El mundo ha llegado a parecerse mucho al de Maquiavelo
Bertrand Russell
Nicolaus Maclavellus Nelli nació el 3 de mayo de 1469 en Florencia. Fue hijo de Bernardo y Bartolomea, hermano de Salvatore, Primerana y Ginevra, y esposo de Marietta Corsini, a la que “amó tiernamente a pesar de su temperamento libertino”. Fue un buen esposo y un buen padre, “buen amigo de sus amigos y un funcionario ejemplar cuando le dieron la oportunidad de demostrarlo” (El príncipe, EMU, 2006).
“Maquiavelo distó mucho de ser un santo”, pero estuvo lejos también de ser un hombre malo. Fue un escritor y un político de su tiempo, honesto en sus ideas, percepciones y planteamientos y polémico después de su muerte en 1527, a la que a la postre siguió la primera publicación de su máxima obra, misma que le daría el título merecido de padre de la ciencia política moderna: El príncipe.
Maquiavelo escribió además otras variadas obras literarias, todas ellas salidas a la luz pública hasta pasado su fallecimiento, a excepción de El arte de la guerra, único libro que se imprimió en vida de Maquiavelo, que no debe confundirse de ninguna manera con el célebre El arte de la guerra del general chino Zun Tzu.
El florentino es considerado al mismo tiempo uno de los precursores de la unificación italiana, que se daría en definitiva siglos más tarde. Su contexto político fue de corrupción, no de él sino una generalizada en los reinos y repúblicas de la Europa de la época. Su ideal, dice Frost, era en realidad, “cuando la situación fuera menos corrupta”, “una nación libre e independiente, en la que se valoraran los derechos cívicos… (…)…de cada uno de los individuos”.
Para tales propósitos, y para lograr mantener el poder del Estado en beneficio propio y de la comunidad, postulaba convincentemente que él fin justifica a los medios. Creía en un Estado fuerte que se sustentara en las milicias propias y no en las ajenas ni en los mercenarios, sino más bien en la lealtad hacia el gobernante, inculcada por medio de una fórmula de amor y temor hacia él, pero nunca odio, el cual siempre debe ser evitado, a fin de impedir rebeliones innecesarias.
El príncipe tenía que utilizar entonces todos los medios a su alcance, incluidos, de ser necesario, la fuerza, la intimidación o en engaño. Ser maquiavélico por eso es, significado no de maldad sino de astucia, pues decía Maquiavelo que los hombres del poder y en general de éxito y relevancia en la sociedad no son buenos y por lo tanto, había que enfrentarlos con sus mismas armas, fueren las que fueren, a fin de no cejar en el intento, sin reparo en forma alguna de falsa moralidad.
Dante dejó escrito que las tierras de Italia estaban “llenas de tiranos”. Pero también hubo hombres virtuosos y Da Vinci fue uno de ellos. Maquiavelo y Leonardo se hicieron amigos en la corte de César Borgia -hijo del Papa Alejandro VI-, a quien aquel admiraba como modelo de gobernante de la época y que fue de hecho en quien sobre todo se inspiró para escribir El príncipe, obra cumbre que fue dedicada en obsequio, como es bien conocido, a Lorenzo de Médicis.
A Maquiavelo le gustaba el arte, la ciencia y la cultura, pero también el servicio público, por lo que siempre buscó adaptarse a las circunstancias políticas a fin de poder servir a su Estado, Florencia, como funcionario. El príncipe se escribió hacia 1513, ya recuperado el cacicazgo de los Médicis; y Maquiavelo muere en 1527 a los 58 años. La obra no produjo ruido en la Italia de la época, pero años después se intentó censurar muchas veces por cristianos, protestantes y toda clase de gente y eso ayudó a inmortalizarla, sin ser otra cosa que una obra auténtica, astuta, en partes subjetiva pero realista, sin dejos de hipocresías o idealismos morales de ninguna clase, lo cual a nuestro parecer tiene su valor y utilidad para quien decida así buscarlo.
* Salvador Franco Cravioto es escritor, académico y servidor público hidalguense,
nacido en Pachuca, México, en 1981.