Por: Dra. Enid Carrillo
“Ayudar a alguien a atravesar la dificultad es el punto de partida de la civilización”, afirma la antropóloga Margaret Mead al reflexionar sobre las interacciones primitivas entre homínidos. Así, la investigadora plantea que un fémur recuperado de una fractura contiene una verdad primordial sobre la solidaridad y las redes de apoyo en las sociedades civilizadas: el cuidado.
Sin embargo, estas prácticas de cuidado han sido afectadas por las construcciones sociales del género y la clase social, que suponen que las mujeres tenemos —por naturaleza— que hacernos responsables de vigilar y conservar la vida de las personas que nos rodean. De esta forma, la división sexual del trabajo ha tenido fuertes consecuencias sobre las libertades de las mujeres, pues se nos ha asignado al papel de cuidadoras, lo que durante siglos ha reducido nuestra experiencia vital al espacio doméstico y ha condicionado nuestras decisiones en la esfera pública.
El papel de los cuidados se complejiza cuando hablamos de la sociedad contemporánea, en la que el espacio urbano funge como el escenario en el que se desarrollan las actividades cotidianas de las mujeres. En este sentido, resulta vital pensar si las ciudades actuales están construidas para cubrir las necesidades de las personas que cuidan, sus trayectos, horarios, patrones de movilidad y prácticas de compra.
La respuesta obvia apunta a un no rotundo. La ciudad contemporánea hace aún más complicadas las actividades de cuidado que ejercen (generalmente) las mujeres. Lavar la ropa, llevar a los niños a la escuela, trabajar, hacer las compras, pagar servicios, comprar y preparar comida, amamantar, cuidar en el hospital a un familiar enfermo, todas estas actividades se generan en ciudades caóticas que complican su ejecución y suman al desgaste emocional, económico y corporal de las mujeres cuidadoras.
Frente a esto ha surgido el planteamiento de la ciudad cuidadora, que reconoce que ésta es “una ciudad que prioriza, con asignación presupuestaria específica y etiquetada e instituciones locales, todas aquellas funciones que contribuyen a sostenibilidad de la vida” (Carrasco y Tello, 2013). Bajo este esquema es posible comprender que el tema de los cuidados no es una lucha que se pelee desde el ámbito doméstico, no sólo en la repartición de tareas reproductivas y de cuidado entre hombres y mujeres, sino que se trata de un tema público que necesita discutirse desde nuestras instituciones.
Las ciudades hidalguenses, como ocurre a escala global, enfrentan la urgencia de pensar en las actividades de cuidado, en las implicaciones que el diseño urbano tiene en la manera en que las mujeres y las personas cuidadoras experimentamos la ciudad. Con ello, el debate se abre al espacio público porque los problemas domésticos son problemas colectivos y es momento de cuestionar quiénes cuidan de las mujeres que cuidan.
Lavar la ropa, pagar el agua, ir por los niños a la escuela, visitar a tu padre enfermo o hacer las compras de la semana son actividades que exigen una infraestructura de cuidados que soporten las actividades de las mujeres sin miedo al acoso o a la violencia, que al mismo tiempo promuevan su autonomía y nos devuelvan el derecho al descanso y al disfrute de una vida sin la obligación cultural que posa sobre nosotras como responsables de la supervivencia y el cuidado de quienes nos rodean.
* Dra. Enid Carrillo
Profesora Investigadora El Colegio del Estado de Hidalgo*
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