Por Alejandro Ordóñez
Para Farsán, el joven
y para los Mandujano.
Cuando su esposa falleció, después de muchos años de casados, entró en profunda depresión y si bien trataba de fingir tranquilidad, su apariencia física lo delataba. Ese hombre alegre, amante de la guitarra, el canto y la poesía parecía haber muerto también. Consulta a un tanatólogo, sugirió un amigo, te ayudará a entender mejor la situación y te acompañará durante el proceso del duelo. No necesito a ninguno de esos charlatanes, si con eso reviviera, lo haría, como no ha de ser así, me niego -contestó-. Un perro, papá, será tu compañía, te cuidará. No estoy para esas danzas, afirmó, ya parece, odio a esas sabandijas faldilleras y no estoy para andarlos acariciando o laman mi mano y llenen de pelos la sala. Lo invitaron a la playa, viajaron juntos al extranjero, los amigos inventaron una comida semanal donde era el invitado de honor y los hijos lo visitaron o lo invitaban a su casa, con escasos resultados. Las noches son terribles, confesó alguna vez. Sueño con ella, parece tan real, estiro la mano para tocarla, abrazarla y sólo está la fría sábana. A veces percibo su loción, escucho ruidos, oigo pasos, sombras subiendo la escalera… por supuesto no soy supersticioso; sin embargo, mi necesidad por ella me sugestiona y hace sentir su presencia. Me visita un colibrí, comentó, ha entrado varias veces a la sala, detiene su vuelo frente al mueble donde tengo la urna con sus cenizas, aletea unos segundos y se va. ¿Qué significa eso?
Se reunieron los hijos en secreto conciliábulo, decidieron regalarle una mascota que lo acompañara ¿de qué raza? preguntaron a los De Mandujano, unos vecinos que amaban a los perros y sabían todo sobre su cuidado y educación. Comprendo, dijo papá De Mandujano. Necesitan un animal que le haga compañía y al mismo tiempo lo proteja. No se crean, lo hemos comentado entre los vecinos, no deja de ser peligroso, un hombre mayor viviendo solo, siempre será una tentación para los rateros, hay bandas especializadas, se introducen en sus casas, los golpean hasta sacarles los datos de sus cuentas bancarias, preguntan por los objetos de valor y los sitios donde se encuentran, y no obstante su cooperación, al final suelen matarlos. ¿Les parecería un ejemplar como éste? ¡Tyron!, gritó, y apareció un impresionante pastor belga que imponía con su sola presencia. No ataca si no se le ordena; por las noches, cuando lo saco a pasear, la gente se cambia de acera, si noto algo extraño, le ordeno ¡alerta! y adopta una posición como para tenerle miedo.
Lo invitaron a comer, estaban en el momento del café y los postres, te tenemos una sorpresa, dijo la esposa del hijo menor y apareció la nieta con un hermoso cachorro. Es de la misma raza del de tus vecinos, le informaron, costó una pequeña fortuna, pero valió la pena, te acostumbrarás a él y en poco tiempo lo amarás. Rezongó, fiel su costumbre, más al cargarlo terminó aceptándolo, sus muchachos tenían razón -se dijo a sí mismo-, a partir de ese momento cambió su vida, hacían juntos una caminata matutina y otra nocturna, se sorprendió al descubrirse platicándole sus problemas y el programa cotidiano de actividades. Como las noches eran frías, lo dejaba dormir en la planta baja y la puerta de la sala permanecía abierta para que pudiera entrar o salir a su antojo. Los vecinos estaban fascinados con él, metían los brazos entre la reja y acariciaban sin temor a esa fiera que parecía disfrutar con sus mimos; por las tardes, cuando los niños lo encontraban en el parque, le lanzaban la pelota y corrían tras él, entre ladridos y gruñidos de gusto. Una tarde papá De Mandujano inició la plática, los pastores belgas son muy inteligentes, a pesar de su apariencia son cariñosos y juguetones, quizás su mejor característica sea ser animales de guardia; es decir, atacan a extraños y dan la vida en defensa de sus amos; claro. es necesario educarlos, no resulta barato pero aporta muchos beneficios, si lo haces estarás más protegido que con un arma.
