Uno al centro del infinito, de la órbita, del lugar donde nunca hemos estado y, sin embargo, sabemos bien que existe, que ahí estuvimos y un día regresaremos, en silencio, en ese mágico silencio que regresa y se va como si nada.
Genaro González Licea
Ha de recibir en breve la fe bautismal mi cuarto título literario. Su nacimiento data de febrero de 2023. Tiene un tiraje corto y aún no da sus primeros pasos. Mucho menos aún es presentado de manera amplia ante la sociedad lectora.
Mi cuarto libro publicado y segunda obra de poesía lírica lleva por nombre Cantos a Mitad de Órbita. ¿Por qué el nombre? En la preparatoria aprendí de mi maestro de literatura, que la poesía lírica es tan antigua como el hombre y es el canto íntimo del poeta. Siguiendo esta lógica los poetas somos seres y cual danzantes sobre este planeta con forma de canica azul abandonada en la inmensidad del espacio, somos seres celestes portadores de una voz perdida que canta la vida en el camino cíclico de la órbita que representa la existencia.
Ante esta realidad del ser, yo mismo soy un ser extraviado que, anclado a la órbita de la que soy temporalmente prisionero, y atraído por un centro gravitacional que no es otro que la ley de aferramiento a la vida -que no es otra cosa que un fuego ondulante que arde entre placeres y expectativas-, avanza rápidamente hacia su propia muerte, a sabiendas de que la eternidad no es una cualidad razonable para ningún cuerpo celeste que habite región alguna del espacio conocido hasta ahora.
Como aquel cometa años más joven que recorría las paginas ya lejanas de los Venablos Incandescentes, mi primer obra de poesía, mi recorrido vital aquí descrito a través de lo poético denota una misma esencia, cuya mayor experiencia ahora viaja por un confín temporal de lo que los cálculos astronómicos podrían determinar como la mitad de la órbita.
¿Pero qué habita a Salvador a la mitad de la órbita? La poesía lírica es revelación. Y el lector puede averiguarlo si tiene el tiempo y el interés de indagar esta y todas las revelaciones hasta ahora formuladas por todos los poetas de todas las geografías y todos los tiempos. Yo mismo no lo sé, aunque haya días que piense lo contrario. Sin embargo, puedo intentar con sumo cuidado dar un adelanto que no pretende ser spoiler, como tampoco pretende reducir la colosal complejidad sensitiva de la poesía a la simpleza de constreñir 40 años de vida a una narrativa del tamaño de una charla de café.
Las páginas de esta aventura en verso lírico y personalísimo por esta fracción de espacio y tiempo del Universo -que no es otra cosa que la existencia misma-, me han dado oportunidad por segunda vez de llenar cristales preciosos con recuerdos de edad temprana que aparecen como destellos de juventud. Pero el camino veloz los ha dejado atrás y sobrevive nada más que el dibujo del trazo pretérito de una órbita bien vivida. Luego entre el cruce de pasado y presente aparece un extraño microclima que detiene al tiempo y lo confunde entre cenizas y amaneceres. Al centro hay un sol que brilla y que acompaña al día de los últimos años de una vida que canta a mitad de órbita.
No sobra decir que al publicar este libro, poéticamente hablando, hallamos el lugar personal en que para mi se congela el tiempo, y por otra parte, que lo que menos hallamos es el encuentro con forma alguna de triunfalismo personal o colectivo, como tampoco aún de ninguna solución definitiva -si es que acaso existe- sobre la mejor forma de viajar a través del pedazo de cosmos que nos aparece a la experiencia; a sabiendas de que simplemente soy un ser de este mundo y mi conciencia es un capitán que navega vertiginosamente sobre la ruta de una vida que flota suspendida ante la inmensidad de un espacio inhóspito.
Mas la conclusión es que allí, justo allí, suspendidos en medio de una nada alumbrada por un astro, si bien damos lo que tenemos, de ninguna forma podemos dejar de ser lo que somos. ¿Y que somos? El inconsciente me dice que somos forma. Forma en transformación permanente. Nuestra forma se deforma y se transforma mientras camina hacia la muerte, tal como mueren grandes, pequeños y todos los astros. En mi caso, por ahora, el entorno a mitad de órbita nubla enormemente la visión, sin embargo, la fuerza del movimiento es irrefrenable y es imposible dejar de avanzar.
El trayecto rara vez es limpio y sin obstáculos. Y mientras el sentido es casi tan ausente como un Dios, el polvo cósmico, la materia y la energía se manifiestan en cada paso y la única constante es el paso del tiempo.
* Salvador Franco Cravioto es escritor, académico y servidor público hidalguense,
nacido en Pachuca, México, en 1981.