Hasta nuestros tiempos, los hombres
sólo habían recibido dos tipos de enseñanza
en lo que se refiere a las relaciones entre la política y la moralidad.
Uno era de Platón y decía: “La moralidad decide la política”; y el otro era Maquiavelo, y decía: “La política no tiene nada que ver con la moralidad”.
Hoy recibimos un tercero, M. Maurras enseña: “La política decide la moralidad”

Julien Benda

El maquiavelismo es una forma de realismo político, sin embargo, no es sino hasta mediados del siglo XVI cuando, más difundida la obra del florentino, se empieza a calificar de maquiavélica a una actitud astuta ante la realidad de las cosas, sobre todo en lo que respecta a política y negocios.

Buckingham y otros, en El libro de la filosofía, refieren que El príncipe es un libro ingenioso y cínico y que este “demostraba una profunda comprensión de Italia en general y de Florencia en particular. En él, (…)…los objetivos de un gobernante justifican los medios que emplea para alcanzarlos”. Fue y es una obra revolucionaria en el sentido de que “se alejaba decididamente de la moralidad cristiana”; en ella Maquiavelo “ofrece consejos despiadadamente prácticos a un príncipe”.

Algunos de estos consejos, puestos en resumida paráfrasis de Maquiavelo son:

1. Un Príncipe poderoso y valiente dará esperanza a sus súbditos y buenos motivos para poder vencer al enemigo.
2. Los cimientos del poder consisten en buenas leyes y buenas tropas.
3. La mejor victoria es la que se obtiene con armas y milicias propias.
4. El arte de la guerra es un arte que corresponde exclusivamente a quien manda. El Príncipe deberá preocuparse siempre por estar activo en el arte militar, en tiempos de paz como de guerra. Para ello hay dos maneras: la acción y el estudio. Ser prudente y no permanecer ocioso nunca en tiempos de paz, para poder hacer frente a la adversidad cuando la fortuna cambie.
5. Es preciso que el ser o no ser bueno sea una capacidad aprendida que pueda usarse de acuerdo con la necesidad, en el trato del líder con los otros, pues lo que parece virtud, en el orden real de las cosas puede ser causa de ruina, y lo que parece vicio puede garantizar seguridad y bienestar propio.
6. Un Príncipe no debe preocuparse por ser acusado de cruel, siempre y cuando esa crueldad sirva para mantener unidos a sus súbditos. Y así también, toda vez y cuanto sea posible, proceder con moderación, prudencia y humanidad. El respeto de los subordinados se gana con temor y amor, nunca con odio. Es mejor ser temido que amado, sin llegar a ser odiado.
7. Las únicas amistades reales son aquellas que se consiguen con la grandeza y nobleza de nuestro ser. Todas las otras amistades son inciertas y por tanto de ellas no se puede disponer, pues cuando haya fortuna y algo que ofrecer a cambio de ellas ahí estarán, pero cuando no lo haya, se irán e incluso, de ser necesario, se rebelarán contra ti.
8. Cuando se está al frente de un ejército, el Príncipe no debe preocuparse de tener fama de cruel, sino sólo de evitar el odio hacia él. Como lo muestra la experiencia de la historia, la excesiva clemencia puede ser destructiva.
9. Hay que saber cuándo comportarse como hombre, usando las leyes, y cuando como bestia, usando la fuerza, cuando las leyes no bastan. Entre las bestias hay dos modos que son útiles dependiendo de la circunstancia: la astucia del zorro, o la fiereza del león. Zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos.
10. Si el Príncipe no posee todas las virtudes, es indispensable que aparente poseerlas. Hay que ser hábil en fingir y en disimular.
11. Para conservarse en el poder, hay que saber cambiar de un extremo a otro cuando esto es necesario. No hay que apartarse del bien mientras se pueda, pero en caso de necesidad, hay que saber entrar en el mal.
12. El pueblo se deja seducir por las apariencias y por el resultado final de las cosas.
13. Los asuntos internos siempre estarán seguros si también lo están los de fuera. Para defender esto se cuenta con la autoridad del principado, con las leyes y con la ayuda de los amigos.
14. Un Príncipe sabio debe tener la capacidad de tener en orden a los nobles y a la vez tener satisfecho y contento al pueblo.
15. Primero es el pueblo, después el ejército, y al último los nobles.

Maquiavelismo no es en ningún caso sinónimo de maldad, sino de astucia y de realismo político. La política es un gran juego que se juega en un gran tablero de ajedrez en el que cada pieza actúa y cumple una determinada función.

Hoy vemos sin lugar a dudas que desde la política se pretende y se está, de hecho, nos parezca o no, decidiendo la moralidad, principalmente a través de la fuerza de imposición de lo jurídico -a través de las leyes y de todo lo que es regulable- y de lo metajurídico -a través de lo políticamente correcto-.

¡Pero cuidado! Todo actor político está ahora más que nunca en el ojo de la tormenta y puede ser también víctima, en cualquier momento y con la rapidez de las redes sociales, de la incongruencia surgida de los propios juicios morales que la política pretende ahora dictar o aceptar desde factores de poder o grupos de presión, ya que probadamente, la moralidad no avanza de ninguna forma al mismo ritmo que la ciencia, la razón y la conciencia humanas, y menos aun cuando esta es impuesta desde el poder político.

* Salvador Franco Cravioto es escritor, académico y servidor público hidalguense,
nacido en Pachuca, México, en 1981.