Por Valeria: Scalisse
Acceder a un aborto seguro y al acompañamiento psicológico es un derecho humano, pero en América Latina el contexto cambia drásticamente. No solo porque la legislación de cada país está lejos de garantizar la interrupción legal del embarazo o porque el acceso a la salud mental difícilmente está garantizado en el sector público, sino porque el peso del estigma social pesa más y se cuela en las decisiones de las mujeres. Si a ello se le suma el componente migratorio, las migrantes tienen un proceso emocional interno complicado que requiere de un acompañamiento psicosocial.
El caso de Evelyn lo ejemplifica. En su proceso de toma de decisión de interrumpir su embarazo, las palabras que circulan en su mente son la culpa, la vergüenza y la pena, principalmente por el qué dirán o el estigma social asociado al aborto.
De acuerdo con Julia Steinberg, Jeanne Tschann, Dorothy Furgerson y Cynthia Harper, investigadoras del Departamento de Ciencia y Familia de la Universidad de Maryland, la salud mental previo al procedimiento del aborto explica que la sintomatología más común se asocia a la depresión, la ansiedad y el estrés. Asimismo, la particularidad del estigma radica en que, durante el proceso de internalización y las emociones asociadas al aborto, las mujeres incorporan actitudes o creencias devaluadoras que merman su autoconcepto y autoestima, y constantemente desencadenan sensaciones de vergüenza, culpa o pensamientos negativos.
Para Roberta, una mujer brasileña de 25 años, la decisión de abortar es inapelable, sin embargo, el apoyo que solicitó es para fortalecer sus herramientas para sobrellevar los pensamientos y emociones que la interrupción del embarazo le generarán. Aunque será normal pasar por estrés asociado a la posibilidad de abortar, este se entremezcla con discursos políticos y familiares que terminan por aislar y generar sentimientos de soledad en las mujeres, así como la supresión de sus emociones, por lo que contar con estrategias de afrontamiento influirán de manera sustancial en su proceso, en el contexto en el que lo realice, su edad, idiosincrasia y hasta el significado que le podría dar.
Sin embargo, también hay percepciones como la de Wendy, una adolescente de 16 años, quien ve el derecho a la vida como un derecho universal y señala, durante un taller en un albergue de la Ciudad de México, que “el derecho a la vida se da desde el vientre y quien lleve a cabo el aborto no es una persona de Dios”. Wendy se sonroja, se tapa la cara y termina su participación, sus amigas solo la observan, aprueban y la adolescente se sienta junto a ellas para escuchar a sus demás compañeras.
Pero interrumpir un embarazo, sin importar el contexto, a quién incomoda, ¿a mí o a ti, estructura social que te incomoda que las mujeres resistan a los estándares sociales relacionados a su salud sexual y a la maternidad?
Entonces, ¿cómo acompañamos cuando la culpa es utilizada como un mecanismo de control, como una forma de internalizar las estructuras de poder desigual que “el otro causa” sobre el propio cuerpo? Sin importar las respuestas, lo que se necesita con urgencia es educación e información, como una forma de luchar para y por los derechos de las mujeres pues, si la interrupción legal del embarazo se realiza en óptimas condiciones, es decir, seguras, legales, informadas y con tecnología adecuada, no existen consecuencias negativas para la salud física y mental de las mujeres.
No obstante, si es todo lo contrario, quizá como Wendy el estigma social pesa más y termina por obligar o forzar a las mujeres a continuar con un embarazo, con impactos emocionales que posiblemente le desencadenarán ansiedad y complicaciones en el embarazo por la imposibilidad de contar con recursos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas.
¿Qué nos queda? Seguir luchando. Luchando como el movimiento feminista lo hace, donde el comprender y sumergirse en las distintas realidades y contextos de América Latina permite potenciar que más personas o adolescentes como Wendy y sus amigas reflexionen sobre su entorno y que ellas por autonomía decidan o no abortar.
Luchar por reconocer que la salud mental en un proceso de interrupción del embarazo va más allá de afrontar las tensiones de la vida cotidiana, sino entender que las relaciones y los esquemas sociales impactan en el bienestar emocional de cualquier persona y con ello se abre la oportunidad de cuestionar desde dónde viene el estigma, el efecto y el riesgo que este tiene en las personas que desean ejercer su derecho al aborto. Si es posible priorizar la salud emocional previo a la interrupción del embarazo, es decir, a luchar contra la culpa y la vergüenza, se gestará una respuesta psicológica más asertiva y de bienestar para la propia mujer.
En el contexto de la migración, acceder al aborto se vuelve un proceso aún más complicado no solo por las cargas sociales sino porque acceder a él se vuelve un proceso sinuoso pues se les niega el acceso a la salud, supeditándolo a un estatus migratorio, y el señalamiento del personal médico es más violento.
Por lo que será fundamental contar con el apoyo de las organizaciones de la sociedad civil para un acompañamiento psicosocial que les permita sortear el peso de interrumpir un embarazo.
Por Valeria Scalisse* *Responsable Del Área Psicosocial, Instituto Para Las Mujeres En La Migración,AC (IMUMI) 21 septiembre, 2023