Por Alejandro Ordóñez

Desde temprana hora llegó la noticia a las redacciones de los diarios: cerca de las cuatro de la mañana ocurrió un crimen en Il Dolche Farniente, la boîte de nuit heredera del famoso Studio 54, de Nueva York. El lugar de moda para les célébrités del jet set cosmopolita. Un crimen que afectó en lo sentimental al famoso cantante pop, Rocco, quien hace poco se declaró gay y anunció su compromiso matrimonial con el coreógrafo y director del ballet que lo acompaña en sus presentaciones. Según informó la policía, Rocco llegó a la media noche acompañado por su pareja sentimental y un escolta. Bebieron, bailaron, convivieron y fue después de las tres de la mañana cuando se presentó una agria discusión entre el coreógrafo y el guardaespaldas que obligó al cantante a intervenir, pues los gritos de los contendientes se escuchaban por encima de la estridente música del lugar. Terminado el mal rato y apaciguados los ánimos, según comentaron los clientes de una mesa contigua, el coreógrafo y el escolta se dirigieron a los sanitarios ubicados en el segundo piso del local; como pasaran los minutos sin que volvieran, el pop star fue a buscarlos, sólo para descubrir que su prometido se encontraba sin vida, con la cabeza metida en el retrete, mientras el escolta que debía protegerlo socializaba con Cocotte, la famosa madame dueña de exclusivas estéticas de la ciudad, donde las acaudaladas damas reciben tratamientos reductivos o de belleza y en confortables reservados ven satisfechos sus más caros caprichos, por discretos y bien dotados mancebos. Dado el aviso de alarma, el administrador del lugar ordenó cerrar las puertas para que nadie abandonara el sitio.

Según los primeros informes, el coreógrafo fue prácticamente degollado por un objeto punzocortante -que no pudo ser localizado-, la herida cercenó de tajo una arteria, así que debió desangrarse en cuestión de minutos; sin embargo el asesino, con toda crueldad, introdujo la cabeza de la víctima en el retrete, por ello el cuerpo y el lugar se encontraban con pocas manchas de sangre. El hombre debió estar todavía con vida cuando su cara quedó cubierta por el agua del excusado, razón por la que le hallaron agua en los pulmones, así que es probable que la muerte le sobreviniera por ahogamiento, aunque de cualquier forma una hemorragia tan grave también lo habría matado. Los investigadores suponen que el asesino, haciendo gala de sangre fría, esperó hasta que el cuerpo quedó desangrado para jalar repetidas veces el agua del retrete y de esa manera hacer que se fuera por el albañal el líquido sanguíneo.

La policía consideró al escolta como el principal sospechoso del macabro crimen, ya que sólo un individuo fuerte y educado en las artes marciales podría someter con tanta facilidad y rapidez a un hombre atlético como el coreógrafo, en especial porque diversas investigaciones apuntan a que el guardaespaldas mantuvo también una relación sentimental con Rocco y que, al verse desplazado de los afectos del cantante, asesinó a su rival en amores; sin embargo, se declaró inocente y afirmó no tener nada en lo personal contra el bailarín, lo que ocurría -dijo- era que no estaba de acuerdo con el trato humillante y vejatorio que pretendía darle y fue por ello que discutieron esa noche pero, aclaradas las cosas con su jefe, quedó conforme. Que en cumplimiento de sus obligaciones acompañó al prometido de Rocco al baño, entraron juntos, revisó que no hubiera nadie y como así fue, salió a esperarlo en el lobby del segundo piso, para dejarlo tranquilo; que al llegar ahí vio a la madame salir del baño de damas y como entre los dos existe cierta atracción, desde la época en que trabajó para ella en las salas de estética, la abordó. Ambos estaban eufóricos por los tragos y unas rayas de coca que inhalaron a lo largo de la noche, así que todo resultó de lo más natural, por lo que dieron rienda suelta a esas ganas contenidas durante largo tiempo. Se besaron, se acariciaron y ahí mismo, en la penumbra del lugar, tuvieron sexo. Cuando más excitados no podían estar, vieron salir del baño de caballeros a un hombre delgado, vestido con una formalidad que desentonaba con el sitio; que, además, lucía desvalido y al caminar se notaba que estaba borracho o drogado, por lo que no le dieron importancia. Dicha información fue confirmada por la madame. Análisis toxicológicos practicados al cadáver, a Rocco y al escolta arrojaron altos índices de alcohol, cocaína y glass -una metanfetamina-; en cambio los de la Cocotte sólo dieron positivo en alcohol y en cocaína.

