Por Griselda Lira “La Tirana”

No hay fuego semejante al deseo.
No hay nada que apriete tanto como el odio.
No hay nudo como el engaño.
No hay cadena como el apego.
Siddharta Gautama

El apego al sexo era la biografía explicita que transpiraba, sin duda era un arqueólogo seductor y un artista magnífico, degenerado por naturaleza y heredero de una genética lasciva, todo en él era concupiscencia, acusación y estrategias antiquísimas de manipulación que adquirió durante los trabajos de excavación en Chichén Viejo.
Braulio era la encarnación del fuego que se consume a sí mismo y va dejando cenizas por donde pasa, destruyendo y, al mismo tiempo, renaciendo en un deseo pueril.
Sus ojos eran voraces, oscuros, un paso a la muerte; detestaba todo aquello que brillara más que él y para nutrir su mente debía ver, era preciso saciarla con imágenes pornográficas o textos mediocres de amantes sucias, inmaduras y vagas que dependían de su acreditación para ser. Pupilas idólatras y codependientes sometidas al hiperconsumismo de una cultura de muerte sembrada en todo el país.
Verse a sí mismo tirando su semilla en orificios y canales de agua limpia, fuentes de luz para su celo narcisista de poseer, controlar o esclavizar con engaños. Lograba el sometimiento de sus víctimas con lisonja, pero una vez bajo la ponzoña de sus encantos, las obligaba a adorar al falo de sus éxitos profesionales. Las doblegaba con indiferencia y engaño.
El sueño del camino blanco.
– No pude dormir después de tomar la clase con ese tipo asqueroso. Se metió en mis sueños sin pedirme permiso, debo hacer algo para ya no entrar a su maldita clase aburrida a la que asisten las nenas lindas de las escuelas privadas o a los que les urge sacar la carrera, pero no puedo demostrarle mi enojo, es más cabrón que todos los campesinos barbajanes que conozco. Es un mustio, es un mulo. Lo voy a invitar al camino blanco, a la vereda de los avistamientos y darle pulque hasta que se envenene con su propia lujuria, a ver si no me sale con que en sus alucinaciones vio el templo de los falos y a mí, vestida de Tlazoltéotl.
– Ja, ja, ja. Te pasas de agresiva Carmen, ya tiene pocos años para mantener la carpa levantada, ja ja ja, eres su fantasía, su Lolita rural a la que no puede domar; además está bien guapo, dale un chance de verte como a la Flor en la película de “La Choca”.
Mis compañeros no tomaron en serio lo que les platiqué, pero me muero de miedo, ese sueño fue tan real para mí, como lo es, en mi pueblo, ver al nahual, pero no puedo juzgarlos, ellos crecieron en la ciudad y yo, soy una salvaje del campo. A mí no me interesa si un hombre es guapo o no, a mí me enseñaron a ver al sexo como a la tierra fértil, no como a la obsesión por el objeto de deseo y el apego a un hombre que se muere igual que yo.
Mis abuelos me dijeron que el sexo era la trascendencia, la unión con la naturaleza y con Dios, pero Braulio es un pozo de odio que no sabe amar, no entiendo por qué nadie se da cuenta de su vacío, de su sed y de su astucia ególatra como el fuego del tlecuil que calienta mi olla de atole en esas noches frías. No me va a controlar, prefiero retirarme de su clase que caer en sus encantos anticuados, predecibles y disfrazados de admiración.
Lo voy a desafiar en el camino blanco que aparece en mis sueños y le daré una lección.
La lección.
Hice una nota y la coloqué en su escritorio antes de que comenzara la clase.
“Usted es un depravado sexual encubierto. Lo espero en mi sueño”.
La cara se le retorció en plena clase y me miró con ojos de odio, de pavor, de fuego, comenzó a quemar con sus discursos a todos y a mí, no me quitaba la mirada, desafiándome como si ello pudiera doblarme y yo rompiera en llanto. Al contrario, me recordó al Palomino cuando lo metimos al machero por andar trepando yeguas ajenas, sacaba humo por los ollares y las fauces.
Al final de la clase, Arturo no se apartó de mí, era un compañero callado, tímido y muy respetuoso. Me extrañó que me comprara un café y que se sentara en la banca de atrás, recordé entonces uno de los dibujos eróticos expuestos en la galería de la facultad. Me excité.
Braulio salió furioso.
Durante mucho tiempo, Braulio no apareció en mis sueños, sin embargo, Arturo comenzó a abordarme a través de mensajes de texto que al principio me parecieron inocentes, en realidad era el hombre enviado para seducirme y despojarme de mis sueños, hacerme ver la realidad en un salto cuántico, un impacto muy doloroso.
Arturo era la lección y Braulio, era Tezcatlipoca.