Como Garcín, descrito por Rubén Darío en “El pájaro azul”, hombre triste, muy triste, que deambulaba por las calles y aseguraba tener “un pájaro azul en el cerebro”, Franco tuvo y tiene la afección de los creadores, que viven con corazones emocionales y ardientes de júbilo, tal como se ahogan en copas de cristal sin salida, entre la dualidad de un destino sombrío, el placer y resaca tormentosa, “diagnóstico imposible para los galenos”.
Genaro González Licea
Ha recibido ya la unción mi segunda obra poética y cuarto título literario, Cantos a Mitad de Órbita. Debo decir que por momentos mi propia metáfora estuvo a punto de colapsar. ¡Y qué estallido habría sido esto! La horrenda tarde de colores amarillos a naranjas estuvo durante al menos un par de semanas ensombreciéndolo todo. Todo; todo a su paso, como un arma atómica fulminante. Y para este caso de cosas cuando digo todo en verdad me refiero a todo.
Muchos versos de la propia obra revivieron en carne latiente. Mi tiempo fue ese y muchos días compañía de demonios, pero también ese tres de septiembre pasado llenó una sala de presentación de la Feria Universitaria del Libro con una centena de seres luminosos y fraternos.
Estaba presente “el sol negro de la melancolía” de Nerval, flor venenosa de angustia que brotaba mañanas, tardes y a veces a toda hora del día. Pero mi presencia fue firme, y la compañía, invaluable. Solo y abandonado en un cuerpo, leí con esfuerzo la primera parte de mi entorno a mitad de órbita. Aves fulgurantes sobrevolaban como si se tratase de un enorme aviario tropical, mas yo apenas si distinguía sus bellos colores. La huella quedaba y se hacía parte de la historia, sentados al centro de la mirada del telescopio Radamés y yo.
Mi entorno puede decir actualmente que sin lugar a dudas, como presagiaba un viejo poema escrito en la preparatoria, mi soledad ahora es plural. Y puedo decir que ambas soledades por el momento han quedado fotografiadas al centro de la órbita y gracias a ello he sobrevivido a esta nueva guerra intempestiva. También que quedó lleno todo de cenizas y negros polvos que al horizonte nublan tras la batalla contra mi mismo, luego de la cual ya puedo intentar ver el amanecer que se aproxima. El entorno mismo se despeja como la niebla que cruza diagonal por la serranía de toda mi tierra. Se huelen un poco ya los coloridos jardines en que habito, el calor venturoso que habita en aguas saladas, las melodías canoras que siempre me alagan. Vuelve la normalidad si es que se puede hablar que tal cosa existe.
El mirlo que llevo dentro se hallaba muy aturdido en medio de aquella tormenta, pero salió avante, dejando aun bajo llave al Mictlán y a la muerte extraña. La cura se sigue extendiendo; y todo transcurre en medio de la vida, que de halos de oportunidad es fuente. Pensando así, el ayer es hoy fantasma, un dragón que viene hacia mi muerte pero espera todavía. Tregua, renuevo y vida delante, con Psiquis que es diosa enamorando a Eros. Con mi canto que es una luz viva avanzando en medio y mitad de la nada.
* Salvador Franco Cravioto es escritor, académico y servidor público hidalguense,
nacido en Pachuca, México, en 1981.