En cuanto a la presencia en el lugar del hombrecillo extraño, mencionado por el escolta, el jefe de vigilancia lo recordó con claridad: Lo ubiqué cuando bajaba las escaleras, se notaba que había bebido de más pues caminaba con dificultad y el rictus de la cara denotaba el malestar y la desorientación que sentía; me acerqué, le pregunté si podía servirle en algo, dijo que sí, necesitaba un taxi, así que a través de mi radio pedí que detuvieran al primero que pasara por la avenida, ya en la calle lo llevé hasta el auto, abrí la portezuela trasera y lo ayudé a subir; él, en agradecimiento, me obsequió un billete de cien dólares, algo que nunca me había ocurrido, a pesar de que a Il Dolce Far Niente acude gente adinerada, afirmó el jefe de seguridad. En cuanto al aspecto del hombrecillo, lo describió con toda precisión, no sólo en lo físico, sino también en el arreglo, al grado de recordar el detalle de un pañuelo de seda blanco, con listones negros, que portaba en la bolsa superior del saco. Es cuestión de entrenamiento, dijo, y no, no traía manchas de sangre, como sería de esperar de un crimen cometido con tanta saña, ni se notaba el desaliño que habría provocado en su atuendo la lucha que el asesino debió librar contra la víctima antes de someterla.

La policía incautó los videos de las cámaras de seguridad que funcionan las veinticuatro horas del día y se encuentran distribuidas en todo el establecimiento -salvo dentro de los baños-, lo hizo rápidamente para evitar manipulaciones o sospechas que pudieran recaer sobre tan valiosos testimonios. Algo debieron encontrar pues se negaron a hacerlas públicas, a pesar de la presión de los medios de comunicación y aunque manejaron el asunto con absoluta discreción, un rumor se fue esparciendo: las cintas habían sido enviadas al FBI para ser estudiadas y certificadas de que no habían sufrido alteración o sido editadas y no fue sino hasta que contaron con los dictámenes positivos de dicha agencia, que se atrevieron a dar el siguiente paso. Para entonces, la opinión pública se había ido encima de las autoridades, la gente había concluido que el asesino era el cantante, y como era un personaje famoso, poderoso y rico, habían recibido órdenes de muy arriba para que buscaran un chivo expiatorio y dejaran en libertad al tipo. Desesperados, los investigadores concluyeron que sólo había quedado un hilo suelto: el extraño hombrecillo que abandonó el sitio minutos antes de que descubrieran el cuerpo. Con las descripciones del jefe de seguridad elaboraron retratos hablados que fijaron en lugares públicos, ofreciendo una recompensa a quien diera datos para su localización, pues ni siquiera el taxista que le dio el servicio aquella noche había sido identificado; aunque como siempre ocurre, apenas se supo lo de la recompensa y se filtró que buscaban a un taxista, se presentaron varios individuos afirmando ser ellos quienes habían llevado al hombrecillo a direcciones inverosímiles y exigiendo el pago de lo prometido.

Para tranquilizar a los medios de comunicación, en especial a las cadenas televisivas, la autoridad tomó una decisión audaz: convocó a los comentaristas y reporteros que orientan y forman a la opinión pública, para proponerles un trato: les proyectarían los videos de las cámaras de Il Dolce Far Niente, de aquella noche, a cambio de que guardaran silencio, en el entendido de que si lo hacían así era porque las circunstancias en verdad extrañas lo demandaban y porque no querían sembrar inquietudes malsanas entre la población. Para tal efecto, tanto las personas que acudirían a la proyección de las cintas, como los representantes legales de las empresas, firmarían un documento mediante el cual se comprometerían a guardar silencio sobre lo que verían y no podrían difundir nada hasta no ser autorizados por las autoridades, bajo amenaza de ser sancionados si incumplían con el pacto de caballeros que iban a celebrar.

