Por: Griselda Lira “La Tirana”
Estoy en la mitad del desierto, no es la sensación de estar sola lo que me aterra, sino la intuición de la muerte frente a mis ojos; la falta de control ante el tiempo y la distancia; esa alienación corpórea y las ambivalencias que recorren mi pensamiento sujeto a un espacio desconocido.
Las imágenes que llegaron a mi mente aquella noche mientras caminaba sobre las dunas eran espejismos, metáforas y sensaciones de vacío, mis pies que se hundían en la arena, se convirtieron en la metonimia del desamparo; me dolían el cuerpo y el alma con sus relatos internos directos hacia el corazón envuelto en arritmias.
Recordé a mi padre enseñándome a usar la colt, el sudor del lomo del caballo entre mis piernas después de un largo tramo de cabalgata hacia el pequeño pueblo en Chihuahua donde vivía el chamán, mi primer beso bajo la lluvia.
Ordinarios y simples pensamientos que construyeron una línea del tiempo, la voz que escuché en mi corazón más que en mis oídos. Eres tú a quien no puedo ver, eres tú tan lejos y tan arraigado a mí, penetrando la oscuridad de mi memoria.
Bajo los afanosos rayos del sol, mi piel se derretía como la cera de una diminuta candelilla en un oscuro bosque, era una ensoñación que invocaba a la quietud de la naturaleza dándome consejos y ahí, en esa burbuja de conceptos, una vez más aparecías en mi vida sin el permiso de los espíritus guías; eras una puerta que fingí cerrar desde tiempo atrás, una pieza musical que no quería escuchar nuevamente porque esas notas solo se tocaban en las partituras de mis delirios.
Las alucinaciones fueron la expresión de mi más profundo deseo: agua y sed de ti.
El desierto ya no era el mar, el desierto era la ceguera y la soledad. Veinticinco años se esfumaron en la nada frente a mis ojos y mi cuerpo, ya no me pertenecía. Cara a cara con el objeto de mi deseo; inconsciente, estuve atrapada en el rítmico sonido de las olas del mar.
El pasado, el presente y la conexión con el futuro se integraron en esta momentánea perdida de la razón. Un dolor intenso ocasionado por la mordida de un coyote me trajo de vuelta a la realidad.
Rodrigo, el chamán, me dijo al oído con una voz suave:
– “Niña, ¿a dónde fuiste? Niña estás aquí. Dime ¿cuál es tu nombre? Has vuelto a vivir. Niña, flor del desierto”.