Por Mónica Teresa Müller
Abrió la puerta y entró. Tiró el abrigo sobre un sillón y se plantó frente a quién lo recibió sorprendido.
—Hola, abuelo-, dijo.
El ex Juez, que estaba sentado frente al escritorio, no contestó, bajó la cabeza y con cautela escondió bajo el mueble y entre las piernas, un revólver.
— ¿Te ocurre algo, Raúl?-. El anciano sabía que cuando su nieto lo llamaba por el nombre, no había cabida para un diálogo amistoso.
—No me pasa nada, Anselmo, en absoluto-, respondió.
El joven se acercó al abuelo, agarró la carta que estaba sobre la mesa, apoyó un codo sobre la tabla y le arrimó, una y otra vez, la hoja de papel en el rostro del ex Juez.
— ¿Seguro?-, preguntó Anselmo-. Cómo que nada ¿y esto?- continuó-, estás asustado, Raúl ¿no?-.
El anciano intentó, con rapidez, colocar el arma junto a su sien, pero el joven, con un movimiento veloz se lo impidió sosteniéndole el brazo.
— ¡A la mierda con el Señor Juez!- exclamó-.
— ¡Basta! ¡Se acabó, mocoso! El que manda aquí, soy yo; ésta es mi casa-. Gritaba, mientras con la mano libre golpeaba con furia la tapa de roble. Su rostro, en el que una barba benévola sombreaba la palidez cadavérica, le generaba un rictus de ferocidad.
— ¿Basta? ¿Ahora dices basta?-. La mirada de Anselmo carcomía con odio a Raúl; liberó su brazo y continuó: -Dispárate antes que lo haga yo, viejo corrupto.
El joven había agarrado a su abuelo por los hombros y sacudía la figura endeble del hombre que sostenía en su mano, el arma
— Dispárate y sábelo, la carta te la mandé yo.
__ Mi nieto…- alcanzó a susurrar el ex Juez.
La carcajada de Anselmo castigó al silencio y le endilgó a cada respiro: dolor.
— ¿Tu nieto? ¡Hijo de puta! El nieto de la que mataste para ocultarnos, a papá y a mí, que no eras ni su padre, ni mi abuelo ¡Sí! No me mires con cara de horror, estoy enterado de la verdad; mátame por eso, dale, pero todo está escrito y firmado por ella, ¿o acaso no fuiste un chico de la calle, amigo de mi abuela, adoptado por un hombre que seguro fue más honesto y solidario que vos? atorrante.
Anselmo había soltado a Raúl y éste permanecía quieto en el sillón con la mirada ausente.
— Cuando tu amiga tuvo un hijo-, continuó el joven- te lo vendió por droga ¿Es así señor Juez?- Anselmo se había acercado al asiento en el que estaba el anciano y, mientras gritaba, le aseguraba el arma en su mano.
— Mi padre fue una cosa y, por conveniencia, colaboraste para que ella quedara atrapada en la agonía del submundo ¡Dispará, basura!
— Anselmo, Dios perdona…- Al decir esto, estiró el brazo y le ofreció el arma-. Vos sos abogado y sabrás qué hacer. Te delego la Justicia.
El joven se irguió del asiento en el que, hacía un instante y sin fuerzas, se había desplomado.
— ¡Eres peor de lo que creía, cobarde!
Cuando se acercaba al lugar en el que estaba el ex Juez, el revólver cayó al piso, el anciano se tocó el pecho y rodó sobre la alfombra; entonces, el grito de Anselmo quedó mudo en el espacio.