Durante días investigó los costos de diversas escuelas y al final decidió educarlo él mismo, -su modesta pensión no alcanzaba para esos lujos-. Consultó los tutoriales de YouTube y empezó el entrenamiento. Otra tarde se acercó papá De Mandujano, le habló con autoridad al perro, éste obedeció, agachó la cabeza en señal de sumisión, permitió sus cariños y aceptó unas croquetas suyas. ¡Mal, muy mal!, discúlpame, por principio de cuentas sólo debe aceptar las caricias de su amo; para terminar, debe rechazar los alimentos ofrecidos por otras personas. Hazme caso, por favor, haz un esfuerzo, paga su educación, puede ser la diferencia entre tu vida o tu muerte, y no exagero, en serio, no lo eches en saco roto…
Una madrugada lo despertó el ruido de la reja, al azotarse, se asomó por la ventana, el portón iba y venía con el viento, buscó al pastor belga con la mirada, no lo halló; lo llamó, le chifló; no hubo respuesta, había escapado. Recordó la advertencia: hay bandas dedicadas a asaltar las casas de las personas de edad avanzada. Temió por su mascota, según había leído les arrojan trapos mojados con cloroformo para dormirlos y a veces ya no despiertan. Aguzó el oído, no escuchó ruido alguno, entró al baño, tomó el palo del trapeador, bajó lentamente la escalera, temiendo caer en medio de esa profunda oscuridad, la puerta de la sala estaba abierta de par en par, en una esquina descubrió la silueta de un hombre, blandió su arma y, tembloroso, se acercó al intruso, quien permanecía inmóvil tal vez con la intención de pasar desapercibido. Exhaló ruidosamente, era el perchero donde colgaba la gabardina y el sombrero para cubrirse del frío. Terminó su exploración, no había ningún extraño, tampoco estaba el perro.
Nunca imaginó extrañarlo tanto, ¿qué habría ocurrido? se preguntaba con insistencia. Tomó la determinación -a pesar de la hora-, se cubrió con una chamarra y se fue en el auto a buscar a su fiel compañero. Recorrió las calles del fraccionamiento, en el periplo halló a dos patrullas, ofreció una recompensa si lo encontraban y lo llevaban a su casa. Pasaron los días, no se dio por vencido, apenas amanecía patrullaba las calles, preguntaba a los transeúntes y vecinos, algunos, quizás de buena fe aseguraban haberlo visto por aquí o por allá…
Una mañana, tan monótona como las demás, tocó a su puerta un lavacoches, habían hallado a su fiel compañero, vagaba por las calles, sin rumbo fijo, una vecina lo vio, lo metió a su casa y como no traía collar ni placa con los datos de identificación, pidió a los lavadores de autos la ayudaran a encontrar al dueño. Verificó la dirección, sin poder contener su nerviosismo tocó el timbre, salió una señora madura, muy guapa y distinguida, acompañada de un perrillo faldero y del pastor, el pinche pastor belga apenas le movió la cola y feliz se volvió a meter a la casa. Hijo de su… Al principio la señora desconfiaba; sin embargo, se convenció, ese sujeto debía ser el amo a pesar del desdén de la mascota y la reticencia a abandonar esa casa. Dio las gracias, se despidió de esos pizpiretos ojitos azules, sin poder dejar de mirarlos. Se dirigía a su casa cuando se cruzó en su camino una florería. No es mala idea, pensó, además la señora estaba guapísima, con un poco de suerte vivía sola. Compró un arreglo espectacular, volvió sobre sus pasos. La señora manifestó su sorpresa, no era necesaria tanta molestia, dijo en tono muy serio, aunque aceptó el regalo. Él, un optimista empedernido, supuso que ese malestar era fingido pues lo miraba fijamente y con gesto de admiración; primero se sintió un poco incómodo, luego le dio gusto su actitud, tal vez la vecina fuera viuda o divorciada, daba igual, y en una de tantas hubiera fingido esa frialdad para ocultar sus sentimientos, eso le gustó porque si ese enamoramiento a primera vista funcionaba, no le gustaría contraer nupcias con una mujer de fácil sonrisa y conductas liberales.
Durante varios días diseñó un plan de acción, no era cosa de llegar a su casa con otro arreglo floral, no sabía si la mujer estaba casada o vivía sola, si tenía hijos; imaginó la reacción de su marido si lo veía llegar con flores para su esposa. No, definitivamente no podía arriesgarse; por fin se le ocurrió, si tanto le había gustado esa casa al bendito animalito, lo llevaría a pasear al jardín de enfrente, de esa manera podría conocer los movimientos de la familia, quién entraba, quién salía, en fin… Pasaron varios días sin novedad, empezaba a desesperarse cuando la vio salir al jardín, aguantó la respiración, abrió su reja, cruzó la calle y se dirigió hacia él. ¡Gulp! Estaba desarmado, no sabría qué decir si ella le preguntara qué hacía ahí. Lo saludó con naturalidad, acarició al traidor quien le movió la cola y lamió su mano. Está lindo, dijo, habría sido una desgracia perderlo. Él agradeció nuevamente la ayuda y aprovechó para presentarse: me llamo Alfredo Alanís, mis amigos me dicen Fello, a sus órdenes; ah, soy viudo. Mucho gusto Fello, ¿le puedo decir así? Soy Gloria, me dicen Goya, casualmente también soy viuda. Brincó, se quiso morir de gusto. Al saberlo los amigos le hacían burla, ¿cómo está la nueva señora Alanís? Doña Goya Alanís.
