Por: Griselda Lira “La Tirana
Jesús en la Santa Cruz se le conoce como Cristo y se le venera en distintas partes del país bajo varias advocaciones: Señor de las Llagas en Santiago Miltepec, y Señor de los Corazones, en Huajuapan de León, ambas poblaciones en el estado de Oaxaca; en el estado de México es conocido como Señor de Chalma, en la población del mismo nombre, y el Señor del Huerto, en Atlacomulco; el Señor del Veneno en la catedral metropolitana, Distrito Federal: Señor de la Piedad, en La Piedad, y Señor de los Milagros en San Juan Nuevo, Michoacán; Señor de las Maravillas, en El Arenal, Hidalgo, y también en Puebla; el Cristo de Calyecac, en Tulyehualco, Xochimilco, y el Señor de la Preciosa Sangre, en San Antonio Tecómitl, Milpa Alta, entre otros muchos más.
Abelardo Jurado Jiménez
La iglesia “chiquita”, la iglesia “viejita”, la iglesia que “está sobre la pirámide”, la iglesia “a donde me casé”, la iglesia del pueblo que “es de 1689”, la iglesia “de la Virgen de Loreto” son algunas de las definiciones que los habitantes utilizan para diferenciarla de la parroquia de reciente construcción, un sitio de encuentro cultural, político y espiritual, sincretismos propios de México y su pasado colonial.
En esa iglesia antigua por la que han transitado mayormente, sacerdotes diocesanos, cada año, antes del inicio de Semana Santa se reúnen los residentes para caminar por todo el pueblo con el Señor del Consuelo; quien, de acuerdo con el testimonio de muchos habitantes, este Cristo es muy milagroso, algunas de las personas dicen que las ha consolado de penas en extremo dolorosas, otras que lo han visto llorar o sudar, algunas más, aseguran que quiere estar cerca de su gente y no vivir solo en el antiguo templo, cuyo atrio, sigue siendo el punto de reunión de toda una comunidad, otrora dependiente de la Hacienda de Hueyapan en Cuautepec de Hinojosa, Hidalgo y actualmente, población binacional, a causa de las emigraciones hacia los Estados Unidos.
La antropología, como ciencia, está dedica al estudio del ser humano desde una perspectiva integral, tomando en cuenta los componentes de su cultura y de la sociedad a la que pertenece; acercarse a la otredad implica despojarse de los juicios o prejuicios que se tienen de ésta y adentrarse con una mirada transparente de respeto. Si bien se trata de comprender a la complejidad de lo humano, también, el o la antropóloga, se comprende a sí mismo desde un análisis ontológico y al experimentar la realidad del otro, puede afianzar su investigación.
Los santos poetas como San Juan de la Cruz y su “noche oscura” o Santa Teresa de Jesús y su “vivo sin vivir en mí”, más actual, la santa alemana y doctorada en filosofía Edith Stein, demarcan una antropología mística en sus escritos, es decir, la experiencia cercana con el otro que es Dios.
La caminata, lejos de ser una manifestación fanático-religiosa e idolatra como la estereotiparían aquellos que ponen de lado a la antropología y olvidan a sus propias identidades mestizas o tradiciones mexicanas so pretexto de vincularse al protestantismo capitalista y, por ende, a las tradiciones caucásicas del hemisferio norte; es una expresión metafórica y poética del acompañamiento del Señor del Consuelo con su pueblo. La metatextualidad que toma sentido cuando la lectura poética de cada realidad humana o de cada uno de los participantes, evoca una cosmovisión mística particular.
Durante la caminata que se alarga hasta tres horas y finaliza con la celebración eucarística; se canta, se encienden cuetes, se rezan oraciones antiquísimas, reliquias de la tradición oral que se han heredado de generación en generación y que, en mi investigación etnográfica, solo dos mujeres, la señorita Virgen y la maestra Cristina, saben de memoria.
El papel crucial de los y las adultas que transmiten a las y los niños su tradición y su fe, mismos que toleran la caminata sin aceptar los brazos de sus madres o de sus abuelos porque quieren ser fuertes como ellos y sabiendo que serán recompensados con alguna golosina; así como la solidaridad de los habitantes que les obsequian agua porque el sol de invierno es agresivo y, además, beligerante; el astro rey, un sol de justicia vigilante que ilumina las tradiciones del humilde pueblo.
Algunos varones generosos y un joven desconocido que vende churros en el vetusto portón de la iglesia colocan en su lugar y con sumo cuidado esa pieza de arte magnífica que, a la brevedad, con algunos académicos estudiaremos, pero que también, en la mística ferviente del pueblo y sus tradiciones, espera paciente a los feligreses para escuchar sus ruegos y así, consolarles.