La ciencia es incapaz de resolver los últimos misterios de la naturaleza, porque en el último análisis nosotros mismos somos parte de la naturaleza, es decir, del misterio que tratamos de resolver

Max Planck

¿Qué es el bien y qué es el mal?

En su obra Emilio o De la educación, Rousseau asegura que “El hombre es bueno por naturaleza”, y es la sociedad la que lo corrompe. A diferencia de Rousseau, Hobbes y Maquiavelo creían en una perversidad humana originaria. En el caso de Maquiavelo, nunca dijo que los hombres de gobierno fueran perversos, sino que los hombres lo son, de lo que podemos colegir que si es cierto como lo es que el político es hombre, luego entonces el político es perverso, y que si los hombres en general no son buenos sino perversos, es deber del hombre de Estado serlo también, a fin de conservarse y mantenerse en el poder por el mayor tiempo posible.

En la historia del pensamiento ético han existido dos posturas con respecto al bien y el mal; una que los concibe como algo absoluto y otra que piensa que ambos son relativos, habiendo entre ambos extremos muchas teorías sobre el bien y el mal.

Para Sócrates, por ejemplo, el bien supremo es el conocimiento. Por lo tanto, “ningún hombre es voluntariamente malo”, sino que lo es a causa de su ignorancia o desconocimiento de lo perjudicial de sus actos. Para Platón, la razón es el bien supremo del hombre, por lo que el individuo que logra ser sabio, valiente y moderado, tiene a sus pies la felicidad y la bondad, que van de la mano. Y para Aristóteles, el bien supremo consiste en la realización de uno mismo, mediante la observancia de una actitud racional basada en el equilibrio que nos proporciona la búsqueda del término medio.

Para los epicúreos el mayor bien es el placer, que consiste en satisfacer los deseos o liberarse de ellos, mientras que para los estoicos “el bien supremo estriba en actuar en armonía con el universo”, para observar así una vida virtuosa que nos de felicidad (Frost, 2005).

Pero luego de ellos -griegos y romanos-, el pensamiento sobre el bien y el mal devino en la postura dicotómica -inspirada en las antiguas tradiciones babilónicas- sobre la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, lo erótico y lo tanático, el bien y el mal. Plotino, por ejemplo, señalaba que mientras la materia es fuente del mal, Dios es la fuente del bien.

Ya con el predominio del cristianismo en Occidente, se consolida este “dualismo definitivo” en el pensamiento filosófico y también en la cosmovisión del ser humano común hasta nuestro tiempo. Para San Agustín, el mal es algo relativo y en realidad es la ausencia de bien, como la oscuridad es ausencia de luz. A partir de aquí, la bondad y la moralidad se empiezan a transformar en un asunto de conciencia; siendo que al final el cristianismo nunca ha terminado de resolver el problema sobre el bien y el mal.

Hobbes argumenta porqué no pueden existir el bien ni el mal absolutos, sino que son relativos, pues las cosas buenas pueden pronto convertirse en malas y las malas en buenas. Para Spinoza, el error -y por tanto el mal- es falta de conocimiento y a falta de conocimiento las desgracias y los perjuicios vendrán. Este constituye en definitiva un punto de vista profundamente interesante bajo el actual paradigma científico y tecnológico en el que nos encontramos.

Para Locke las cosas que producen felicidad son buenas y las que provocan dolor o incomodidad son malas, lo cual aprendemos mediante la experiencia. Locke se ubica en la tradición ética relativista de Hobbes. Sobreviene el pensamiento de la escuela consecuencialista y utilitarista y, antes que Bentham o Stuart Mill es Francis Hutcheson quien acuña la frase “El mayor bien para el mayor número”, misma que se convierte, de acuerdo a esta corriente, en criterio del acto bueno.

Después Kant hace uno de los mayores esfuerzos de la historia del pensamiento ético y, rebatiendo a los consecuencialistas, elabora en el conjunto de sus obras la más brillante filosofía de la moralidad desde Aristóteles, la cual corola con su famoso imperativo categórico: “Actúa siempre de tal modo que la máxima que determine tu conducta pueda muy bien ser una ley universal; actúa de tal modo que puedas querer que todos sigan el principio de tu acción”. Así, para Kant, lo único que cuenta para hacer el acto bueno, es que las intenciones y los fines sean buenos, sin importar los resultados ni las consecuencias.

¿El bien y el mal existen? ¿El bien y el mal están inscritos en la naturaleza del universo o en la del ser humano como potencia? ¿El bien y el mal son absolutos o son relativos? Muchos filósofos y científicos han intentado responder a algunas de estas preguntas, las cuales siguen siendo un misterio como lo son muchos otros, que no hacen sino revelarnos lo limitado de la condición humana.

* Salvador Franco Cravioto es escritor, académico y servidor público hidalguense,
nacido en Pachuca, México, en 1981.