Contrario a su costumbre fue cauto, por nada del mundo le habría gustado echar a perder con sus prisas una prometedora relación; si bien, por las noches tenía sueños lúbricos e imaginaba el primer encuentro amoroso. Empezaba a cansarse de esa relación más propia de adolescentes, cuyos encuentros duraban escasos minutos, siempre en esa banca y a la vista de todos. Por fin se animó a invitarla a cenar a un restaurante, no aceptó, en todo caso le gustaría ser ella quien lo invitara a merendar en su casa. ¡En su casa! Los dos a solas, tal vez bajo la luz de algunas velas, brindarían con champaña, él se encargaría de ello. Los platillos estuvieron deliciosos, la conversación agradable, el ambiente propicio para el romance, con la luz apagada, alumbrados apenas por las velas de un par de candelabros. Brindaron una y otra vez, por ellos, por su felicidad, a pesar de no haberla besado, tarde se le hacía para pasar a la recámara.
Lo despertó una voz conocida, aguzó el oído, era el lavacoches al que le regalaba dinero, chamarras, tenis, refrescos y comida, quien le avisó dónde encontraría al perro. Vengo por lo prometido, cumplí mi parte, escuchó. Sintió náuseas, volvió a perder el sentido. Lo hizo volver en sí una jaqueca fenomenal, ¿estaba en un cuarto oscuro, o tenía una venda en los ojos? Tembló al descubrir que sus muñecas y tobillos estaban fuertemente asegurados con cinta canela. ¡Auxilio! gritó, ¿me escucha alguien? Se abrió la puerta de un golpe, escuchó una voz amenazante. Te escucho yo, cabrón, y más te vale dejar de gritar o de una buena vez te mueres. Oyó otras voces. ¿Cuál es la contraseña del celular, el de la aplicación de tu banco? Luego una andanada de golpes en todo el cuerpo y las preguntas reiteradas pidiendo información. Su nerviosismo le impedía recordar los números de sus propias contraseñas, lo que provocaba la ira de los tipos al pensar que los estaba engañando. Le soltaron los tobillos, lo hicieron poner de pie, hundieron su cabeza en una cubeta con agua pestilente, quemaron sus antebrazos con las brasas de una colilla, luego las descargas eléctricas de una picana en sus partes íntimas le hicieron aullar de dolor. Se fueron las horas, los días, ¿quién podría saberlo? Él no. En su propio auto fueron a su casa, abrieron la caja fuerte, sustrajeron las amadas joyas de su difunta esposa, arrasaron con todo lo valioso, vaciaron las cuentas bancarias y de inversión; a lo largo de ese calvario, cuando la tortura se volvía intolerante, escuchaba una voz amable, dispuesta a ayudarle si cooperaba, lo animaba; pronto te soltarán, le aseguraba. Resultaba agradable saber que en ese infierno contaba con un aliado, por eso le confió hasta el último de sus secretos.
Preguntó a la voz amiga si estaban solos, el hombre asintió. Mira, le dijo con voz temblorosa, he cumplido todas sus peticiones, no tengo nada más para ofrecerles, te ruego, te imploro, hazlo por tus seres queridos, déjenme libre, no aguanto más esta situación, por piedad, ayúdame, y se soltó a llorar desconsolado. Amigo, dijo la voz, en verdad he aprendido a estimarte, por eso me duele decirte esto, ¿de veras creíste que te íbamos a soltar? ¿Qué te dejaríamos libre? Cómo crees, nos delatarías, conoces la casa, a mi vieja -trataste de comértela, cabrón-, eso podría perdonártelo, pero no te puedo dejar ir. ¡Suéltame por piedad! Te lo juro por mi difunta esposa, sabré guardar silencio. No, discúlpame, no va a ser posible, lo invadió el terror al escuchar el ruido de la pistola cuando cortó cartucho, sintió el frío metal clavado en la sien y notó cómo se abrían sus esfínteres al escuchar una detonación.
Ciudad de México, julio de 2023.