Por: Alejandro Ordóñez
Pueblo diminuto enclavado en las montañas. Anochece. Gente sentada en las bancas de cedro escucha con devoción. Se ponen de pie, hacen una fila en el pasillo central, caminan hacia el frente, regresan a sus asientos, aire beatífico, gesto contrito. La ceremonia ha terminado, apretones de manos, deseos de paz. Ermita vacía, sombras, penumbra, silencio. Alameda contigua. Inicia la verbena. Juegos mecánicos en movimiento; el látigo ensordece con su estruendo y los gritos de sus pasajeros al sentir el jalón; martillo, rueda de la fortuna, tiovivo, niños pequeños -a cada vuelta saludan y dicen adiós a sus mayores-.
La vendimia no cesa. Baratijas para las niñas: frasquitos de plástico con perfume de rosas, muñequitas de trapo. Los niños piden juguetes baratos, camiones de madera y helicópteros que emprenden el vuelo tan pronto jalan el cordón enrollado en una polea y tiran bruscamente de él. Mesas improvisadas, tablones cubiertos con multicolores manteles de plástico. Vigas, asientos corridos, convivencia codo a codo. Las madres, buñuelos, jarabe de piloncillo, jarros con café de olla -el aroma a canela incita a beberlo-. Crepas con cajeta y nuez. Póngale más, señora, le pago doble. Picosos tamales verdes y rojos, los de dulce agradan a los niños; atole de fresa o de vainilla. Tenga cuidado con las criaturas, señito, está hirviendo, y ya sabe, sus quemaduras son muy dolorosas.
Amaos los unos a los otros.
Distracción momentánea de los padres, las jovencitas escapan a su vigilancia. Parte oscura de la alameda. Novios impacientes aguardan. Añosos árboles, improvisados respaldos. Sexos que se tallan, restriegan sobre la ropa, cuerpos unidos en apretado abrazo. Besos, caricias, suspiros. Brazos extendidos quieren más. Acres reclamos los detienen. Encuentros fugaces. Padres preocupados, ¿dónde está la niña? ¿Qué sé yo? Rueda de la fortuna o martillo. Si tanto te preocupa ve y búscala. Fuerte contraste; afuera, gritos estridentes, carcajadas, escándalo de juegos mecánicos. Dentro, silencio sepulcral, murmullos de la cera al derretirse. Aromas de madera fina, de crisantemos colocados en las esquinas y en el frente; olor de santidad e incienso.
Cuarto contiguo, bártulos de oficiar -sobre la mesa-. Peine de bolsillo, cabellos en su sitio. Golpes suaves en la puerta. Joven tímida, vestida de blanco, entra. Cerrojo corrido. Pasos que se buscan y se encuentran. Ella tímida, insegura, arrepentida de estar ahí.
Sentimientos encontrados. Cuerpo tembloroso, busca huir, remordimiento de conciencia, angustia incontrolable. Víctima propiciatoria para el sacrificio. Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo. Sonrisas tranquilizadoras, abrazos, palabras de cariño. Sentada en el filo del escritorio intenta controlar su miedo. Blusa y corpiño caen al suelo, pechos diminutos acariciados con suavidad, besos apasionados. Falda subida hasta las ingles, muslos torneados se agitan, peces fuera del agua. Una pierna se levanta, luego la otra, facilita el retiro de la nívea ropa interior. Éste es el cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Pasos en el exterior se aproximan. Tocan a la puerta. Labios sellados con un dedo. Silencio. Golpes violentos a la puerta.
La perilla gira, pretenden abrirla. Voz dirigida a… quién sabe. No hay nadie, los pasos se alejan. Respiración tranquila. Nuevos cariños, tiernas palabras de amor. Vuelve la calma. Embate final. Los tejidos se abren, se rasgan, se pierden. Ojos abiertos como platos. Relámpago de dolor cruza su vientre. Descargas eléctricas. Lágrimas amargas, grito atrapado en la garganta. Molestias olvidadas. Vuelo de los amantes. Cuerpos volátiles, torbellino gira sin tregua ni descanso, huracán, tornado; luego descarga eléctrica, espasmos sin fin, besos dolorosos, labios sangrantes. El Jardín del Edén, recuperado.
Paz en la tierra a los amantes de buena voluntad. Pequeña gota de sangre aparece en la blanca ropa íntima, crece, crece. Sangre de la alianza nueva y eterna. Su mano explora bajo el calzón. Hilitos rojos escurren por sus dedos. Alarma. Miedo. Terror. Tristeza. Arrepentimiento. No supo esperar. Amor y pasión nacieron muertos. Se sabe impura, pecadora, indigna de ser amada. Aquél que esté libre de pecado tire la primera piedra, pero en ese pueblo fanatizado… Es una lujuriosa -dirán- incapaz de vencer a la tentación, la concupiscencia de la carne, pecado mortal. Volverá a repetirlo. Condenada a no tener amigas, ni hombre, ni boda, o hijos. Vejez solitaria.
Sin techo donde guarecerse, su propio padre la echará de casa. Acres reclamos, la deshonra de la familia. Tranquilo, no hay motivo de arrepentimiento, ni de culpa. Jofaina llena de agua limpia, Poncio Pilatos se lava las manos.
Rumores. Van y vienen, cobran fuerza. Pasos sigilosos. Ojos que atisban, cortinas entreabiertas del despacho. De pronto pedradas, estruendo de vidrios rotos, corazones rotos, ilusiones rotas. Ventanas abiertas. Irrumpen hombres en el despacho. Indignados, vociferantes, agresivos. Hora de huir en busca de la salvación. Cerca del ara es alcanzado. Puños convertidos en mazas, garrotes golpeadores. Voz desgarrada implora piedad, clemencia. Cuerpo caído, imposible ponerse de pie.
Escupitajos sobre su rostro tumefacto, golpeado, pateado, escarnecido, se revuelca en sus miasmas. Olor conocido impregna el ambiente, lo reconoce. Intuye su destino. Se agita enloquecido. Gasolina. Gasolina para las bancas, y también para los santos. Tea encendida rompe las sombras. Largas lenguas de fuego asoman por ventanas y puertas. Cielo rojo. Madre intenta consolarla. Hija mancillada se retuerce, logra zafarse de los brazos maternos, respira profundo, corre hacia la puerta trasera donde no ha llegado el fuego.
Kyrie Eleison.
Señor ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros
Los amantes se encuentran. Caen vigas, ladrillos, pedazos de concreto. No habrá perdón de los pecados, ni resurrección de la carne, ni vida perdurable, para ellos. Gruesos lagrimones mojan las mejillas de ambos. Angustia compartida. Musita en su oído, ¡Por mi culpa, por mi grandísima culpa! Desde el enorme ventanal se contempla el firmamento tachonado de estrellas, luna llena, giran indiferentes los astros en el espacio. Fuego eterno del infierno los envuelve. El cristo negro, el enorme cristo negro tallado en madera empieza a quemarse, igual que ellos. Un grito desesperado rompe el silencio: ¡Padre! ¿por qué me has abandonado?
Ciudad de México, julio de 2023.