Por: Christian Falcón Olguín

Vaya forma de rescatar el talento narrativo de una de las mejores plumas de lengua española que el mundo ha dado, me refiero al periodista y escritor colombiano Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982. Aún recuerdo la conmoción generada aquel 17 de abril de 2014: los noticieros de televisión, radio y redes sociales daban el anuncio de su deceso, la nostalgia que se plasmaba al describir su legado literario y sus galardones, sus notas periodísticas, su precaria estadía en la ciudad de México, con limitaciones económicas antes de conocer el éxito y presentar su máxima obra “Cien Años de Soledad”, al igual que, aquella reflexión que hizo sobre la música, en particular, al momento de enterarse que John Lennon había muerte.

Pero reitero, vaya forma, pues cuando una persona trasciende, sus palabras que se ha llevado el viento, sus acciones que han sido plasmadas en realidades quedan en el letargo del tiempo; sin embargo, las ideas escritas que se dejan en borradores de papel o en algún recoveco de la computadora son el fiel testimonio artístico de que aun hay un último paréntesis que enmarque su viaje hacia la inmortalidad.
Tal es el caso de lo ocurrido en “En agosto nos vemos”, libro póstumo de Gabo que se editó para ser lanzado y atiborrar los anaqueles de las librerías del mundo en este 2024, curiosamente, en su décimo aniversario luctuoso, y todavía más curiosa la forma en la cual se concluyó el trabajo del escritor colombiano.

El proceso fue a partir de una serie de borradores que Gabo había escrito y que había dejado en el tintero para desarrollar creativamente, y que, como todo genio debía esperar el momento adecuado para ver la luz dentro del mundo de las letras, el temperamento y perfeccionismo hizo que los borradores se empolvaran en el tiempo, que la prosa con la que había acostumbrado a generaciones se quedara guardada.
En cambio, lo que ya no quedaba guardada era su capacidad para retener sus recuerdos, ya que padecía Alzheimer, y que, en palabras de sus hijos Rodrigo y Gonzalo, “había perdido su más importante herramienta, su memoria”, con ello, aunado a que los avances que tenía, los dejaba expuestos ante su feroz autocritica, para sentenciar: “Este libro no sirve. Hay que destruirlo”.

Pero el libro inconcluso, solo se había mostrado en destellos para el público, ya que en un foro de escritores latinoamericanos donde había compartido espacio con el también premio Nobel de Literatura, José Saramago, ahí dio un breve adelanto al dar lectura de los bosquejos del ahora libro, pues refirió en la idea de Ana Magdalena Bach, con su búsqueda de sentido de amor y esperanza.