Por: Mónica Teresa Müller
ConfusionesHabían quedado en encontrarse con Ramiro en Las Violetas, confitería que forma parte de los llamados “cafés y bares Notables de Buenos Aires”.
Jesús y su entrañable amigo habían estudiado en el mismo colegio secundario y comenzaron la facultad en el mismo año, aunque eligieron carreras diferentes. Cultivaron la amistad y con asiduidad se reúnen para charlar de diversos temas de sus vidas.
Todos los porteños, como llaman a los que nacieron y viven en la Capital de Argentina, llevan un ritmo de vida acelerado. Están a la expectativa de las cosas que les pudieran suceder en la calle de la populosa Ciudad, que no queda exenta de padecer acontecimientos de inseguridad. Están cuidados, pero hace muchos años que no existe aquél “vigilante de la esquina”, el policía que conocía a cada vecino y hasta sabía sus nombres. Hoy día y aunque pasen los patrulleros de control por todos los barrios de la Ciudad, sus habitantes tratan de estar atentos ante cualquier situación dudosa.
Cuando Jesús llegó a Las Violetas, Ramiro ya estaba.
— Hola viejo- le dijo, palmeándole la espalda- siempre me parece que te vi ayer.
— Jesús, querido, sabés, ojalá pudiéramos vernos todos los días.
Hablaron de los trabajos de ambos, del país, del mundo y de las próximas elecciones en Argentina.
Pasada una hora, Ana, la pareja de Ramiro se sumó al encuentro. Y la charla se extendió.
— Rami, ¿le contaste a Jesús lo de las otras noches?-preguntó Ana.
El amigo notó que mucho no le agradó la pregunta.
— Contá, viejo, no te voy a reprender.- le dijo Jesús, riendo
— Regresábamos a casa y vimos venir un tipo sospechoso. Ana bajó del auto, corrió e ingresó al edificio.- comenzó a contar Ramiro.
— Naaa ¿y te dejó solari?
— Sí. El tipo no me dio tiempo a nada. Vestía mal, tipo ciruja, tenía gorro y encima la capucha de la campera. No había sentido cómo es el miedo, pero en ese momento, lo supe.- explicó Ramiro.
— Ana, y vos qué hacías – preguntó intrigado, Jesús.
— Yo estaba tan asustada, que no me di cuenta de llamar al 911. Miraba lo que pasaba por la ventana del segundo piso.
— Yo bajé del auto y lo cerré- continuó Ramiro- Me quedé con las llaves en la mano porque las iba a revolear si quería robarlo. El tipo se paró frente a mí, casi me tocaba. Yo esperé que me apuntara con el chumbo.
— Me ponés nervioso. Contá sin tantos detalles- acotó Jesús.
— Estaba re mugriento, el olor me provocó asco. Pensé: “Ahora me clava un cuchillo”. Pero el tipo me dijo: “¿Tiene algo de plata para darme?”, y me agarró desprevenido.
— ¡Sí!- gritó Ana y empezó a reír descontrolada- Larga de una qué le dijiste.
— Le dije: ¿Tiene cambio? Solo tengo mil pesos. El tipo me miró y me contestó: “No, señor, solo tengo grandes”. Y le di los mil pesos.
— Yo, desde la ventana del segundo, vi como el ciruja lo abrazaba. ¡Le pidió cambio, morí de risa!
—Sabés Anita, Ramiro cayó en la trampa de los malos pensamientos. Consecuencias de la inseguridad.