Por Abraham Chinchillas
Si algo nos ha arrebatado la inmediatez digital es el espíritu epistolar. No, estimado lector. No es lo mismo escribir correos electrónicos o mensajes de whatsapp, menos aún publicaciones de facebook, instagram o twitter, por más bien escritos y elocuentes que resulten. Nada de estos nuevos atajos por las rutas del internet pueden compararse con la costumbre de escribir una carta hecha y derecha, ya fuera de puño y letra o mecanografiada (impresa pues, después de teclearla en una Olivetti Lettera o ya en todo caso en la laptop), firmarla, meterla en un sobre, escribir al frente los datos del destinatario, en una esquina o el anverso los del remitente, llevarla a la oficina postal, comprar y posteriormente pegar los timbres después de lamerlos por la cara de pegatina para finalmente arrojarla por la rendija del buzón como una botella al mar. Ahí empiezan, parafraseando a Aronoldo Kraus, “las dosis de enorme emoción, la cual aumentaba mientas se aguardaba la respuesta”. Si lo que dice el mismo Kraus es cierto; “Las cartas o recados en papel acercan; son vehículos irremplazables”; estamos entonces, ante un libro único en la literatura latinoamericana.
“Las cartas del Boom” recoge doscientas siete cartas intercambiadas por los cuatro autores más importantes de este movimiento literario: Julio Cortazar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. La escaramuza epistolar inició en 1955, teniendo sus años más copiosos entre 1962 y 1976, mostrando un decaimiento considerable hasta la última carta registrada en 2012.
¿Por qué elegir sólo estos cuatro autores sin contar a otros que, con igual talento, ejercieron sus quehaceres literarios con intensidad en esos mismos años? Los criterios, muy lógicos fueron cuatro, comentan los editores en las primeras páginas; que hayan escrito novelas “totalizantes”, que forjaron una amistad sólida, yo diría aglutinante, entre los cuatro, que compartían una vocación política y por último, que sus obras tuvieron una difusión importante y un impacto social y artístico innegable. Además nadie puede poner en tela de juicio la importancia que este póker de literatos ha tenido en el ideario literario no sólo de los países de habla castellana, sino del mundo en general.
A lo largo de esta charla a cuatro bandas, aparecen una larga lista de autores que los convocantes consideraban sus iguales; Alejo Carpentier, Jorge Amado, Pablo Neruda, Juan Goytisolo, Octavio Paz y José Emilio Pacheco, por mencionar sólo media docena; dejando prueba fehaciente de que formaban parte de una gran máquina imaginativa que estaba cambiando la manera de contar, a través de los libros, la realidad que se acontecía en Hispanoamérica.
En este intercambio de ideas, trazadas sobre el tiempo como estelas que conservan su dirección y su forma, podemos apreciar varios aspectos de las personalidades de los cuatro autores. Por principio, queda clara la estima que se tuvieron, la cual, inició en todos los casos con una admiración sincera y un deseo de diálogo que sólo se forma cuando uno ha encontrado a una “alma gemela” (perdone usted la cursilería), prefiero llamarlo “un intelecto reflejo”. Después los “vasos comunicantes” en sus influencias literarias, compartiendo no solo sus deslumbramientos como lectores sino incluso sus fobias. Me resulta muy divertido la manera campechana que tenían Fuentes y García Márquez en las cartas que se dirigían entre ellos, cambiando el tono a cierta solemnidad cuando el colombiano comenzó a escribirle a Vargas Llosa o cuando Carlos se distendía casi hasta el ensayo compartiendo impresiones con Cortazar. Es precisamente Julio, quien fiel a su costumbre de escriba descomunal, se escurre lentamente como la espuma del mar sobre la playa, cuando expone sus ideas ante la manera en que la obra de sus compinches le impresiona.
Conocer el andamiaje de las personalidades mostradas en estas cartas por sus autores, completa no sólo la visión que se tiene de cada uno de ellos, sino que permite al lector más avezado de sus libros, mirar desde un punto de vista panóptico su legado literario; para el lector apneas entrenado en las novelas de cualquiera de los cuatro, es una oportunidad de adentrarse en el universo personal de las mentes que construyeron la novela latinoamericana en el siglo XX. Un libro que se disfruta como una inmersión en la forja de novelas como Cien Años de Soledad de García Márquez, La Ciudad y los Perros de Vargas Llosa, Rayuela de Cortazar o Terra Nostra de fuentes, por mencionar sólo algunas.
No está de más subrayar el arduo trabajo de quienes dieron forma a este libro: Carlos Aguirre, Gerald Martín, Javier Murguía y Augusto Wong Campos, quienes se apoyaron fundamentalmente en los Archivos de Carlos Fuentes (que guardó todas las cartas que recibió y copia de las que envío) y Mario Vargas Llosa (él sólo guardó las que recibió). Ambos escritores tuvieron desde muy temprano la idea de que estaban construyendo un mapa íntimo sobre lo que pasaba en las entrañas del Boom y que en su momento sería descubierto como una guía muy personal de sus avatares más recónditos. Ese momento es ahora.
“Las cartas del Boom” es uno de los mejores libros publicados el año pasado y desde ya un referente para aquellos que admiren a la cuarteta completa (o como “solistas literarios”), ya sea como llanos lectores o como investigadores de este movimiento, cultural y social, de la novela en América Latina.
Paso cebra
El gran José Agustín se ha despedido. Hasta la redacción de estas líneas su salud se reporta delicada. En días pasados escribió en un papel “Con esto ya mi trabajo aquí se va terminando”. Luego, pidió la presencia de un sacerdote amigo de la familia. Sus lectores fervientes, tenemos el corazón acongojado.