Por Alejandro Ordóñez

Anoche soñé con un conejo blanco de largas orejas, traía una trompeta bajo el brazo y vestía con naipes de corazones. Llegó hasta la orilla de mi cama, tomó mi mano y me hizo cruzar a través del espejo plateado de la pantalla televisiva. Ven, dijo, te llevaré al palacio donde sesiona la corte suprema de los Borogobios. ¿Borogobios, pregunté? Sí, contestó, son una especie de pajarracos desaliñados cuyas plumas erizadas los hacen ver como estropajos vivientes que no hablan, solo murgiflan, -algo parecido a un aullido y silbido a la vez, con un estornudo en medio de sus frases-.

Rodeaba al palacio un ejército de barajas de picas -pagado por ricos y poderosos personajes- que a duras penas lograban contener a la indiada y al paisanaje, quienes entre mentadas y pedradas exigían entrar al salón donde sesionaba la corte. Presidía Humpty Dumpty, fácilmente distinguible por su cuerpo de huevo y larga barba blanca. Frente a él, una niña rubia, de ojos azules, llamada Alicia, señalaba con dedo acusador a uno de los grandes corruptos a quien habían dejado en libertad.

No, niña, afirmó Humpty Dumpty en tono reposado y calmo, las pruebas que presentaste en tiempo y forma son extemporáneas; tus agravios no nos agravian así que fueron desechados; y aunque tus acusaciones son válidas y ciertas, a nosotros nos tienen sin cuidado, ¿comprendes? Además, las opiniones de los expertos ni son opiniones ni son de expertos. En conclusión, si bien tus acusaciones podrían considerarse eso: acusaciones, para nosotros no lo son y ten en cuenta que estás frente a un tribunal honorable, cuyos valientes ministros han interpretado y aplicado las justas leyes que nos rigen.

No entiendo, dijo Alicia, cómo es que las palabras pueden significar cosas tan distintas. Mira niña, afirmó Humpty Dumpty, con tono de voz más bien desdeñoso: cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos. La cuestión -insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. La cuestión es -concluyó el presidente de la corte suprema- saber quién es el que manda, eso es todo.

Desperté, algo me había quedado claro: cuando los Borogobios murgiflan sus sentencias dicen lo que ellos quieren, la cuestión es simplemente reconocer que tienen el poder y, en consecuencia, hacen lo que se les da la gana.

Ciudad de México, febrero de 2024.