Por: Mónica Teresa Müller
Alfredo Martínez vivía en un cuartucho de hotel. Tenía la mirada perdida, barba color fuego y perfecta dentadura.
Si bien se dedicaba al dibujo y de ello vivía, era asiduo visitante a lugares nocturnos. En “El Mareado”, había conocido una mujer, que había desaparecido. Martínez vivía con la ilusión de encontrarla. A partir de aquél día le sucedió algo raro: creía recordarla muy parecida a un personaje de sus historietas.
Entre charla y charla, una noche se lo comentó a su compañero de habitación, un correntino admirador de Quinquela Martín, el pintor de La Boca y que al no contar con posibilidades de poseer una de sus obras, había adquirido una réplica de la pintura:”Día de Niebla”.
El dibujante revisaba repetidas veces los dibujos de sus historietas. Estaba obstinado en encontrar a la chica de “El Mareado” entre sus bosquejos. Desde que se levantaba practicaba una búsqueda enfermiza.
Su compañero de habitación sufría de insomnio y para pasar el tiempo solía entretenerse con las sombras reflejadas en las paredes. Al cabo de algunas noches, el correntino notó que las figuras proyectadas sobre los revestimientos mostaza de los muros, no pertenecían a cosas del entorno. Aquellas imágenes saltaban sobre una superficie que parecía ser la cama del dibujante. Un escalofrío siniestro recorrió el cuerpo del hombre y el miedo lo paralizó. Pasados los acontecimientos, olvidaba lo sucedido.
A partir de esa noche, las figuras, además de reflejarse en la pared, eran visibles y a la vez que sus formas se distorsionaban, saltaban sobre los cuerpos de los dos hombres a los que picaban con un aguijón gigante. Parecía que los amarraban a algo, luego giraban y desaparecían.
Los compañeros de habitación permanecían bajo el sopor. Los párpados del correntino se veían pegados con una baba violácea que lo unía a la réplica del cuadro que colgaba de una de las paredes.
Una mañana, mientras el dibujante revisaba las obras, un rayo de luz iluminó una hoja de historieta y, por fin, Alfredo encontró en ella a la chica de «El Mareado». Resultó ser la joven equilibrista de un circo que había dibujado meses atrás.
Cuando Martínez la descubrió en el tercer bosquejo, tembló, el tatuaje de su cuello era el que él había besado durante aquella noche de sexo y alcohol. Giró la cabeza para comentarle al correntino el hallazgo y no lo vio, las cobijas de su cama estaban desordenadas y la claridad que se colaban por entre las rendijas, le mostraron que una secreción gelatinosa unía la cama con la réplica del cuadro, justo en un lugar en el que una mujer hacía equilibrio sobre los hierros de un barco. El dibujante creyó ver el cuerpo inerte de su compañero pendiendo de la misma baba violeta que, en ese momento, le ocupaba a él la boca y le impidió gritar, porque la mujer con el tatuaje en el cuello, lo arrastraba hacia el “Día de Niebla”.