizo. Ella trataba de cuidar que no se involucrara con alguien que lo dejara mal parado, pero las chicas podían más.
Cuando regresó a la mesa luego de bailar, vio que Patricio lo hacía con la “nueva”. Sintió rabia y la odió.

Le cabeceó un rubio, le contestó un sí y se levantó. La cumbia arrasaba con los movimientos en una especie de hipnosis, acaparaba las voluntades y marcaba una época. El rubio la acercó a su cuerpo, el brazo de ella sobre su nuez le informó el límite, sin palabras.

Pasada la medianoche, los padres y familiares se marcharon, en minutos las cumbias pasaron a lentos.

La “nueva” y Patricio seguían en la pista. El rubio era agradable, su intento de acercamiento se había esfumado, bailaba a la perfección y eso, para ella, era lo principal. No podía dejar de vigilar a la “nueva”, que había vuelto loco a su amigo, que la agarró de la mano y salieron al parque.

Le dijo al rubio que la disculpara, que se sentía mal y salió al jardín. Su corazón parecía galopar y supo la verdad: estaba enamorada de su amigo.

Se acercó a ellos, separó de un empujón a la “nueva”, se colgó del cuello de Patricio y lo besó, para su sorpresa, él respondió. Lo inesperado no lo consternó. No supo si la otra se fue sola o acompañada. Nunca se le ocurrió imputarle liviandad. Le agradeció que le mostrara el camino real.

Uno es el artífice de su destino, siempre hay un indicio que sirve de brújula. Nadie sabe si la vida que nos toca vivir es poseedora de fortuna o no, ni podemos exigir su canje, pero podemos iniciar algo con una actitud firme en la que tenga prioridad el amor.
Aquella medianoche nació con un beso arrebatado e indicó el camino, puede afirmarlo porque, después de años, a su lado duerme Patricio.