Por Mónica Teresa Müller

“Nada me inspira más veneración y asombro que un anciano que cambie de opinión”.
Santiago Ramón y Cajal

Es tarde para ella. Aún le parece un sueño vivir en Buenos Aires, la ciudad deseada por muchos que, como Sara, nacieron en el fin del mundo. Ushuaia pertenece al misterio que esconden las lejanías. Es tierra deseada y, al mismo tiempo, rechazada por los que detestan el frío.
“¿Quién me aconsejó venir a éste mundo de locos?”, se persigna y murmura. Espera el colectivo desde hace mas de cuarto de hora. Nada le impide tardar en regresar a su casa porque nadie la aguarda. Desde la parada puede ver el Parque de los Patricios, uno de los pulmones verdes de la Ciudad de Buenos Aires. Inspira y espira. La brisa le llega como un bálsamo para calmar el ataque de calor. La cola de espera se alarga, a Sara no le importa. Mira el follaje del parque y se concentra en tratar de calmar su dolor. Los años que tiene, le molestan, le ocupan y preocupan parte de sus días. Nadie logra atemperar su angustia, va a tratar de lograrlo. Saca el móvil del bolso y escribe un mensaje.
No bien sube al colectivo le dan el asiento, actitud que en lugar de alegrarla, la entristece y altera. A su lado una señora le sonríe y le abre la puerta para el diálogo.
–Gracias a Dios que me pude sentar. Aguardé parada durante un montón de tiempo – comenta- Ya estoy vieja.
–Sí, me pasó lo mismo. Además el calor y la humedad de hoy, sofocan. No diga que es vieja ¡por favor!
–Sí, soy vieja, tengo setenta y un años. Yo amo el frío, ¿sabe?- le habla acercándose a la vecina de asiento- Nací en Ushuaia, mi tierra adorada. Me casé grande y nos quedamos a vivir allá, pero siempre se cruzan los peros, ¿sabe?
–Entiendo. Tuvieron problemas.- Contesta la pasajera.
–No, no tuvimos problemas. A mi marido lo trasladaron a Buenos Aires y por eso vinimos los dos y nuestro hijo. La basura de marido, al tiempo me dejó con el chico y desapareció.
–¡Ah señora, qué historia!
–Y soy abuela. Recién conocí a mi nietita.
–¡La felicito! ¿Cuándo nació?
–Hace siete años.
La pasajera enmudece. La mira. Espera que su compañera de asiento, le aclare. Piensa que si le pregunta, pecará de curiosa.
–Mire, cuando vinimos de Ushuaia, mi hijo tenía veinte inocentes años. Y se enamoró de una porteña…casada. Yo no sabía nada. La turra lo atrapó. Salieron un montón de tiempo, pero no le dijo que estaba embarazada. Lo largó de una. Lo hizo por el marido ¿vio? Y para salvarle la vida al pendejo boludo ¿entiende?
–Sí, sí.
–Disculpe- Sara saca una botella de agua del bolso y bebe- la vejez me tiene loca y deshidratada- comentó persignándose.
–No se preocupe.
— Luego de ocho años, la mina, que enviudó, lo buscó para presentarle la hija y agarrarlo de nuevo. Y la avivada fue meterme en el entuerto, que conozca a la nena y haga de gancho. Pero ya no estoy para quilombos, estoy vieja.
–Ya le dije que no es vieja. Además se la ve muy bien.
–No me joda. Hoy, cuando vi a mi nieta, me agarró abuelitis. La apreté contra mi pecho con todo el amor.
–¡Hermoso, señora!
— Si, pero la malcriada, me dijo: “No me agarres tan fuerte que te podés romper de lo vieja que sos”, ¿le parece? Después de estar toda la tarde con ella y ver que había disfrutado, le pregunté: “Amor ¿me vas a cuidar cuando sea viejita?”, me miró y me clavó un puñal: “¿Más vieja que ahora?”, me dijo.
–¡Noooo!
–¿Sabe que decidí?
–Ni idea.
–Lo que me dijo el psicoterapeuta: “Repita: soy joven, soy joven…yo puedo…” Hace un rato le envié un mensaje por el whatsApp, le escribí: “Espérame que voy a hacer diván con vos, mi cielo.”