Por Mónica Teresa Müller
A las Lourdianas de Oro y Platino
Dentro de cuatro días, festejaremos el inicio del nuevo año, pero por lo que noto será diferente.
No entiendo qué le pasa a mami que está tan distraída y no caza una de las cosas que le confieso; sí, le confieso porque me enseñó que a ella le enseñaron, que a las madres se les cuenta todo. Okey, y como yo soy de esas hijas que hacen caso, cumplo con el devolver en práctica la teoría de la enseñanza. En fin, regreso a mi reflexión inicial: a mami le pasa algo groso. Para empezar hace casi dos meses que no come hidratos de carbono, dice que es para que el organismo no acumule gases porque va a dormir acompañada; si no capto mal, mamá duerme acompañada desde hace mil con papá, a lo mejor a papi no lo considera compañía.
Está re loca. Revolucionó todos los placares no sólo de casa sino los de la casa de abu. La locura llegó a tal punto que se viste con los vestidos de la época de los sesenta. Va a la peluquería día por medio y le hacen esos peinados de la época de Palito Ortega, que llama batidos. Otras veces pone la cabeza sobre la mesa y se plancha el pelo con un trapo mojado arriba. Cuando le di la idea de usar la planchita, me echó una mirada que casi me mata. Usa una vincha elástica azul que no sé de dónde la sacó. La semana pasada la descubrí cuando le escupía a unos zapatos con suela de goma, que según ella se llaman gomicuer, y me dijo que así (con la escupida) quedan más brillosos.
Todos los días se mete en la sala de computación, se sienta y abre los mails, se ríe y habla sola, no hay duda, está rechiflada. Sobre la cama de mi hermana casada, hay una falda azul horripilante con una especie de coraza que espanta. Hasta mi hermano menor le dijo: “Ma, ¿te lo regalaron cuando fuiste a ver El hombre de la máscara de hierro?” Para colmo de males la abuela le trajo un bombachón negro parecido a esos que usaban los conquistadores, dice que lo usaba en gimnasia.
Se puso de atar cuando no encontró la boina, yo le dije que no sabía nada, pero es mentira, la tiene mi amiga Mery y se la llevó a Australia el mes pasado, no se lo comenté por las dudas que quiera ir a buscarla.
Si fuera por ella, en esta casa no se comería: llama para que traigan comida delivery.
Al escritorio no se puede entrar porque está ocupado por las carpetas de su secundario. Entre las hojas busca notitas, papeles sueltos y los amontona en un bolso que sumó a las cuatro valijas.
Aparecieron unas zapatillas a las que llama Flecha, de un color blanco transformado en amarillo a pintitas por los sesenta años guardadas. Por poco no la puedo convencer, que el bañador que ella usó en la pileta del Colegio de Lourdes, no me queda. Quería que la llevara para hacer bum en el Club Lomas. Va al baño con guantes, según dice, así le enseñaron las monjitas, y me recuerda mil veces que abra la puerta con el codo y la cierre con la rodilla, que me suba al inodoro… Pretende que practique en casa para que la calle no me encuentre desprevenida en asuntos de higiene.
Ya me estaba acostumbrando a su chifladura, pero descubrí que va a pasar el fin de año con sus compañeras Lourdianas, porque festejan sesenta años de egresadas. La voy a extrañar. Me pregunto: ¿dentro de cuarenta años, estaré igual?