Por: Griselda Lira “La Tirana”

Para todas las mujeres que desde hace más de 200 años venden, aman, charlan, rezan y lloran unidas bajo un portal antiguo ubicado en Santa María Nativitas, Hidalgo.

Divina mujer que habitas bajo las sombras de aquel portal en el que cada mañana las aves bajan para alimentarse de tu generosidad. Te llamo divina como a mi madre cuyos ojos soñolientos cautivaron al hombre más infame y violento del pueblo, Sergio Arteaga, un don nadie que hizo su fortuna despojando viudas, ancianas, mujeres pobres e ignorantes que no podían defenderse o desconocían las leyes mexicanas. Mujeres nobles de un pueblo al que él consideraba las víctimas apropiadas para perpetuar sus bajezas citadinas que, por años, le habían funcionado hasta que el muerto se le trepó.
Como al cobarde ratón le sirve el escondrijo, a Sergio, le valía un título universitario que no le servía sino para abusar o peyorizar desde un pedestal académico sostenido en actos legaloides y relaciones públicas que ni Cantinflas en su película “Si yo fuera diputado”, se jactaba tener.

José Reséndiz era el capataz de don Carmelo desde que la niña Elia tenía uso de razón y aunque él ya está muerto, como tal, es muy discreto, no se deja ver por cualquiera, ni tampoco se despega de ella, siempre la acompaña como un humilde perro que se tiende a los pies de su amo. La gente sabe que Pepe aparece y desaparece como la lluvia suave y se dice en el pueblo que siempre se oculta bajo el portal porque fue ahí donde lo mataron por la espalda cuando amarraba su caballo. Conmigo platica porque sabe que yo no le temo, aunque ya esté muerto.
La tarde en que Sergio vio a mi madre, utilizó todas sus artimañas y técnicas manipuladoras para atraer su atención, pero ella lo ignoró porque sabía que la maldad de ese abogado sobrepasaba los escrúpulos, la ética y la moral jurídica, si es que todavía existe; sus intenciones seductoras iban directo sobre los bienes inmuebles del bisabuelo que nunca reconoció a mi madre o la vio como a su nieta. Era la hija de la sirvienta, una amante casual de don Carmelo.

“Si te piden el manto, dales también la túnica”
¿Pero cuál túnica, la de Jesús ensangrentado o la de Pilato? ¿Cuál? Cuestionaba doña Brígida a las otras ancianas del pueblo.
Yo contesté, como el hijo menor de la viuda rezandera que vendía tlacoyos bajo el portal, como el mocoso rebelde y harapiento que veía y hablaba con los muertos.
¨Como la de Judas Iscariote, mamacita”.
-Tu cállate escuincle, de por si siempre me metes en problemas con tus fantasías de muertos y yo ahorita no estoy para eso.

Por la tarde vino Pepe a visitarme a mi cuarto, me dijo entre sueños,
-Juanito te espero bajo el portal, ahí te voy a dar unas llaves para que se las entregues a ese abogado que le está haciendo la vida imposible a tu madre.
Obedecí, y ahí encontré las llaves tiradas, quise pensar que la señora de la tienda las había olvidado, pero entonces comencé a probarlas en cada puerta que me encontré bajo el portal. Abrieron una puerta pequeñita escondida entre todos los abarrotes empolvados de la tienda; al abrir mi sorpresa fue que aquella puerta conducía a la iglesia y después a un montón de criptas de los dominicos y gente fallecida durante la guerra cristera.
Ahí se apareció José y me dijo:
-Para que ese abogado entre en este lugar dile que hay harto dinero que los revolucionarios dejaron; yo aquí, le voy a dar su premio mayor.