Por:  Alejandro Ordóñez

¡Ay María bonita! ¿Te acuerdas? Te ibas caminando por la playa, de la Caleta a la Naval, de la Naval a Caleta, con la calor pegando recio, la Clarita a tu costado y el moscardón del Brayan Estivens lamiéndole los talones a mi chiquita preciosa. ¡Ay María del alma!, cierro los ojos y vuelvo a verte con tu vestido ampón que el viento ceñía a tu cuerpo, dejando al descubierto los secretos de tus alargados muslos, anchas caderas, diminuta cintura y talle sensual abriéndose como florero hasta llegar a esos senos bastos asomándose tras tus amplios escotes. Te miro robando las miradas de la gente con tu sensual contoneo y la charola sobre tu cabeza. ¡Ostiones en su concha! ¡Camarones al ajillo y a la diabla! Sí señorita, tres pescadillas, una orden; seis cervezas, la cubeta va con hielo, y el codazo imperceptible para que mi Clarita -ya con cuerpecito de mujer-, se acerque a las turistas: mire este pareo, le queda re bien. ¡Llévelo, ándele, no sea malita! Y ante las dudas de la mujer. Se va a ver muy guapa. Francamente no sé. Ándele, pa que el joven se decida y se case con usted y el muchacho sonríe apenado. Bueno pa que se divorcie… ¿cuál quiere mi niña?, ¿le doy el azul o el verde? Yo diría que con el rojo va a encender pasiones, si nomás de imaginársela ya se la está comiendo con los ojos. Mientras tanto el Brayan Estivens se ponía listo y aprovechaba pa ofrecer su mercancía: lleve sus lentes oscuros, sandalias, sombreros de paja o tela, bronceadores…

No María, no me gusta ese muchacho, ni su forma de mirarla. ¿Cómo va a ser una mujer si apenas anda en sus catorce? No nos la vaya a perjudicar y al rato la deje con una criatura. Lo nuestro fue otra cosa, no friegues. ¿Cómo voy a creer, a poco tenías catorce? ¿En edad de merecer? ¿De veras te parece?

Le muevo la pancita. Anda niño, vete pa otro lado, no me distraigas a la seño. Te adivino la bienaventuranza, mujer, por unas monedas te leo el pasado, el presente y el porvenir; te digo el nombre de tu enemiga, ¿no quieres saber con quién te engaña tu hombre? Y el marido pasando aceite, trata de adoptar un aire de inocencia; la mujer lo mira con aire recriminatorio, pero al fin cede. A ver, esos del trío, ¿se saben alguna de José Alfredo? Le muevo la pancita. No niño, que no. Entonces se dejan venir los copleros de la tierra caliente, los picarescos, los que deslizan en sus canciones, coplas de doble filo: “Una mujer que le andaba, se fue a orinar a un papayo, la planta le dijo alegre: saludos a mi tocayo”.

¡Ay mujer! Qué cosas me haces recordar. Yo no quería ir, pero tú insististe, ora lo veo diferente y no dejo de pensar que hubiera sido mejor nos fuéramos todos juntos. Pero tenías razón, no era cosa de retrasar el viaje, urgía registrar la cooperativa antes de que otros pescadores nos comieran el mandado, si andaban como buitres, querían robar nuestros derechos. Allá nos pepenó la desgracia y el cielo se agarró a llore y llore, a llueve y llueve, la gente a rece y rece y el huracán a sembrar dolor a su paso; pa acabarla de fregar, cuando por fin conseguimos un camión con el mismo destino, nos detuvimos mucho antes de llegar pues la carretera estaba obstruida por los derrumbes, y ahí el camión, patinando entre el lodo, y los pasajeros -con el barro hasta la pantorrilla- empujando: cuando vimos que nuestros esfuerzos eran inútiles decidimos irnos a pie, si no había de otra. Cuando el viento arreciaba nos abrazábamos a los árboles para evitar que nos llevara y aun así estuvimos varias veces a punto de ser arrastrados. Caminamos toda la noche, por fin un compa nos dio un aventón en su troca y ahí parados, agarrados a las redilas, hicimos el resto del viaje. Ya para llegar, cuando dejamos la carretera y bajamos por la calzada, vimos los hoteles, las calles y las casas convertidos en ruinas, de ahí a llorar como Magdalenas. Ni pa qué te cuento mis sufrimientos cuando llegué al jacal, pa qué te angustio más. Vinieron los del gobierno, nos censaron y ya empezaron a dar apoyo pa levantar de nuevo la vivienda; además, nos trajeron refris, estufas y camas, dizque pa que empecemos nueva vida, pero sin ti pa qué quiero una nueva vida, María, si ya sabes lo que pienso. Bueno, no nos agüitemos ni dejemos que nos gane la tristeza. Mira tus claveles rojos, rojos como el fuego que encendiste cuando nos conocimos. ¿Te acuerdas María del alma? Tú no querías ni yo tampoco, pero nos ganó el ansia. De aquí me voy a ver a la niña, a la Clarita de mis ojos, platico largo rato con ella y nos reímos de sus ocurrencias, le cuento cosas de cuando era pequeña y le digo que ya perdoné al Brayan Estivens por haberme robado su corazón. A ella le llevo veladoras y flores blancas, blancas como su pureza. Nos vemos el domingo próximo mi María Bonita, María del alma.

Ciudad de México.
Diciembre de 2023.