Por: Mónica Teresa Müller
Sin señal de modestia, se miró en el espejo del ascensor. Se vio guapo y como si el que miraba fuera otra persona, sonrió y moduló un beso.
La discusión con su socio y amigo desde la niñez, apodado el Tano, sobre los méritos de actuación en los negocios, lo había afectado, pero resolvió internamente no permitirle que se inmiscuyera más en su trabajo.
Una pregunta le martillaba la cabeza desde hacía varios días, “¿Cómo se cura la soledad?”
—Bajate del caballo de la soberbia, que seas un psicólogo triunfante, no es un engranaje que encaja con el desperfecto de tu motor- dicho esto con sorna, su amigo, le había palmeado la espalda y lo dejó boquiabierto.
Fue un golpe directo en el estómago. “Cuándo voy a darme cuenta que si no estoy bien, mis pacientes me abandonarán.”
Pablo quería terminar el año sin reprocharse nada, brindar por él y por la vida.
Salió del edificio y se dispuso a recorrer a pié algunas cuadras para encontrar algún auto que lo acercara hasta su casa.
Los taxis pasaban ocupados. Se acercaban las celebraciones de fin de año y en Buenos Aires encontrar algún amarillo y negro, libre, era sacar un premio en la lotería. El día era caluroso y como sabía que le faltaba hacer ejercicio, decidió caminar. “Los choferes no deben sentir el peso de la soledad, seguro”, pensó mientras cruzaba la calle sin darse cuenta que el semáforo estaba en rojo. La frenada de un auto y la bocina lo recuperaron a la realidad. “Si estuviera acompañado, no me hubiera sucedido.”, caviló.
De lejos, el cartelito con el libre iluminado de rojo, lo indujo a cambiar la caminata por un asiento confortable y aire acondicionado.
— Buenos días-murmuró.
— Buenos días ¿Hasta dónde lo llevo, señor?
Pablo se corrió en el asiento para ver la cara de quien le hablaba. El espejo retrovisor le mostró un rostro angelado, como diría su amigo el Tano.
— Tome por Avenida Córdoba y le indico.
— Ok, señor.
— ¿La conozco de algún lado?- no pudo dejar de preguntar porque esa voz le resultaba familiar.
— Seguro que me conoce, fui su paciente el año pasado.
La respuesta lo dejó pensando. “Claro, hacía sillón, por eso recuerdo solo la voz”
— ¿Mejoró de su problemática, que dejó de asistir al consultorio? Disculpe que pregunte.
— No, no mejoré. Se agrandó el problem – el tono de voz había cambiado. Cada palabra parecía masticada – ahora, además de sentir soledad, me pregunto por qué estoy sola.
— Pucha, que bárbaro y yo que pensaba que los taxistas eran una especie de psicólogos callejeros, que se curan solos. Además, que mal hice la tarea.
— Cosas que suceden, Pablo. El tema es que cuando se unen las palabras, soledad y amor, la cura se hace difícil. Bueno, si tenemos en cuenta que el terapista es la parte principal del problem.
Pablo estaba sorprendido. “Las vueltas que tiene la vida”, pensó.
— Te propongo que continúes con la terapia y gratis. Te invito a tomar un café y a descubrir: cómo se cura la soledad- dijo.