“La vida es lo que pasa mientras hacemos otros planes”
John Lennon

 

Sí, la vida pasa, pero los recuerdos ocupan el espacio que les reservamos para que no queden ocultos y que el olvido los devore; el sanguinario animal que busca dejarnos sin el apoyo de momentos que alimentan la vida.

Vuelo hacia Adrogué, la de los plátanos que perduran en el tiempo, la de los jardines coloridos y perfumados, la de los amigos para toda la vida. Aquella de la que nuestro siempre presente Borges, dijo: “En cualquier lugar del mundo en que me encuentre, cuando siento el olor de los eucaliptus, estoy en Adrogué”.

Su casa natal estaba sobre la avenida Espora. En ella nació. Época de parteras de las cercanías, amiga de todos. Amelia fue la primera persona que la tocó al llegar a este mundo; sucedió en una tardecita de invierno. La cuna junto al ventanal por el que se presentaba el sol todas las mañanas, supo de la calidez de un cuerpo que intentaba adaptarse a un espacio desconocido.

La bebé fue niña. En aquellos años se jugaba con muñecos que hacían posible a los pequeños soñar que eran madres y padres de juguetes. Todo parecía bello, mágico. Las lecturas de cuentos los trasladaban a historias de las que se apropiaban y las sumaban a los juegos con la inocencia irreverente de aducir ser sus creadores.

La niña jugaba en la casa natal. La del jardín con un árbol de ceibo cuyas flores se transformaban en pájaros en manos de la abuela. Pero faltaba algo para que retozara en la casa con la amiguita de la esquina. Estaba en sus sueños la muñeca que había visto en una vidriera de la calle Florida. Martita sólo pedía en la carta que les escribía a los Reyes Magos. Se dio cuenta de que faltaban varios meses para enero. Una tarde no bien llegó su padre del trabajo, se animó y habló.

–Mami, papi…- su voz era un susurro embebido de ternura- cuando fui con mami al centro, me encantó la muñeca que vi en una vidriera. Se llama Marilú ¿ustedes me la podrían regalar?

Las muñecas de aquellos años eran con cara, manos y piernas de pasta y cuerpo de tela relleno. La creadora de Marilú se había inspirado en el antecedente francés de Bleuette, muñeca que se conseguía a través de una célebre revista para niñas.
Cuando concluyó de hablar se acercó a sus padres y puso los brazos en los hombros de ambos al tiempo que los llenaba de besos.

La ternura de Martita obtuvo el premio esperado. La muñeca apareció en la cama de la niña, junto a ella. Cuando despertó aquella mañana de sábado, la alegría la emocionó. A partir de esa tarde, Martita y Marilú fueron asiduas visitantes de la casa de Cristina.

En los juegos de madres también existe el aseo. Sus hijas de juguete también necesitaban el baño de antes de dormir. Fue así que llevaron un fuentón al jardín de atrás de la casa de Cris, lo llenaron con agua y colocaron a las muñecas dentro de él.

Después de cincuenta años de amistad, Cris y Marta, se acuerdan de lo que sucedió aquél día del que ambas guardan como recuerdo, lo único que no habían puesto dentro del fuentón: las cabezas de las Marilú. Testigos de una amistad que perdura en el tiempo.