Han trascurrido 502 años de aquel 13 de agosto del año 1521 cuando las huestes españolas junto con sus aliados indígenas, que buscaban liberarse del yugo mexica, derrotaron a los tenochcas en un hecho insólito e inaudito en el valle del Anáhuac.
Recordando el pasado quincentenario de la llamada conquista, brota la imagen del conquistador que originó todo un episodio en la historia nacional; al cabo de algunos años de la derrota de Tenochtitlan Hernán Cortés fallece en España, sin embargo su voluntad fue retornar a la Nueva España al sitio que lo encumbró de ser un perfecto desconocido a volverse “el conquistador del imperio mexica-azteca”.
Los restos del personaje más controvertido de la historia de México descansan en un sitio poco conocido de la Ciudad de México; ni los feligreses del templo saben lo que está junto al sagrario.
Para dar con el paradero donde actualmente se encuentran los restos del conquistador español, debemos remontarnos al 02 de diciembre de 1547, día en el que falleció Hernán Cortés a los 62 años en Sevilla, España. Su cuerpo fue enterrado en el monasterio de San Isidro del Campo, pero años más tarde debió ser reubicado por cuestiones de espacio.
En su testamento Cortés pidió que antes de cumplirse 10 años de su muerte, su cuerpo debía ser enviado a la Nueva España para ser enterrado en un monasterio que había mandado a construir en Coyoacán. Sin embargo, este inmueble nunca se concretó pues el cabildo de la ciudad había usado el dinero para otros proyectos. De todas formas, en 1566 el cuerpo de Cortés fue enviado en una urna cerrada a la Nueva España y fue depositado en la Iglesia de San Francisco de Texcoco. Sin embargo en 1629 la urna fue removida una vez más tras el fallecimiento de Pedro Cortés, último integrante masculino de la descendencia de Hernán Cortés, ambos fueron colocados en un templo Franciscano de la Ciudad de México.
Para 1794, la urna de Hernán Cortés fue trasladada a la Iglesia de Jesús Nazareno donde alguna vez Cortés manifestó querer ser enterrado.
Parecía por fin que los restos de “el conquistador” lograrían su anhelado descanso pero al consumarse la Independencia de la Nueva España los restos de algunos héroes que participaron en esta lucha fueron depositados en la Catedral Metropolitana de la ciudad de México. Sumándose también los restos de Hernán Cortés que fueron llevados a ese recinto en 1823, situación que provocó molestia en la sociedad.
En poco tiempo la idea de ir a profanar la urna y destruir los restos de Cortés fue volviéndose más popular, por ello, Lucas Alamán, administrador del hospital de Jesús Nazareno decidió sacar la urna y ocultarla, primero en la tarima del hospital (que se encuentra junto a la iglesia del mismo nombre). ¿Y por qué en ese hospital?, pues porque ese nosocomio fue fundado por el propio Cortés en 1524 para atender a los soldados españoles. Más tarde, Alamán ocultó el cuerpo en un sitio secreto.
En tanto, a la población se le dijo que el cuerpo de Cortés había sido enviado a Italia. Alamán no quiso que la urna se perdiera. Para ello, colocó la verdadera ubicación del cuerpo en tres actas a las que dio el tratamiento de “secreto”. Una la entregó a la Embajada de España, otra la guardó en el Patronato del Hospital de Jesús Nazareno y la tercera fue enviada a los descendientes de Cortés que vivían en Italia. Por más de un siglo estas actas permanecieron selladas.
No fue hasta 1946 cuando el político español Indalecio Prieto (que debido al franquismo estaba exiliado en México) encontró una de estas actas olvidada en la Embajada de su país.
Al leer el acta, Prieto se enteró que la urna de Hernán Cortés se encontraba oculta en uno de los muros contiguos al altar del antiguo templo de Jesús Nazareno. Sí, el que se encuentra junto al hospital del que Lucas Alamán había sido administrador. El 24 de noviembre de 1946 comenzaron las labores para intentar dar con la urna.
Luego de horas de trabajo se halló una bóveda en cuyo interior había una urna de cristal donde estaba una osamenta que, por acuerdo presidencial, fue enviada al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Ahí determinaron que esos huesos habían pertenecido a Hernán Cortés.
Cuando este hallazgo se hizo público hubo quienes pidieron que los restos del conquistador fueran destruidos, lanzados al mar o expulsados del país. Indalecio Prieto, político socialista español, publicó una carta en la prensa donde pedía que estos huesos fueran enterrados.
“México es el único país de América donde no ha muerto el rencor originado por la Conquista y la dominación. Matémoslo, sepultémoslo ahora aprovechando esta magnífica coyuntura”
Finalmente se decidió regresar la urna al muro de la iglesia en donde había permanecido oculta, colocándose una placa de bronce con la leyenda HERNÁN CORTÉS 1485-1547, acompañada por su escudo familiar. Y desde entonces reposan los restos de “el conquistador” y padre del mestizaje mexicano en gran medida; un padre del cual se busca destruir su paradero al igual que ha acontecido con otros héroes del panteón nacional que han pasado a la historia como personajes incomodos e indeseables olvidando que si bien cometieron errores ellos pensaban que sus actos darían como resultado un país mejor.
¿Tú lo crees?…. Sí, yo también. Que los restos de Cortés descansen en su última morada, logrando que los mexicanos no olvidemos el pasado pero sí nos reconciliemos con él.