Llegada la fecha de la proyección, los invitados fueron citados a media noche en un hospital público; los vistieron con batas de las usadas en los quirófanos, sin bolsas, para asegurarse que no llevaran consigo grabadoras, cámaras, celulares, ni papel y lápiz para hacer la menor anotación. Los subieron a un autobús que salió por la puerta trasera, y los llevaron a otro edificio donde se los revisaron minuciosamente para comprobar que no faltaran a su promesa; de ahí, partieron a una oficina secreta del servicio de inteligencia, donde proyectaron las cintas. Perdonarán tanto misterio, dijo el presentador, pero como podrán ver, sólo faltaría que estuviera aquí el señor Polanski.

Leyeron el dictamen elaborado por el FBI y a continuación extrajeron el disco que se hallaba en una bolsa sellada y lacrada por el buró de inteligencia norteamericano, como prueba de que el material que iban a exhibir no fue alterado o editado. La grabación empieza en plena calle, cuando llegan Rocco, su prometido y el escolta. Son revisados y llevados a un discreto reservado. En ese momento son las doce de la noche, según marca el reloj que se ve en la pantalla. A las cuatro de la mañana -hora del video-, aparecen el escolta y la víctima caminando a un costado de la pista de baile, hacia las escaleras que llevan a los servicios sanitarios. Al llegar al baño de caballeros entran los dos juntos; cuarenta segundos después el escolta abandona el baño y la puerta se vuelve a cerrar. En ese momento sale la Cocotte del tocador de damas, se abrazan y besan, se van al lugar más oscuro del lobby, se acarician incapaces de contener su excitación; y ojo, dice la voz grave del presentador, vean lo que ocurre. Nada, para los ojos inexpertos no pasa nada. Lo repetiremos en cámara lenta, observen bien: la puerta del baño se abre como si fuera impulsada por una corriente de aire, al fondo se ve fugazmente la silueta de la víctima, frente a los lavabos. Se cierra la puerta, tal vez por un mecanismo hidráulico, porque no ha ingresado nadie al baño. La pareja sigue haciendo el amor en la penumbra. Diez minutos más tarde se abre la puerta del baño de caballeros, como si fuera impulsada por otra corriente de aire y de inmediato se vuelve a cerrar. Para entonces, todos se han vuelto expertos y notan el detalle. Ojo, vuelve a decir el presentador, fíjense bien, ¿qué ven ahora? De nuevo, cámara lenta: se cierra la puerta, la pareja presiente que es observada, el escolta voltea instintivamente hacia donde registró la presencia, la Cocotte hace lo mismo. Ella levanta los hombros como diciendo nos vio, ¿qué hacemos? El sonríe y dice, nada; pero en la pantalla no se capta a la persona que miraron.

Cambio de secuencia, planta baja, las luces de colores se combinan con las sombras, parejas que bailan. El jefe de seguridad, parado a un costado de la pista, voltea hacia las escaleras, pero no sabemos lo que ha llamado su atención. Camina como si fuera a encontrarse con alguien, parece conversar con él, toma el radio y dice algo, camina hacia la puerta. Ahora la cámara exterior retoma la secuencia: el jefe de seguridad se dirige al taxi, abre la puerta, platica con alguien a quien la cámara no registra, toma un papel y hace una reverencia de agradecimiento, cierra la portezuela, el taxi arranca, el jefe revisa el papelito, lo guarda, hace cara de sorpresa y lo vuelve a sacar, lo mete en la cartera y regresa a la boîte. Cambio de cámara, Rocco pasa a un costado de la pista, sube las escaleras; nuevo enfoque, ve al escolta platicando con la Cocotte, le pregunta algo, éste señala hacia el baño de caballeros, entra Rocco y sale con la cara desencajada, incapaz de controlarse vomita y se desmaya, sube el personal de vigilancia, se hace el caos, todo el mundo corre, el jefe de seguridad da órdenes por su radio…

