Por: Mónica Teresa Müller
Si miráramos la esquina, podríamos verla e intuir el golpeteo de la sangre, que fluye impaciente por su ruta. Hasta podríamos adivinar los vellos erizados de su sexo.
Lucila aguarda, imagina verlo llegar por sobre los adoquines de la avenida.
La espera es larga, pero ella sabe que él es algo más que un tipo más, y se siente feliz.
El sudor le chorrea entre los senos. Está ansiosa por ver la Harley sobrevolar la calle hacia su encuentro, y parar junto al cordón de la calle. Él es dueño de sus pensamientos hasta el delirio de una noche aún no vivida.
Es mayo ventoso y cambiante, preludio de un invierno agazapado. Aunque Roque no llega, ella huele su perfume a tabaco y madera, que la excitan y envuelven en el impudor anticipado. No tiene frío, pero tirita. Presume de su felicidad sobre las baldosas gastadas.
Las camina mientras tararea una canción que la sensibiliza aún más de lo que cree.
Apretuja bajo su axila, las carpetas del colegio mientras la delgadez de su sombra se mezcla con los charcos de la vereda. Las fantasías giran y la abrazan. Por momentos siente miedo como si fuera a dejar el ángel y penetrara en el infierno.
Sonríe. Su ingenuidad revolotea y se resiste, como cuando se enteró de los Reyes Magos.
Él es un mago único y personal, el que la invita a soñar despierta, a desear fantasear cuando la mira. No ha dicho en su casa del encuentro, solo a su fiel amiga, que la cubrirá en el colegio y argumentará un súbito malestar.
La esquina en la que aguarda, por momentos se agranda y otros se achica; un mareo impertinente la sofoca y arremete insolente en sus pensamientos. “Cuánto tarda o a mí me parece”, se pregunta, mientras saca el celular y calcula el tiempo de la espera.
Los meses de pandemia y las redes sociales, le dieron la posibilidad de conocerlo. Jamás se hubiera imaginado, que el encierro le mostrara la cara del amor.
Desde la esquina del kiosco, lo ve sobrevolando los adoquines que parecen encerados luego de la lluvia, y se siente acariciada.
Roque aumenta la velocidad de la moto. Reservó solo para él, el encuentro. “Es raro cómo me siento”, murmura con el viento de frente, quizá para que atempere la inquietud que lo habita. “Es una princesa de cuentos hecha realidad”, se contesta.
Las tachas incrustadas en el cuero del traje brillan en el atardecer, parecen estrellas que lo custodiaran. Roque está cerca. Es rudo y fuerte, es un guerrero del asfalto. “¡Es hermoso!”, murmura ella, al tiempo que el rubor trepa y la invade.
La velocidad de la moto disminuye. La Harley frena a su lado. Lucila ve la sonrisa de él e intuye sus ojos mirándola tras los lentes. Algo le sucede y no sabe qué; no es fácil explicarlo, sólo hay que sentirlo. Sube al asiento trasero de la moto y lo abraza fuerte por la cintura decidida a vivir en esa noche, lo no vivido.




















