Por: Alejandro Ordóñez
Anoche tuve un sueño, no es que fuera Martin Luther King, ni Luis Donaldo Colosio con su cover. Fue algo extraño, soñé en blanco y negro, había cráteres y extrañas montañas grises; de pronto, una voz como de la Guerra de las Galaxias dijo por la radio: el módulo Eagle se ha posado sobre la superficie lunar. Comprendí que estaba escribiendo la epopeya, a partir de ese momento pasaba a ser parte de la historia. Se abrió una escotilla y la luz de la luna iluminó nuestra pequeña nave, mis compas me animaban a salir, tenía miedo. Una voz impersonal me dijo a través del chícharo: no olvide su parlamento del “paso”. Asentí y me deslicé por la escalerilla, antes de hollar la superficie traté de recordar mis líneas, no pude por los nervios, así que repetí con firmeza: este pequeño paso tan chévere que voy a dar. ¡Corten, corten! escuché la voz frenética de Kubrick, traigan a Armstrong, éste es un imbécil. Lo malo fue que al abrir la puerta del foro un tenue viento movió la bandera de las barras y las estrellas y una luz oblicua produjo una doble sombra, como si hubiera dos soles.
Me sacaron a empellones; amedrentado por los golpes y las groserías comprendí que era la ceremonia de la toma de posesión presidencial del Jeli pillo y estaba en el Palacio Legislativo. ¡Soy diputado, soy diputado!, grité, sólo para recibir un cachazo en plena jeta de un tipo bien manchado que me dijo: me vale madres, cáete con la lana. Estaba en una micro, estación Pantitlán, en pleno asalto. Alguien gritó: viene la policía, sálvese el que pueda, los rateros huyeron, si el tembloroso pasaje no lo hizo fue porque el chofer cerró las puertas y puso la radio a todo volumen: “Cuidao con la culebra te pica lo pie…” Me paré, caminé por el pasillo de la micro, una muchedumbre me decía: candidato, es usted el mejor hombre.
Un mal presagio me hizo voltear, oí un disparo. Pinche Aburto, alcancé a decir, pero ya estaba en un descapotable en una calle de Dallas y una gringuita de no mal ver, llamada Jackie me aventaba gacho los perros, me acordé entonces de “las goteras” de mi tierra y dije: paso. Unos disparos interrumpieron mis pensamientos, pinche Lyndon, dije, pero Dios me castigó, me vi alto, corpulento, con un sombrero texano medio cursi y muy ridículo, Soy Lyndon B. Jhonson, pensé, pero cuando empecé a arengar a mis conciudadanos, a decirles que la mera neta era la mota, que no hace vicio y mata a la tristeza, supe que la estaba regando bien gacho y estaba pero requete bien tarugo; me asomé al espejo, vi con terror mi mirada extraviada, los ojitos colorados, como de apache marihuano, escuché una voz decir: No le hagan caso, está pacheco. En la máuser, me cayó el veinte: choy Chente, lo último que me faltaba. ¡Ciertamente!
Declaré la guerra al narco, armé mi búnker y organicé a la polecía. Por mi estatura creí ser Napoleón Bonaparte, pero al sentirme incróspido trepé en un banco, me asomé al espejo y comprendí mi craso error; virgen santa, soy el Calderas. La gente me rodeó, quise contestar al reportero, pero se me olvidaron los títulos de los tres libros que tampoco había leído. Caminé hasta el pódium, inicié mi discurso, agitaba los brazos, miraba al cielo, la gente gritaba, lloraba al escucharme.
Debo ser Hitler, pensé, o ya de jodida Mussolini, porque los traía hipnotizados; al hacer el saludo nazi vi a una señora enfurecida, eran tan vehementes y exagerados su voz y sus ademanes, que sentí como si la Pinal hubiera enloquecido súbitamente en pleno foro, meteré al preciso al bote, repetía y repetía; otra mujer que imitaba a Clavillazo, con exagerado movimiento de sus manos, vociferaba en tono destemplado: que rabia dan, que rabia dan; más allá, al fondo del salón, en un rinconcito -tropical y muy cachondo- La Sandunga, sin música de fondo, jugaba y retozaba con dos ¿galanes?; pa acabarla de joder vi a una edecán que estaba buenísima; me acordé de otra a la que desnudé con la mirada; comprendí que no era Hitler ni Mussolini, era el famoso profesor acusado por las alumnas de la Ibero; en la madre, lo supe por mi facha de mugroso y porque decía luchar por los animales, pero protegía a las mineras depredadoras del medio ambiente, ya me llevó la Chingadinflas… Intenté un discurso pero parecía estar enfermo de la próstata mental, pues puros tartajeos balbuceantes salían de mi boca. Me repuse.
¡Sí, protesto! Dije al congreso en pleno, pero antes me echo a sus hijos. ¿Qué?, pensé, ¿Seré Michael Jackson o el padre Maci…? Un grito de terror se ahogaba en la garganta de la gente que se paraba de sus asientos para huir precipitadamente con sus niños; al ver mi túnica blanca y mi capa color púrpura comprendí quién era: no se vayan, grité, no soy de los legionarios de Roma, soy Herodes, soy Herodes… ¡Chale!