Es un aprovechado mi comandante, no tiene sentido distraernos con estos fulanos que vienen en busca de dinero y nos hacen perder el tiempo; además, cuenta la versión más loca que pueda usted imaginar. Si usted insiste lo llamo, pero conste que se lo advertí; tal vez pase un buen rato y se divierta con este tipo, aunque quizás fuera mejor hacerle el antidoping antes para ver qué se metió, o como dicen los chavos, ya de jodida que pase el cigarrito.

Le digo que sí jefe, es verdad y si no vine antes fue por miedo. Miedo de lo que pueda pasarme a mí o a la familia, uno no sabe con quién se está topando. Mire, le voy a dar un dato para que tenga una idea de lo que ocurrió: ¿cuánto cree que me pagó por la dejada? Cien dolarucos jefe, un billete de a cien, ¿quién paga eso? Ni a los taxistas de turismo. Sí, voy a empezar desde el principio. Amanecía, la hora exacta no la sé, no uso reloj; me paró uno de los guardias del tugurio, vas a llevar a un turista a donde él te pida, nomás no te vayas a encajar o a pasarte de pistola, porque no sabemos de quién se trata, no vaya a ser una gente importante y te lleve después la chingada. Viene cruzado, sabe qué carajo se habrá metido, pero tú no abuses, hazme caso. Se subió el señor al coche, venía bien pasado, me dio miedo que le ocurriera algo arriba de mi unidad. Perdone usted, me dijo muy serio, pero me siento mal, creo que me drogó, quién sabe que habrá tomado el tipo ese, pero siento que por dentro de mí corre alguna sustancia a la que no estoy acostumbrado. Sí, le dije, por eso es malo aceptar bebidas ya servidas, debe uno ir a la barra y que ahí en su presencia preparen el trago. Me pasó una vez, hace muchos años, dijo el hombrecillo, ¿conoce usted el láudano? Hmmm. ¿El ajenjo? Hmmm. Una noche, en una velada literaria, con un amigo de Bodele…, -sabe Dios que nombre pronunció-; tardé dos días en eliminar las toxinas de mi sangre, sentí que me moría -siguió diciendo-.

No me dio la dirección, sólo me fue guiando: siga de frente, de vuelta en la avenida, y así nos fuimos. Deténgase por favor, aquí me quedo. En ese momento que suenan las lúgubres campanas del reloj de la torre -ay nanita- y voy viendo, entre girones de niebla, a los dos ángeles de la muerte que dan la bienvenida a los difuntos, estábamos -en plena oscuridad- frente a la entrada principal del panteón civil. Me dio el billete de cien dólares, yo no sabía qué hacer. Lo vi caminar hacia la reja. No, los vigilantes estarían dormidos, ya sabe que al amanecer es cuando más fuerte pega el sueño. Metió la mano entre los barrotes, corrió con facilidad el picaporte, abrió ligeramente la pesada reja de metal. Di marcha atrás, giré el auto para regresar por donde había venido, traté de mirarlo por el espejo retrovisor, pero sólo vi que el portón se iba cerrando como si lo empujara un ventarrón, pues de él ni sus luces; saqué la cabeza por la ventanilla y entonces miré como agitaba la mano diciéndome adiós.

Los vigilantes aseguraron que el testimonio era falso, ellos están siempre al pendiente de que no pase nadie al panteón, por las noches. Jamás duermen cuando están de servicio. La policía pensó que tal vez fue un vago que decidió dormir en una cripta, por falta de dinero. La autoridad consiguió autorización de un juez para registrar todas las criptas, capillas y mausoleos. No hallaron nada, de no ser por un pañuelo de seda blanco, con listones negros, abandonado entre unos catafalcos, cualquiera diría que ahí no entró nadie…